Afganistán, la mirada detrás de un Burka

Queridos lectores, olvidarse de estos títulos sería como olvidarse del conflicto que impregna de nuevo las calles de Afganistán.

Cuando una persona occidental piensa en Afganistán, es probable que su mente no procese imágenes con bosques otoñales o valles cubiertos de nieve. Sin embargo, en el este de Afganistán, conviviendo entre minas letales escondidas al borde de la carretera y bosques tan hermosos como un paisaje noruego, se alza la región de Nuristán, caracterizada por la pobreza de su gente y los ojos verdes de su población

El periodista afgano Bilal Sarwaya se inició en las redes sociales con un propósito quimérico: dar a conocer su país a través de los paisajes desconocidos de su tierra. Utilizando el hashtag #AfghanistanYouNeverSee (#ElAfganistanQueNuncaVes) nos muestra la cara más bella de su pueblo y aunque su cuenta de Instagram esté copada por los sucesos políticos actuales, el periodista se esfuerza en viajar por su tierra para documentar a los extranjeros sobre la riqueza que poseen las diferentes regiones que visita.

Imagen de Bilal Sarwary

Si nos desplazamos con él hacia el sur del país, el espectáculo nativo se torna adusto, legendario, con unos trazos de paisaje lunar que nos recuerdan a la extinción de la vida humana. En el mercado de Kandahar es fácil comprar un burka pues en todos los puestos callejeros los tienen ahí, de cualquier forma, colgados por sus casquetes como si se trataran de medias de poliéster usadas. No hay duda de que la orografía adusta e infértil de la tierra ha contaminado el carácter de los vendedores de ropa.

En Herat es fácil perderse entre tanto polvo. Las montañas quedan lejos de la cotidianidad y las armas están demasiado presentes en la vida diaria. Los rostros de las mujeres son inexistentes, como también lo es su vida, y en la mirada de los hombres se puede percibir un cansancio acumulado donde, después del trabajo y los rezos, solo disponen de tres horas para dormir y ninguna para vivir.

En el centro de la manzana se encuentra Kabul. La hermosa, moderna y ultrajada Kabul. El escritor Khaled Hosseini nació en la capital del Imperio y, gracias a la destreza de su pluma, retrató la vida afgana en sus peores momentos. Sus libros son joyas que he ubicado estratégicamente en mi biblioteca como recordatorio: nunca se debe perder de vista la historia.   

Khaled Hosseini aborda el conflicto de Afganistán desde los dos colectivos más vulnerables y sensibles que existen: los niños y las mujeres. Con sus argumentos literarios pinta un cuadro de colores y utiliza la situación bélica de fondo para centrarse en los verdaderos afectados de la situación contractual. 

Cometas en el cielo (Salamandra, 2003) despertó el interés de la crítica internacional cuando, abrigados por el amparo de una tela de papel, dos niños de diferentes estatus sociales compiten en el concurso anual de cometas. Las relaciones familiares, el olor inminente de la pólvora y la relación preadolescente marcada por la superioridad intelectual de uno de los dos protagonistas despiertan en el lector la parte más sensible que posee. 

Escrita con la tinta de la misma ciudad, Mil soles esplendidos (Salamandra, 2007) es la historia de la plenitud, el amor ilimitado, el abandono, el horror más horroroso, la soledad y la realidad de un país que no camufla las porquerías que lo rodean por mucho que la política internacional los presione. Un país que, a golpe de fusil, ha logrado implantar el radicalismo olvidándose de la religión y que se esfuerza en destripar los derechos humanos atacando a las que, según ellos, son el blanco más débil. Con menudo barco se han topado. Pocos libros he leído tan poderosos como este y pocos títulos he escampado tanto como este. 

Mil soles esplendidos es el libro, por antonomasia, de las mujeres afganas y de lo que significa la palabra amistad indistintamente del lugar donde se practique. 

Después del éxito mundial de estas dos novelas escritas por una de las mejores plumas del panorama literario internacional, llegaron más títulos del mismo autor. Y las montañas hablaron (Salamandra, 2013) y Súplica a la Mar (Salamandra, 2018) escritas con prosa exquisita y no menos sensibilidad que sus dos antecesoras. 

Queridos lectores, olvidarse de estos títulos sería como olvidarse del conflicto que impregna de nuevo las calles de Afganistán

Leyendo sus historias personales nos acercamos a los colectivos más vulnerables. Leyendo las contamos para que no caigan en el olvido. Leyendo nos perdemos en los libros y, por fortuna, leyendo también nos encontramos en ellos.  Y ustedes, ¿leen?

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