José Carlos Somoza (La Habana, 1959) es en origen un novelista academicista de raigambre Shakespirana y gusto por el barroquismo.
Así lo demostró a cabalidad en su novela platónica y técnicamente compleja (de hecho es una novela de novelas, por decirlo atendiendo al paradigma cervantino, pues está desarrollada en dos planos como Las palmeras salvajes de William Faulkner, sólo que en esta novela las dos historias paralelas subyacentes sí confluyen) y densa en su lenguaje (hasta se inventa recursos estilísticos) aunque más densa aún en su intencionalidad narrativa La caverna de las ideas (2000). ¡Puro y precioso barroquismo!
Pero no se trata de una excepción, sino que todo el primer José Carlos Somoza es en buena medida así. Véase a tal efecto novelas como Silencio de Blanca (1996), una elaborada novela sobre un profesor y biógrafo de Chopin fascinado con sus Nocturnos y su alumna, la misteriosa Blanca, con la cual va estableciendo un correlato sentimental y erótico de los Nocturnos de Chopin en una inquietante e hipnótica correspondencia intertextual y lolitesca (en el sentido de Vladimir Nabokov) entre la música triste y el sexo oscuro, los cuales conforman un artefacto narrativo erótico y de misterio muy apto para melómanos explícitos o inconfesos, pues esta novela funciona como un libreto de ópera. O véase La Ventana Pintada (1999), otra novela también obsesivamente platónica que homenajea al mundo del cine, para, mediante éste, desdibujar para el lector los sicóticos lindes entre la realidad y la ficción. Se trata nuevamente de una novela densa a nivel estructural, también en doble plano, bailando la trama y los personajes entre la realidad y la ficción, y barroca verbalmente por prolija en intertextualidades y referencias cinéfilas que codifican una alegoría perfecta de lo que es la poética del autor: una simbiosis entre lo culto y lo popular; entre el academicismo y el pop. ¿Y qué hay más pop que el cine? O véase otra novela también muy platónica, Dafne desvanecida (2000), también un cuestionamiento narrativo inteligente sobre los lindes entre la realidad y la ficción, pero esta vez realizado mediante el barroco recurso de la amnesia por traumatismo craneoencefálico del protagonista (el cual es escritor), que le lleva a este sujeto a tener que leerse a sí mismo y tratar de descifrarse por completo (de nuevo una novela en segundo grado de ficción) para poder restablecerse de su patología.
Sin embargo leer al primer José Carlos Somoza es asistir al paulatino proceso de descreimiento en el lenguaje. Es como si el autor fuera desconfiando más de la palabra en las ficciones, y prefiriera trasladar por eso cada vez en mayor grado el barroquismo a las tramas, las atmósferas y a la psicología de sus personajes, pero contando las novelas con un lenguaje cada vez más cristalino (este proceso no es único de José Carlos Somoza, sino que se ve igualmente en grandes novelistas de su generación ahora ya imaginativamente barrocos en sus tramas a menudo fantásticas, pero cristalinos en su lenguaje: así por ejemplo Gustavo Martín Garzo).
Y es por eso curioso ver como este autor, a partir de su novela clave Clara y la penumbra (2001), clarifica por completo su personalísima poética basada en novelas inteligentes de lenguaje cristalino, con calidad intertextual pero sin abusar de tal recurso, con muy buena factura compositiva pero poniendo el acento en un habilidoso sentido de la intriga y de la acción, con eficacia a la hora de entretener al lector y también y sobre todo, aunque no desdeñe su prurito academicista, demostrando un magistral interés por poner en valor la cultura pop.
Así las cosas, acaso sea hoy José Carlos Somoza (junto a otros iconoclastas como Luis Alberto de Cuenca, José María Merino, Andrés Ibáñez, Cristina Fernández Cubas y por ahí todo seguido), el mejor representante de lo que los cronistas sentimentales de España durante la década prodigiosa, esto es, los años 60 (Manuel Vázquez Montalbán y Luis Racionero) nos explicaron que fue esa década: el momento en que los intelectuales empezaron a asimilar los valores del pop, de toda la cultura popular –valores que en literatura incluían el cine, los comics, la literatura pulp o de kiosco, el noir, el terror, la fantasía y la ciencia ficción- como un bagaje a utilizar a la hora de hacer cultura.
