Ocurría en 1974, y en ambos casos se llevaron a cabo partos gemelares. Izaskun Poza, en la Residencia Sanitaria de Donostia, esperaba gemelos; Cristobalina Moral, en el Hospital Virgen del Camino de Pamplona, esperaba tener un hermano mellizo. Tanto en un caso como en el otro, algo se torció y, sin dar demasiadas explicaciones, los médicos certificaron la muerte de uno de los bebés recién nacido.
Sin embargo, ni progenitores, ni familiares, nunca pudieron ver los cuerpos de los pequeños «fallecidos», ninguna de estas dos criaturas (como sucede en otras decenas de casos) tampoco consta ni en el registro de cementerios, ni en el registro de abortos, ni en el registro civil. Historiales clínicos manipulados, contradicciones y muchas irregularidades, sacuden estos dos casos, acaecidos en dos ciudades distintas, de dos regiones distintas, pero con una metodología muy parecida. La similitud entre casos puede acreditar, pues, como esta lacra social, política y administrativa fue una red criminal, sustentada durante años.
Maltratada física y psicológicamente
Izaskun Poza, en abril de 1974, era una joven madre primeriza que esperaba con ilusión el nacimiento de sus gemelos. En realidad, no supo que llevaba dos criaturas hasta el séptimo mes, cuando su ginecólogo, a pesar de las contradicciones, le realizó una radiografía para asegurarse de que Izaskun, dada su tripa, llevaba dos bebés en su interior. Todo en orden para recibir a los neonatos. A los ocho meses y medio de embarazo, la joven Izaskun se puso de parto. Insistió en dar a luz en la clínica privada de su ginecólogo, pero éste le recomendó que, dada su situación (al llevar gemelos), lo mejor era ir hasta la Residencia Sanitaria de Donostia, donde le podrían practicar una cesárea o darle mejor atención, en caso de nacer prematuros.
Las explicaciones del doctor no le agradaron demasiado, pues ella esperaba poder tener a los bebés con él, quien había sido su ginecólogo de confianza. Aun así, asumió la recomendación del profesional y puso rumbo, junto a su marido, hacia la residencia de Donostia. Llegaron a la una de la madrugada. Horas antes, la comadrona del pueblo la había atendido y según ésta, todo iba correctamente. Ahí empezó su pesadilla. El recibimiento que le hicieron las comadronas de la residencia ya dejó a Izaskun con cierta preocupación. «El trato fue muy déspota y cruel al llegar —asegura—. Incluso con la radiografía que demostraba que yo llevaba gemelos, una de las comadronas me dijo que en esa tripa no podía traer dos criaturas. La mujer añadió que el parto iba para largo y me ingresó en una habitación donde había otras mujeres que ya habían dado a luz. Allí me dejaron horas sin vigilancia, ni compañía». Su marido, mientras, tuvo que aguardar en la sala de espera.
Las horas pasaron y ahí nadie se acordaba de la joven Izaskun. Sobre las 8.00 horas de la mañana pidió ir al aseo y fue entonces cuando sufrió un prolapso del cordón umbilical, provocado, seguramente, porque llevaba gemelos. Entonces, la bajaron a partos, aunque tuvo que esperar tres horas más en una sala anexa con varias camas hasta que, finalmente, fue atendida cerca de las 11.00 horas de la mañana. Al llegar a esta nueva habitación, la recibió nuevamente la comadrona que había sido muy desagradable a su llegada.
Mientras esperaba, la misma comadrona que la había atendido a su llegada a la residencia le insistió en que solo llevaba un niño en su interior. «Usted, a ese niño, lo tiene muerto, pero no de ahora, por lo menos lleva tres días muerto». Era la segunda vez que le hablaba de un sólo niño, a pesar de la radiografía. Izaskun tenía tal disgusto, que no tenía ni contracciones.
Tras horas ignorándola
Cuando por fin empezaron a asistirla, solo recuerda que le pincharon algo y quedó adormecida: «Me inyectaron algo que me dejó fuera de combate». A partir de ahí, Izaskun no recuerda nada, no sabe qué sucedió exactamente en la sala de partos, quedó bloqueada y dormida. Al despertarse, sobre las 15.00 horas, ya en la habitación, fue su marido quien le dio la triste noticia.
