ARENA, de Miguel Ángel Oeste

Estamos ante una novela atmosférica, sensorial, triste y lúcida. Llega hondo. Deja huella.

La nueva novela negra será híbrida o no será. Y, en este sentido, qué grande este tipo que mezcla la novela negra de atmósfera con la novela de iniciación de adolescente en crisis que, en vez de buscarse la vida, sólo quiere ser el guardián entre el centeno…

Sí, en esa fértil e influyente línea narrativa del realismo sucio ochentero generacional y de iniciación que, en su día, en nuestro ámbito inauguraran Ray Loriga y sobre todo José Ángel Mañas (adolescencia, barrio, alcohol, drogas, nihilismo suburbano) orbita la novela de Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) titulada ARENA (Ed. Tusquets).

La novela trata sobre Bruno, un adolescente marginal con familia desestructurada sobre los hombros, el cual vive un verano lento y pringoso, uno repleto de malos recuerdos, en la costa de Málaga (concretamente en el barrio de Pedregalejo, en el que se encuentra la playa de arena blanca y agua verde entre dos espigones en la que se encuentran y confrontan todas las clases sociales de Málaga, y la cual proporciona título y alegoría a esta novela). Y ese verano Bruno lo vive así, entre cómics, canciones, cervezas calientes, arena y motos Vespino, obligado por su padre a decidir qué hacer con el resto de su vida. De hecho su padre le repite constantemente que deje los cómics y las novelas, y que se matricule en Derecho. Pero su familia, lo advertimos enseguida, no es ningún ejemplo de nada bueno.

Un poco hay en el personaje de Bruno del adolescente encerrado en su habitación con sus discos y recuerdos para no salir a buscarse la vida de la novela de Ray Loriga HÉROES. Un poco de la estructura-puzzle de esa novela de Loriga está en ésta.

Y un poco hay de HISTORIAS DEL KRONEN de José Ángel Mañas en el mundo suburbano y el concepto de amistad del Bruno para con sus colegas Pipo, el Bocina y el Manco. Y un poco hay en esta novela de iniciación de esa obra maestra de las novelas de iniciación que es EL GUARDIAN ENTRE EL CENTENO de Salinger. Y un poco de las novelas de barrio crudo de Paco Gómez Escribano. Y cuarto y mitad de literatura beat y de literatura social. Y mucha música pop. Y también personalidad literaria propia.

La prosa es efectiva, seca y ácida. La atmósfera opresiva y con fondo amargo a pesar de la mucha luz. La textura narrativa es más existencial que social a pesar de lo que pueda parecer a primera vista. El personaje posee un considerable poder de identificación en su forma generacional pero íntima de perseguir olas y abismos mientras se está buscando a sí mismo y está huyendo de daños irreparables que dejan huella chunga. Y, además, de fondo en esta novela está la madre como en una tragedia griega quinqui, y eso funciona muy bien psicológicamente.

El tono del relato está muy bien modulado mediante la voz de Bruno, al cual en verdad el autor logra dotar de una voz propia casi psicoanalítica con el relato como tabla de surf con la que subirse al mar de la tristeza y la culpa, e intentar permanecer de pie (no en vano hay un personaje en esta novela, el loco Pérez, un vagabundo lector de periódicos pasados que habla mediante aforismos, y que bien parece un Sigmund Freud de la calle, el cual, a diferencia del padre que considera la escritura como una pérdida de tiempo, prescribe a los seres sufrientes y perdidos como Bruno el relato como terapia). Y eso es esta novela: negra y cruda terapia de iniciación.

Estamos ante una novela atmosférica, sensorial, triste y lúcida. Llega hondo. Deja huella.

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