Pero los que hicieron la crónica sentimental de España, al hablar de la incorporación intelectual de la cultura pop, nos advirtieron de que hay dos formas de hacerlo.
Está la estrategia de la élite cultural que entiende el acercamiento a la cultura popular como un juego, como algo meramente lúdico, un modo de utilizar materiales baratos (véase a tal efecto el ensayo de Susan Sontag sobre la cultura camp).
Y luego están los grandes como JCS que apuestan verdaderamente por la cultura pop, y que de hecho no la entienden como cultura popular en el sentido de cultura del pueblo (en su acepción marxista), ni como cultura de masas (en el sentido de Ortega y Gasset), sino como la cultura mayoritaria de la gente; la del público: por eso para estos últimos la cultura ha de tener como valores intrínsecos también el entretenimiento, la imaginación y la alergia a la solemnidad, pero sin desdeñar la inteligencia, la finura moral y psicológica y la sutileza… ¡Todo para conseguir que cultura, por decirlo con Freud, sea sinónimo de consciencia!
Por eso hemos de decir que las novelas del último José Carlos Somoza, las novelas a partir de su obra fundacional Clara y la penumbra (2001; una obra que funde sin complejos el thriller y el noir), son logradas novelas todas concebidas con un academicismo y una erudición de fondo, pero en las cuales prima el gusto por esa cultura pop que reactualiza el viejo leit motiv de los años 60 “hacia una nueva cultura popular”, aunque entendida ahora como hacia una nueva cultura de masas, o cultura del público… Lean a tal efecto una obra renovadora de la narrativa de terror contemporáneo en español, La novela número 13 (2003), o una obra con el regusto de las novelas negras clásicas como lo es La caja de marfil (2004), o una ficción científica con toques se thriller titulada Zigzag (2006), o una historia directamente de ciencia ficción, esto es, Las llaves del abismo (2007) o una impresionante fantasía apocalíptica titulada Croatoan (2015), y corroborarán lo que les digo.
Sí, la obra del último José Carlos Somoza (y esta etapa fértil y fascinante del autor dura ya más de veinte años) es la de un escritor renovador que contesta con gran brillantez y modernidad a la pregunta de cómo se debe hacer cultura hoy y para quien. De hecho pocos como JCS han conseguido un corpus narrativo tan capaz de ser un instrumento útil para la tarea de trasmutar a los consumidores culturales en degustadores culturales, y a los consumidores de ficción en degustadores de ficción.
Y esa parece seguir siendo sin duda la intencionalidad de sus últimas novelas holmesianas de la serie del Señor X con las que revisita el mundo de sir Artur Conan Dooyle.
La primera es Estudio en negro (2019), y es con la que JCS empieza a hacernos saber, o a recordarnos, que la cultura pop es cultura, y que de hecho, por ejemplo, Sherlock Holmes es algo más que un personaje: es un mundo en sí mismo. Uno digno de ser constantemente revisitado, revisado y rescrito… ¡Pero qué mundo! Te entretiene, te sorprende, te ilumina, te remueve el cerebro y las capacidades perceptivas. Sirve, además, para traducir muchos estados de ánimo… Es, en definitiva, una fórmula inagotable, y, asimismo, es la belleza analítica y la hondura divertida, el elogio de la singularidad brillante y la justicia como juego. Pero, por si fuera poco, también es la redención personal mediante el talento, o, dicho de otro modo, es el anhelo del cielo después de haber conocido el infierno… En efecto Sherlock Holmes desde hace mucho tiempo a varias generaciones nos ilustra la soledad, el amor, la resignación, la catarsis, la imaginación.
