El caso de Sara, la joven que ha sido condenada por la audiencia provincial de Tarragona a 7 años de prisión por abandonar a su hija recién nacida en un contenedor con la ayuda de su madre, ha dejado al descubierto como pueden fallar todos y cada uno de los sistemas de protección de los menores y adolescentes que sufren abuso intrafamiliar, maltrato y abuso sexual por sus progenitores.
La verdad judicial de Sara
Con dieciocho años recién cumplidos, Sara queda embarazada entre junio y julio de 2019. En noviembre va a va a visitar a su médico de cabecera en el CAP de Torreforta (Tarragona) y le pide ayuda al médico para abortar, ya que no quiere que su padre se entere de que está embarazada. Desde allí la derivan al centro médico privado EIRA de Tarragona para que le practiquen un aborto quirúrgico, puesto que al haber pasado más de 9 semanas de embarazo, no era posible el aborto farmacológico.
Sara acude a la clínica, pero los exámenes médicos revelan que ya está embarazada de 23 o 24 semanas, lo que hace inviable el aborto en esa clínica, y la vuelven a derivar a su centro de atención primaria para el seguimiento del embarazo, así como a servicios sociales.
Sara sigue queriendo abortar, porque es cuestión de su vida o muerte que lo haga. Completamente atemorizada por la situación familiar, vuelve a pedir ayuda al centro EIRA, donde le sugieren que se vaya a Barcelona, pero no le dicen ni a dónde, ni cómo, ni con qué dinero.
Ante la negativa a su petición de ayuda todas las veces que la ha pedido, Sara, una joven con inteligencia límite diagnosticada, sola y atemorizada, decide ocultar su embarazo y no volver a acudir a ninguna consulta médica.
La noche del 23 a 24 de marzo de 2020 da a luz sola en su habitación, la que comparte con sus dos hermanos menores, mientras toda la familia está en la casa debido al confinamiento decretado por el Covid, incluido su padre.
Da a luz a una niña que empieza a llorar y ella, intenta callarla poniéndole la mano en la boca. La niña se calla y ella la esconde en el armario. A la mañana siguiente, su madre ve la sangre y la manita de la niña salir del armario. Su hija le explica lo sucedido, porque supuestamente la madre no sabía nada del embarazo. La madre decide meter a la niña en una caja envuelta en una sábana y una manta y acompañada de Sara, deciden dejarla en un contenedor, con el objetivo último de que el padre de Sara no llegara enterarse, para proteger la vida de la propia Sara y la de su madre.
La niña muere. Sara y su madre van a juicio. En principio el fiscal solicitaba para ambas prisión permanente revisable por asesinato con agravante de parentesco. Hay un jurado popular.
Sin embargo, todo cambia cuando las defensas de Sara y su madre solicitan que sea Sara la primera en declarar en el juicio.
La verdad de la vida de Sara
Sara sube al estrado a declarar y explica que ella, su madre y sus hermanos, son víctimas de una violencia brutal por parte de su padre, Mohamed Zerhouni, el cual la viola repetidamente desde que tenía 13 años. Explica Sara en sede judicial que tras cada paliza venía una violación. Por eso hablaba de la angustia que le producía su embarazo y la sola perspectiva de que su padre se enterara. Sara estaba convencida de que la iba a matar.
Presumiblemente, fruto de esas violaciones Sara queda embarazada y es por eso que quiere abortar, y para ella ese aborte se convierte en algo de vida o muerte. Sin embargo, nadie la ayuda y acaba siendo reo de asesinato y enfrentándose a una condena de por vida.
La madre de Sara también era víctima de malos tratos por parte del padre y marido, por lo que decide ayudar a su hija bajo el convencimiento absoluto de que, si el padre se entera, las matará a ambas. Ayuda a su hija y acaba también acusada de asesinato.
El padre presunto agresor en libertad absoluta
En la declaración de Zerhoui negó todos los hechos y achacó el embarazo de su hija a un supuesto novio que tenía por aquellas fechas. Sin embargo, en la propia sentencia condenatoria se recoge que “es imposible determinar quien es el padre de la niña” de Sara.
Pese a que Sara declaró en sede judicial que había sido víctima de maltrato y agresiones sexuales por parte de su padre los últimos seis años, el sr. Zerhouni hoy sigue en libertad y es padre de otra niña con una segunda mujer. Nunca ha pagado por sus agresiones a su mujer, a Sara ni a los hermanos pequeños de Sara, los cuáles se encuentran bajo tutela de la Generalitat y ya han dicho que no quieren volver a su padre jamás.
Sin ayuda de nadie
Se puede perfectamente imaginar la angustia de Sara al enterarse de su embarazo, fruto de las violaciones constantes y las palizas recibidas eran un claro preludio de lo que podría pasar si el causante de los malos tratos se enteraba. Un miedo insuperable que hizo que Sara, sin ninguna información, sola y sin ningún recurso, acudiera hasta tres veces a los servicios médicos en busca de ayuda. Ayuda que se le fue negada.
Fue enviada de un sitio a otro sin ningún tipo de acompañamiento ni seguimiento, especialmente la útil vez, cuando por segunda vez acudió a la clínica de Tarragona pero nadie se dio cuenta de que ni había vuelto al CAP ni había puesto un pie en los servicios sociales. Fallo absoluto de todos los operadores de protección del sistema que dejaron a una adolescente literalmente sola ante un panorama de violencia y desesperación.
Miedo insuperable
Es eso lo que la defensa de ambas mujeres alegó y que, una vez escuchados los testimonios de Sara y su madre, hizo cambiar al fiscal la petición de prisión permanente revisable por la de 18 años de cárcel. A pesar de la rebaja de la pena, el jurado popular encontró a madre e hija culpables de asesinato. Sin embargo, el tribunal las condena a siete años de cárcel, aplicando la eximente incompleta de “miedo insuperable”.
Es muy llamativo que ni una vez en toda la sentencia se recoge el testimonio de Sara relatando las violaciones, ni tampoco el de la madre relatando los malos tratos. Por supuesto, tampoco se le pide cuentas al sr. Zerhouni, que sigue en libertad y sin ningún cargo penal en su contra por lo ocurrido.
Sin embargo, la credibilidad que el tribunal da a la versión de Sara, la otra víctima de la historia que se convierte en victimaria porque no encuentra más salida para intentar salvar su propia vida, es total, y es lo que hace que pase de enfrentarse a una vida de cárcel a tener una oportunidad de reinserción y de acumular las herramientas que necesita, fuera del alcance de los malos tratos de su progenitor, al menos durante siete años.
Volverá a pasar
Quizá en el caso de Sara estos siete años de condena que jamás hubieran existido si Sara hubiera recibido la ayuda que desesperadamente pedía, le sirvan para formarse y prepararse y darse cuenta de que ella también ha sido una víctima de un sistema que le cerró todas y cada una de las puertas a las que llamó pidiendo ayuda.
No se dice en la sentencia, pero la aplicación de la eximente de “miedo insuperable” es la condena tácita al padre por años de violencia, violaciones y malos tratos. Debe haber también pues una condena real, penal y explícita.
El sistema no ha sabido hacer nada por Sara y su madre y ha sido una fuente de maltrato más en su vida, en este caso, maltrato institucional. Sin embargo, hoy el padre de Sara lo es también de otra niña de la cual ostenta la custodia y la patria potestad. Otra niña con la que vive y que podría encontrarse en la misma situación que Sara si nadie está vigilante.
Un sistema puede fallar una vez. Un sistema que falla dos veces es un sistema fallido.