Una angustiada llamada de un amigo. Un regreso al lugar de los traumas de infancia. Un plan justiciero para vengar el mal. Y una sorpresa…
A veces leer una novela negra es un espectáculo más para los sentidos que para la mente, es una experiencia punta, es una droga, una sobredosis de imágenes (por desgracia en el mundo de la novela negra el espectáculo suele resultar más un espectáculo de imágenes que de lenguaje, pero, si tal espectáculo está bien tramado y las escenas forman un puzle (o, mejor dicho, un crucigrama) tan coherente como intrigante, y si los puntos de giro argumental sorprenden de verdad, el show es igualmente muy agradecible)...
A veces leer una novela negra es la mejor terapia posible para no tener que conformarte con la vida.
Y es que, en verdad, la novela negra podría definirse como la ficción que habla sobre una realidad que debemos aceptar. Sí, debemos aceptar la existencia del mal social endémico del que son espejo narrativo el hard noiled, el true crime y el crok storie y demás narrativa delincuencial, y debemos aceptar la existencia del mal psicoplógico, o psicopático, de la que hablan efectista e hipnóticamente las novelas de psicópatas.
Adoramos las novelas de sicópatas, tantos las de sicópatas de personalidad violenta como los inhibidos de perverso cerebro, porque son todos tan retorcidos como un ocho freudiano, y por eso sorprendentes e intimidantes.
Como ejemplo de las hipnóticas novelas de psicópatas asómense a las novelas del mejor escritor de novelas de este tenor de España, César Pérez Gellida (Valladolid, 1974), un maestro del psyco-noir con toda una serie de novelas de género negro que rezuman ritmo, morbo y un saber enciclopédico sobre la ciencia criminalística y forense, las cuales están enmarcadas las más de las veces en un Valladolid actual, postmoderno, hiperrealista y aún así muy reconocible que viene a ser narrativamente algo así como el negativo fotográfico del Valladolid histórico de Miguel Delibes (bien lo sabrán los lectores de las novelas de Gellida cuando un día les de por asomarse de nuevo a EL HEREJE).
César Pérez Gellida tiene un impagable don para mostrar la violencia y la psicopatía, así como para aprovechar el morbo que desprenden en sí mismas la criminalística y la ciencia forense.
Asómense ustedes para comprobarlo ahora por ejemplo a la última novela del maestro del crudo embeleso narrativo CPG titulada ASTILLAS EN LA PIEL (Ed. Suma de Letras): se trata de un absorbente thriller psyco-noir protagonizado por dos viejos amigos y ex-compañeros de un crudo internado (uno como de terror de Henry James con acoso escolar, abusos sexuales de profesores y demás “lindezas”), los cuales, tras la llamada desde Madrid de uno de ellos, se reencuentran en la localidad medieval amurallada de Urueña, Villa del Libro de Valladolid sita en un altozano precioso, localidad tan bien conservada que parece suspendida en el vértice del tiempo.
Mateo tiene un plan entre macabro y justiciero.
E intervendrá en esta novela la inspectora Sara Robles, personaje recurrente del autor, pero aún así esto no será una novela enigma, sino, como decimos, un psyco-noir repleto de humor negro y pinceladas culturalistas, aunque aún así retorcido y duro…
La trama narrada en dos planos temporales (la infancia de los personajes y la actualidad) y con dos voces narrativas en primera persona (la de los dos protagonistas, Mateo y Álvaro) arranca, tras una escena de acción muy fílmica, con el ya referido reencuentro entre estos dos amigos de infancia que hace más de dos décadas que no se ven –sólo se cruzaron una vez en una boda- pero que cuentan con más de una deuda de sangre pendiente: uno es Álvaro, escritor de éxito, y otro Mateo, crucigramista acorralado por las deudas… Y les une una historia inconfesablemente traumática y no resuelta (uno de los temas de la novela es la importancia de la educación infantil, porque, como señala Freud, es el momento en el que al sujeto humano se le pueden formar traumas –o astillas en la piel- aparentemente imperceptibles pero perdurables que devienen a veces en psicopatías vengadoras).
Estos dos personajes, así, inopinadamente, se ven envueltos por mor del pasado traumático en una suerte de estratagema macabra como salida de la mente de un diseñador de juegos de rol medievalizantes, el cual, aunque ésta no es una novela de investigación criminal sino una suerte de cruce entre el thriller psicológico y la crook storie delincuencial, les arrastra a una espiral elaborada a irrefrenable de intensidad, venganza, desafíos y decisiones trascendentales… ¡Y si estos dos personajes protagonistas están muy perfilados, hay que decir que no le falta atractivo a secundarios como el compañero de colegio Diego Gallardo alias El Joker, o el profesor don Teófilo!
En una obra de este tenor en la que el enigma de la trama y la progresión de la misma (la cual crea la intriga a base de la dosificación de información) lo son prácticamente todo no se puede hacer ningún spoiler en una reseña, pero baste que les diga que temáticamente esto viene a ser una novela sobre el mal, su inconfesable prestigio y su poder de atracción, y sobre la eficacia de la justicia como factor de corrección del mal, y, en suma, es a la vez una disquisición brillante sobre la justicia y sobre os justicieros... O por decirlo con un diálogo de la propia novela que bien puede seumir el espíritu temático del conjunto:
“-Suso tiene una legión de seguidores siendo un cabronazo de mucho cuidado.
-Igual que Macbeth, sí, un cabronazo al que justificamos en nuestro subconsciente porque se cepilla a personas que, en la cabeza de la gente de a pie, restan”….
Todo en ASTILLAS EN LA PIEL hemos de decir que está contado con guiños explícitos pero puntuales en el diálogo de los personajes al psicoanálisis, la filosofía griega, a la teología, y, también, a la literatura culta de Shakespeare y Calderón de la Barca, pero sin duda aun así es una novela de género negro puro: de hecho una con mucha clase, y adictiva, y asfixiante, inteligente, violenta, chocante y divertida que, a base del magistral sentido de la acción que el autor posee, llega a cortar la respiración del lector debido a la saturación de intensidad, de morbo, de ritmo y de placer…
¡Y el final es acojonante!
No es una de esas novelas dignas de figurar en lo que Harold Bloom considera como “el canon literario”, o de figurar por contraposición en lo que Hans Robert Jauss denomina “la historia de la literatura como provocación”, ni falta que le hace…
El espectáculo debe continuar.