Sant Jordi es el día más bonito para todos aquellos lectores que a través de la literatura canalizamos nuestro modo de vida. Es el día de las compras, de las rosas, de las comidas con amigos, de las quedadas con escritores y de las firmas. Con Sant Jordi empieza el buen tiempo y todos los colores se transforman para recibir a la primavera. Este año quiero compartir mi lista literaria aun sabiendo lo difícil que es resumirla en unos cuantos títulos, sin embargo, muchos de ellos han cambiado mi forma de leer y de concebir los viajes.

Preparé mi viaje a Tailandia con Lawrence Osborne y su obra maestra, Bangkok. Giros inesperados, realidad, fluidez y mucha desvergüenza componen la forma narrar de uno de mis escritores favoritos. Siguiendo sus pasos en Bangkok, me encontré seguí sus pasos buscando al escritor en cada esquina y, aunque no lo encontré, la experiencia fue magnífica.
En el recorrido asiático, Manu Leguineche me asaltó con El camino más corto. Mil anécdotas dentro de una vuelta al mundo accidentada y pionera. Después de leerlo me pasó como al periodista Jon Sistiaga, quise ser como él y, sin ni siquiera atreverme, estoy en ello.
A través de Javier Reverte descubrí África y a través de África encontré a Aldekoa. Cuando pensé en viajar a Gambia, el escritor, corresponsal, periodista y aventurero Xavier Aldekoa me animó: es el mejor país para empezar por este magnífico continente. Desde entonces, África está tan presente en mi memoria como Aldekoa en mi biblioteca. Ahora presenta su último libro, Quijote en el Congo, que, irremediablemente, me leeré en una noche.
Siempre he querido viajar Sin billete de vuelta y el libro de Baltasar Montano es un ejemplo. El escritor se propuso vivir viajando a partir de los 45 años y en esta cúspide se encuentra, saltando entre Sudamérica y Asia, España, algo de Europa y Oriente. Cuando comprendí su modo de vida me generó tanta envidia que cada vez que cerraba el libro deseaba no haberlo conocido. A los cinco minutos volvía a beber de sus páginas.

Mauricio Wiesenthal y su dádiva literaria. Compostura, elegancia e intelectualidad. Cualquier libro del carismático escritor es una joya intelectual, sin embargo, el recorrido por el Orient Express es el mejor ejemplo que representa el movimiento literario sin despeinarse.
La guía para viajeros inocentes de Mark Twain fue un antes y un después en mi forma de concebir la escritura. El humor irónico de Twain, adherido a las inclemencias de la época, hacen que la visión del lector se relaje y disfrute en todo momento de los escenarios por donde sucede la trayectoria. Altamente recomendable leerlo con una copa de vino tinto.
Viajé a Grecia con Xavier Moret como él lo hizo con Ryszardd Kapucinsky y pude descubrir la Grecia clásica, Heródoto y al padre de la literatura de viajes.
En Atenas me reencontré con Petros Markaris y busqué en cada esquina la impronta mediterránea que caracteriza esta ciudad y los textos de los tres venerados escritores que viajaron conmigo.

Con el Manual de periodismo y viajes del profesor Santiago Tejedor aprendí la importancia de llevar siempre un cuaderno de bitácora durante los viajes y las directrices para escribirlo durante el camino. Sus principios me recordaron a La invención del viaje que la escritora que Juliana Gonzalez-Rivera redactó para recordarnos a los lectores la importancia del aprendizaje durante el trayecto.
La biografía de Mario Benedetti redactada por Mario Paoletti es un libro al que recurro a menudo. Lo compre de segunda mano en la Cuesta Moyano de Madrid y nada más empezar a leerlo me pareció extrañamente interesante, una mezcla entre familiar y contemplativo. Tenerlo a mano me acerca a la literatura de los sabios.