Él fue quien le dijo que uno de los bebés había fallecido cuando la llevaron a la habitación. «¡Lo raro es que no hayamos muerto lo tres!», recuerda que exclamó entonces. Izaskun no creyó en ningún momento que le habían robado a su bebé, pensaba que todo había sido consecuencia de una mala praxis médica. Cuenta que la dejaron tan dolorida, que durante los tres días siguientes no fue capaz ni de levantarse; a los seis días de dar a luz pudo irse a casa. Su hijo, sin embargo, tuvo que permanecer un mes más ingresado. Durante ese tiempo, Izaskun se pasó los días de un lado para otro para estar con el pequeño superviviente lo máximo posible.
Ni Izaskun ni su marido pudieron ver al niño que había «fallecido». Según el pediatra, lo tuvieron que sacar de mala manera y no era aconsejable verlo. «Mi marido le preguntó cuánto había pesado y el doctor le dijo que ‹los dos lo mismo›, y cuando pidió el cuerpo para enterrarlo, le dijo que no nos preocupáramos de nada, ‹que ellos se ocupaban de todo›. También añadió ese doctor que mi segundo hijo había nacido muy grave, con una posible lesión cerebral», relata ella. Un mes después de dar a luz, dieron de alta a su bebé y se fueron a casa con la idea de que habían perdido, de forma natural, a la otra criatura. Cabe destacar que su hijo nunca ha tenido el más mínimo síntoma de padecer una lesión cerebral.
No fue hasta años más tarde que ella supo que no había hecho falta hacer cesárea, que los niños habían nacido de forma natural, aunque de nalgas. «¿De nalgas?» se pregunta todavía Izaskun, consciente de que ella tuvo que ayudar a los niños a nacer en ese caso, aun no acordarse de ello. Y, las dudas sobre un posible robo empezaron a inundar su mente.
Primeras sospechas
En la primera visita con su ginecólogo tras el parto, Izaskun notó que éste tenía información demasiado detallada de su parto, aun sin haber estado presente en él. A ella, en principio, le atendió un ginecólogo de la residencia, por lo que comentarios en relación con el dolor que sintió la mujer los días posteriores al parto, le hicieron empezar a dudar. Pero estas dudas quedaron en un segundo plano hasta el año 2011, cuando salieron a la luz los primeros casos de bebés robados. Fue entonces que, motivada por sus otros hijos, empezó a buscar información.
Para su sorpresa, su bebé no aparecía ni en el legajo de abortos ni tampoco estaba bautizado ni enterrado. En base a los los registros, este niño ni nació ni murió. Según lo que pudo recuperar de su historial clínico, el niño nació muerto y macerado. «¿Macerado?». Izaskun considera que eso hubiese sido imposible, «si realmente hubiese llevado a mi bebé muerto desde hacía días, el otro bebé no hubiese nacido bien, y lo sorprendente es que, a pesar de que los médicos aseguraron que el superviviente estuvo muy grave, su prueba APGAR —que mide la salud de los recién nacidos— tenía una puntuación de 8 sobre 10».
Fue entonces, que todos los interrogantes que habían invadido su mente y su alma durante tantos años empezaron a tener sentido. Izaskun había sido engañada y manipulada. ¿Macerado? ¿El otro bebé realmente estuvo grave? ¿La actitud de la comadrona? ¿Drogada? ¿De nalgas? ¿Sin documentos que acrediten la muerte del recién nacido?… El colmó fue que, cuando recibió su historial médico, en relación con el parto acaecido en la Residencia Sanitaria de Donostia, junto a él había dos analíticas que antes del parto había entregado a su «ginecólogo de confianza». «¿Cómo puede ser que, si él no estuvo ahí ese día, el Hospital recibiese mis analíticas?». Entonces, entendió que había sido víctima, incluso antes de dar a luz a sus bebés.
La historia de un hermano robado
Cristobalina Morales nos cuenta la historia de sus padres, Antonia Burgos y José Morales, la de su hermano robado y la suya propia. En diciembre de 1974, Antonia, embarazada por tercera vez, esperaba mellizos. Fue un embarazo a término (ya había pasado por eso dos veces) y todo fue como era de esperar. Primero nació Cristobalina y a los pocos minutos su hermano, ambos con unos 2 kg de peso y, aunque muy sanos, fueron llevados a incubadoras en el Hospital Virgen del Camino, de Pamplona.