Estudio en negro (Ed. Espasa) viene a ser una ingeniosa precuela de las novelas de Conan Doyle sobre Sherlock Holmes. El bigbang imaginativo que surgió en la mente de JCS y que dio origen a esta novela parece haber sido la siguiente pregunta: ¿en quién se inspiró el escritor y médico Conan Doyle para crear un personaje tan original, redondo y fascinante como Sherlock? Y para respondernos el autor tira tanto de documentación como de imaginación, y mete en su novela al propio Conan Doyle, que era joven médico en el Londres del siglo XIX, y trabajaba en una clínica-asilo muy exclusiva de Portsmouth llamada Clínica Charendon (nótese la resonancia emparentada con el Marqués de Sade) con una curiosa enfermera que será la narradora de esta novela, el complemento femenino que empatizará con el héroe decrépito, y la metáfora perfecta de lo que es la vida en su último término, y de como cuidar a otros nos hace mejores… Allí, junto, a esa enfermera, Conan Dooyle conoció al señor X. ¿Quién es el señor X? ¿Y quién es esa enfermera? ¡Misterio!
En esta novela difícil de hacer y de olvidar y convenientemente titulada Estudio en negro (tiene que ver, como los lectores de las novelas de Holmes sabemos, con Estudio en escarlata) es la primera parte de la trilogía que José Carlos Somoza JCS va a dedicar a su personaje de absoluta ficción el Señor X: aquí, este protagonista solitario, maniático, retorcido, amigo de la oscuridad y del ajedrez y tan psicológica y perceptivamente tan audaz que parece un adivino, es atendido en tal casa de salud y reposo para hombres de familias ricas por el joven médico Connan Doyle, y Anne Mc Carey, una enfermera madura, no bien parecida, pero empática, sensata y a la búsqueda de sí misma a causa del trauma derivado de una relación tóxica con un marinero alcohólico… Todo en una novela atmosférica y de intriga con toques fantásticos y hasta de strempunk, y también con fino humor, sobre las peripecias de este trío de personajes enfrentados al caso del asesinato de dos mendigos vinculados al mundo del teatro.
Empezando por la fundación ficcional de mito de Sherlock Holmes y Watson (en esta novela se narra como se les ocurre al alimón al Señor X y a su médico Conan Doyle cuando le dan al Señor X lo que no tenía, esto es, un nombre), hay en estas páginas muchos ingredientes metaliterarios, mucho doble fondo o narrativa en segundo grado de ficción, y muchos guiños a la literatura negra inglesa clásica (Con Doyle, etc), y a la literatura fantástica inglesa aún más clásica (H. G. Wells, Lewis Carrol, etc)… Pero el toque social característico de la narrativa negro-criminal en esta novela, este entretenidísimo relato fabuloso que sucede en plena Revolución Industrial, lo encontramos precisamente en estos muchachos menesterosos de familias desfavorecidas que intervienen en el llamado espectáculo clandestino, y el teatro mental, para entretenimiento de los burgueses serios y decentes, pero, en el fondo, amigos de lo escandaloso, lo morboso, lo aberrante, y lo tabú (no en vano en esta obra hay musicales infantiles grotescos, extranjeros que pagan por ver a niñas lascivas, niños tratados de maneras aberrantes y demás pasadas que atestiguan y denuncian la doble moral del puritanismo victoriano)…
El señor X es la mejor forma que conozco de explicar, mediante una novela brillante, entretenidísima y más rica de lo que parece, que Sherlock Holmes, un personaje rarísimo en una época repleta de convencionalismos, era lo más parecido al psicoanálisis antes de Freud, y lo más parecido a las Memorias de un fumador de opio antes Thomas de Dequincey, pero salpimentado dentro y en lo oscuro con toques del Marqués del Sade y de obsesiones de la casa y delirio de autor. ¿Y no somos todos un poco eso?
