Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste (Ed. Tusquets)

Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste (Ed. Tusquets)
photo_camera Vengo de ese miedo, de Miguel Ángel Oeste (Ed. Tusquets)
Esta novela tan poliédrica y coral y de época como personalísima y repleta de finura moral, es un artefacto narrativo fácil de entender, difícil de digerir e imposible de olvidar. ¡Sí, esta novela es un prodigio!

   La literatura del yo como expresión de la modernidad literaria la introduce en nuestra cultura Dante Alighieri al contar en primera persona su Divina Comedia, y convertirse en personaje y protagonista de tan deslumbrante libro.

   Hasta entonces, en la literatura occidental no había existido el Yo, ni siquiera vagamente alegorizado en algún personaje. Pero, a partir de Dante y su Comedia narrado con hiperimaginación y rimados rigores trascendentes, el Yo aparece, reaparece y desaparece según las épocas, los estilos, y los autores.

   Por ejemplo en tiempos modernos la literatura del Yo se llama Romanticismo, y en este sentido el siglo XX español literariamente ha seguido siendo romántico, o bien por la presencia del Yo, presencia siempre lírica (como ejemplo se me ocurren las novelas de Azorín y su reencarnación, Francisco Umbral), o bien por el maquillaje parcial o la huida imposible del fuero del yo, tan evidente en escritores como Proust: escritores que no necesitan citarse a sí mismos ni hablar en primera persona para estar presentísimos en el relato.

   En la nueva narrativa española de hoy hay una veta fértil de romántica narrativa del Yo, exactamente de autoficción, heredera de E. Carrere  y Alice Munro y que cuenta en su mejor expresión, a mi juicio, con las novelas de Manuel Vilas, Marcos Giralt Torrente y Kirmen Uribe.

   Pero la autoficción en los nuevos narradores últimamente muestra síntomas de agotamiento, y de hecho ha sido superada por una escritura experimental que pone parcialmente en cuestión la expresión del Yo del autor.

   ¿Cómo escribir desde un yo que se sabe inestable y escurridizo si no es encontrando un distanciamiento adecuado e igualmente vulnerable al azar y a la contingencia de la vida? Ésa es la pregunta que se hacen Coetzee o Paul Auster, pero también Esther Tusquets, Félix de Azúa, Javier Marías, Enrique Vila-Matas o Soledad Puértolas (y antes Francisco Umbral). Todos ellos pioneros de esa apertura narrativa que consiste en querer haber pasado antes por la historia para narrarla.

   Y precisamente ahora que los nuevos novelistas parecían haber agotado las posibilidades narrativas del Yo viene Miguel Ángel Oeste con su nueva novela, uno de las más impactantes del año, a beber como influencia para su narrativa del yo de una fuente nueva: los poetas del confesionalismo norteamericano.

   Conviene hablar con finura sobre teoría de la literatura, y afinar en la preceptiva teórica, al glosar esta novela en una reseña pues, más allá de su llamativa desnudez, es muy brillante narrativamente el texto a nivel procedimental.

   Y todo lo que sabemos sobre teoría de la literatura lo hemos aprendido de la poesía.

   Por eso hemos de señalar que la poesía confesional, por referirla utilizando la nomenclatura teórica acuñada por Macha Rosental en The Modern Poets: A Critical Introduction, es una corriente que surgió en Estados Unidos en la década de los 50 (se trata de una poesía muy personal o “del yo” que, frente a discursos totalizadores devenidos de la herencia del impersonalismo de T.S. Elliot, trata de dar testimonio y de propagar la conciencia de que cada persona es alguien en especial; que nadie es nadie). En sutil contraste con la espontaneidad y el coloquialismo preconizados una década más tarde por los poetas del movimiento beat, en la poesía confesional el contenido de los poemas aparece como eminentemente autobiográfico y se caracteriza por la crudeza emocional, un aumento de la percepción del cuerpo y una audaz introspección lírico-psíquica en una serie de materias íntimas que eran consideradas tabú en la época como las enfermedades, los traumas, los delirios, la sexualidad desgobernada o el suicidio. Y hay que decir que el aspecto psicológico se acentúa de una manera particular en algunos de los autores confesionales como Anne Sexton, que comenzó a escribir esta poesía a propuesta de su terapeuta… La corriente confesional está asociada con poetas como Sylvia Plath, Anne Sexton, John Berryman o W.D. Snodgrass, pero hemos de considerar a Robert Lowell, con su obra Life Studies, como el precursor de esta corriente (precisamente Plath y Sexton eran discípulas de Lowell y es evidente la influencia de su obra en los trabajos de las dos, en el caso de Sylvia Plath particularmente acentuado en The Colosus).