Antonia siempre ha recordado como la comadrona que la atendió le dijo que había tenido un niño y una niña «muy majos», incluso ella pudo verlos unos instantes antes de que se los llevaran. Sin embargo, contra todo pronóstico, a las pocas horas de haber nacido, el médico le comunicó a José, el marido de Antonia, que el niño estaba muriéndose. Aunque José pidió explicaciones, ningún médico pudo confirmarle la causa exacta del fallecimiento.
Su padre insistió en verlo, el médico le dijo que no era procedente. Días después, le llamaron para entregarle una caja de zapatos anudada con una sábana del Hospital. En principio, en su interior estaba el bebé. Aunque insistió en ver el cadáver de su hijo, la respuesta volvió a ser negativa. La caja fue enterrada en el cementerio de Pamplona y su padre pagó los gastos. José se quedó muy parado, tenía la sensación de que le estaban engañando, pero en esa época, era muy grosero llevar la contraria a ciertas «autoridades». Los interrogantes fueron parte de la vida de Antonia y José, que siempre creyeron que les había sido arrebatado uno de sus bebés mellizos.
Documentos falsificados
Al cabo de 36 años, y después de ver otros casos en prensa y televisión, la hermana de aquel mellizo, Cristobalina, decidió buscar documentación para empezar a resolver los interrogantes que hacía años que se acumulaban en su familia. Cuando pudo recuperar el historial de su madre, en relación con el parto de diciembre de 1974 en el hospital Virgen del Camino, tan solo le entregaron una parte. Tras hablar con la dirección del centro e identificarse como secretaria de SOS Bebés Robados de Navarra pudo recuperar el historial completo, pero del parto de uno de sus hermanos mayores, y entonces comprobó que el de su hermano, era mucho más completo que el suyo. En el suyo faltaba información y otras pruebas relevantes, algo que ya tildó de sospechoso.
Entonces, Cristobalina interpuso una demanda judicial que terminó archivada por falta de pruebas y, cuando se terminó con el procedimiento legal, su abogado le entregó el historial clínico completo, el cual había sido solicitado por el juez, durante la instrucción del caso. Al recibirlo, pudo comprobar que era mucho más largo que el que le dieron en primer lugar, y que había informaciones contradictorias a lo que sus padres recordaban del suceso. Era un informe lleno de garabatos, datos imprecisos, tachaduras... Según relata, en ese documento se indica que el niño pesaba 200 gr, que no era un niño sino restos fetales, pero sin embargo, lo bautizan. Y Cristobalina recuerda como «la enfermera que nos llevó a la incubadora, le dijo a mi madre que estábamos muy sanos y que habíamos sido un niño y una niña de unos 2 kg».
Para colmo, en el cementerio no existe ningún registro en relación con su hermano y, en el Registro Civil, la firma de su padre está falsificada. En ese mismo documento, también se detalla que el bebé nació con siete meses y medio, cuando Cristobalina sabe bien que eso no fue así, y para culminar, el sexo es impreciso. La acumulación de información manipulada y contradictoria avaló las sospechas que Antonia, José y Cristobalina llevaban años teniendo sobre el robo del bebé mellizo, en diciembre de 1974.
Desilusión con la Justicia
Tanto Izaskun, de SOS Haur Lapurtuak/SOS Bebés Robados del País Vasco; como Cristobalina, de SOS Bebés Robados en Navarra, lamentan la mala y pésima actuación de la justicia española en relación con estos casos. En Gipuzkoa, están la mayoría de los casos archivados de forma provisional y, en Navarra, nunca se ha reconocido que hubiese existido una red ilegal de bebés robados en la comunidad. Ambas asociaciones han presentado denuncias, documentos e incluso testigos que demuestran cómo esta lacra social perduró durante décadas, pero todo termina en nada.
Todas las propuestas para favorecer a las víctimas de la trama de bebés robados han quedado olvidadas y ambas mujeres han dejado ya de confiar en la justicia. Tanto la una como la otra consideran que no se han protegido dignamente sus derechos y denuncian una dejadez absoluta de la Justicia, al no querer investigar nunca nada relacionado con bebés robados.
Cristobalina e Izaskun coinciden con María Bueno, presidenta de la Federación Nacional de Víctimas por el Robo de Bebés en España, en el hecho de que el dolor de una madre cuando se le muere un hijo o una hija es algo que no se supera, pero se aprende a vivir con ello, si hay certeza de esa muerte. En los casos de bebés robados, las madres suman a ese dolor la angustia de lo incierto, de no estar seguras de que su bebé haya muerto realmente.