Sin embargo la aportación más definitiva al mundo holmesiano de JCS es la voz narrativa femenina que deconstruye la masculinidad hegemónica del mito (como ya hiciera en su día también Iam Fleming, autor también icónico de la cultura pop por su serie narrativa de James Bond, cuya novela El espía que me amó es contada toda por una mujer y protagonizada por ella en sus dos primeras partes por ella hasta que en la tercera irrumpe James Bond y la salva…).
¡Pero esto no es todo!
Acaba de publicarse la segunda pieza de la trilogía El signo de los diez (2022). Y sucede también en la Inglaterra de 1882, en el sanatorio mental de Charendon.
De nuevo nuestro autor nos conduce a un tiempo en que los teatros recreaban escenarios tenebrosos casi depravados por los que deambulan hombres capaces de adueñarse de la voluntad de las personas o cosas peores… JCS concibe de hecho un país de las maravillas de la locura ambientado en ese manicomio donde el caos y la muerte son el entretenimiento.
Lewis Carroll llega a la residencia Clarendon (bajo un seudónimo) intentando escapar de sus pesadillas.
Todas las noches es visitado por un personaje llamado «El Sombrerero Loco» que profetiza muertes llevándolo a través de paisajes oníricos que fusionan la realidad y lo surrealista.
Intentando averiguar este misterio, el Sr. X, ese hombre menudo, ciego, con unas dotes detectivescas extraordinarias se dejará transportar por el sonido de un violín hasta más allá del interior de su mente.
De nuevo una extraña fantasía victoriana que los lectores intentarán inhalar, respirando este increíble y rico mundo.
La locura y el genio se fusionan, por lo que es imposible saber dónde echa raíces la cordura y toma el control la irracionalidad.
La narradora será de nuevo Anne, enfermera personal del señor X, a la que ya conocimos en el primer volumen, y ahora el enigma consiste en averiguar cómo un asesino es capaz de entrar en los sueños de un hombre y decirle quién es el próximo en morir.
El señor X junto al director de la clínica pondrán a tal efecto un plan en marcha en el mismísimo sótano de ese sanatorio en el que, (aquí un guiño a Shakespeare) se representará un “teatro mental”. El tic tac de un reloj apagará la tranquilidad del lector cuando las muertes anunciadas se cumplan… Y mientras sabremos de la leyenda de un teatro cuyas actrices no vivirán para repetirlo. Todo esto entre reseñas teatrales, muertes, disparos, actuaciones, reuniones de té, pasos que se pierden por la arena de la playa…
¡Una apoteósica fusión del mundo victoriano de Conan Doyle y del isabelino de Shakespeare y el fantástico de L. Carroll pero con un misterio narrado con una prosa con tal galope y con tantos puntos de giro argumental que deja sin resuello al lector!
Verdaderamente hay en la obra de JCS una idea de perversión sin peligro, de locura no sufriente sino celebratoria, de vitalismo sin ingenuidad, de diversión sin alienación total y de lucidez fantástica pop, o lucidez sensata de otra manera, que resulta tan estimulante como emocionante e iluminadora.
Y todo esto, en esta época nuestra de cultura solemne por un lado y cultura industrial por el otro, es enormemente renovador.
De hecho su tal renovación profunda de la narrativa pop actual, de la literatura llamada de género, JCS no podría haberla llevado a cabo sin haber empezado cimentando su obra en la solidez académica barroca. Pero desde ahí nuestro autor ha volado abriendo un gran abanico de influencias pop para nuestra narrativa, ha renovado el canon tanto académico como el fantástico, y ha contribuido decisivamente a producir una cultura literaria alternativa, otra ficción que es la síntesis de la tradición, la modernidad y el pop y el pulp.
Y haciéndolo así JCS se ha convertido en lo que hoy es, un novelista que ha diseñado y acotado una parcela narrativa muy digna para los diferentes, los alternativos, los lúcidamente insertos a modo de infiltrados dentro de eso que se ha dado en llamar la normalidad.
Gracias maestro. Y enhorabuena por tu merecido Premio Golem 2022.