    Como si fuera un nuevo Robert Lowell cruzado con Sylvia Plath, Miguel Ángel Oeste lleva la literatura del yo dolido, sufriente y supurante, la narrativa con formato psicoanalítico y aspecto de desahogo biográfico y tintes de autoexhorcismo, a su máxima y mejor expresión.

   Vengo de este miedo es por un lado la dura y cruda historia familiar del autor y protagonista como contesto para la descripción y digestión psicológica de su yo abusado.

   Pero por otro lado Vengo de este miedo es una novela escrita con las notas sobre como se escribe una novela así, y cuales son los retos al escribirla, y cuantas son las tentaciones para no acabarla, y hasta donde llega a ser valentía lo que parece desnudez y gran generosidad literaria lo que parece mera escritura terapéutica.

   ¿Cómo se escribe desde el yo y sin permiso para inventar la novela de lo que fuiste y lo que eres cuando has sido abusado sexualmente por tu padre y has vivido un rosario infantil de abusos, vejaciones y humillaciones? ¿Cómo se consigue convertir el retrato de tu familia cruel en un retrato de época pero sin maquillaje ni subterfugios estilísticos ni juegos florales verbales? ¿Cómo se habla del daño que te ha proporcionado tu familia con todo lujo de detalles pero sin que el relato resulte victimista ni escabroso sino que termine haciendo mejor al lector? ¡Pues Freud y Lacan dirían que siendo una de esas personas elegidas que logran sublimar el síntoma mediante el arte para seguir viendo! ¡Y nosotros diríamos que más bien eso se consigue solo teniendo mucho talento y muchos cojones!

   El mundo de la novela es la Málaga de los años 70 con los inicios del turismo y todo lo que eso conlleva, como en su anterior novela  Arena (Ed. Tusquets, Premio Silverio Cañada a la mejor primera novela del año concedido en la Semana Negra de Gijón, me vanaglorio de haber formado parte del jurado que premió ya entonces a este escritor).

   La prosa es austera y eficaz y periodísticamente funcional como de novela negra true crime pero por momentos te toca con lírico talento un nervio del alma y te deja seco.

   Los personajes principales son un padre carismático pero egoísta como un monstruo y tan natural e intrínsecamente perverso como un tumor y una madre mucho más joven aunque no ingenua, pero el protagonista verdadero, sufriente pero luminosa y milagrosamente superviviente es el propio escritor y personaje viviendo su infancia y adolescencia en una casa que no era un hogar sino un campo de minas.

   El procedimiento narrativo de esta novela es periodístico, a medio camino entre la crónica y el perfil: tras el fallecimiento de su madre, a cuyo entierro Miguel Ángel Oeste no va, este autor hace un reporteo con entrevistas a su familia para documentar objetivamente quien era su padre y quien su madre. El reporteo es en esencia esta novela. Y la conclusión primordial con la que se encuentra el autor y protagonista es que la literatura salva, que te hace comprender y digerir hasta lo más crudo de la vida, y también que menudo mérito tiene este escritor y personaje por no haber matado a su padre ni haberse matado…

   Esta novela tan poliédrica y coral y de época como personalísima y repleta de finura moral, es un artefacto narrativo fácil de entender, difícil de digerir e imposible de olvidar. ¡Sí, esta novela es un prodigio!

   Hay que leer a Miguel Ángel Oeste.

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