A pesar de los múltiples problemas de inseguridad, suciedad, tráfico de drogas y drogadicción, los vecinos del Raval sur se han movilizado para “reokupar” el barrio e imponer una nuevo status quo: “si mandamos los vecinos, los delincuentes se irán”
Bajando por la calle Nueva de la Rambla, la que une el Paralelo de Barcelona con el corazón de el Raval, llego a Sant Oleguer. La primavera empieza a regalar horas de luz y de calor y las terrazas del centro de la ciudad empiezan a estar llenas. El ambiente es tranquilo, los turistas hacen fotos y los vecinos pasean con la compra en la mano. No parece la estampa de uno de los barrios más conflictivos de la ciudad.
En el número 9-11 de la calle Sant Oleguer me esperan Mónica, Cristina y David, tres vecinos del Raval sur que me acogen unas horas para explicarme los problemas del pasado y del presente, así como los retos del presente y el futuro.
Conviven con delincuentes
Los tres han vivido momentos realmente duros en el barrio: a Cristina le intentaron okupar la vivienda en tres ocasiones y ha convivido con narcotraficantes. Mónica vivió en directo algunas de las escenas más duras y violentas que en 2020 protagonizaron los clanes marroquís y argelinos que salían “a matarse” con todo tipo de armas a la calle. Y David comparte bloque con tres pisos “delincuenciales”: exladrones reconvertidos en receptores de objetos robados.
Aún así, su voluntad de “reokupar” el barrio se impone por encima de todo. “No podemos dejar que ganen la partida. Llevamos muchos años escondidos. Si recuperamos el barrio, ellos – los delincuentes – no tendrán espacio y, seguramente, seguirán viviendo aquí, pero sin molestar”.
Miedo a salir de casa por si te la okupan
Y lo de estar escondidos es literal. De hecho, llevan años prácticamente “encerrados”. “Los vecinos teníamos miedo, incluso, de salir a comprar. En cualquier momento podían entrar en tu casa y okupártela”, manifiestan Mónica y Cristina que llevan toda la vida viviendo en el barrio. “Y si te entraban en casa… ya podías olvidarte de tu vivienda por una larga temporada…”.
David, por su lado, llegó en 2020, en pleno desenlace de las batallas campales protagonizadas por los clanes marroquís de la calle Om, y los argelinos de la calle Sant Bertrán (una calle perpendicular a la otra). En su caso, intentaron entrar en su casa estando él en el interior. Convive con tres pisos que se dedican a la recepción de objetos robados y, aunque en la actualidad muestran un perfil bajo, en el pasado las idas y venidas de clientes, ladrones y enemigos eran constantes.
El fin de los narcopisos no acabó con todos los problemas
En la actualidad, por lo general, el ambiente está más calmado en el Raval sur, “pero sabemos que es algo cíclico”, confiesa Mónica. Los delincuentes siguen conviviendo puerta con puerta, pero parece que ya no tienen tantas ganas de “guerra”. Desde que los Mossos d’Esquadra, la Guardia Urbana y la Policía Nacional desmantelaron los últimos narcopisos de la zona, donde se podía comprar y consumir a la vez, el problema del crimen organizado ha disminuido con creces, pero, sin embargo, “la suciedad, las drogas y la delincuencia siguen siendo nuestros vecinos”.
Sobre todo la droga y la suciedad. Y es que en el Raval sur, cerca de Drassanes, se encuentra la Sala Baluard, el centro de venopunción donde los drogodependientes pueden asistir para consumir sustancias – principalmente heroína -- en un entorno seguro.
Los retos del futuro
“El problema de los toxicómanos es que son personas enfermas y es más difícil que se adapten. Cuando la sala cierra, okupan las calles y dan una muy mala imagen al barrio. Están tirados en la acera, y si no pueden consumir se ponen violentos. Muchos, incluso, se pinchan en la calle, dejando las aceras sucias, con sangre, jeringuillas…” explican las vecinas. Llegaron, incluso, a cerrar un colegio para poder ubicar la Sala Baluard, lamentan Mónica y Cristina, que luchan por recuperar la alegría innata de su barrio.
Además, han empezado que se han encontrado con un nuevo fenómeno: “ahora son los toxicómanos quienes están okupando locales vacíos para consumir en el interior”, explican a eltaquigrafo.com. Aun así su voluntad es firme: “hacer piña los vecinos, para unirnos y reokupar el barrio”. Un barrio cuyos vecinos se saludan por la calle, que pasean sin las prisas de la ciudad, pero que necesita que vuelvan a confiar en él.