En alguna parte de Afganistán, una mujer contempla con amargura el burka que yacía abandonado en el fondo de sus recuerdos y que ahora esclaviza, de nuevo, su poderoso cuerpo. Al desempolvarlo, mira sus dedos a través de la rejilla mientras pasea sus pensamientos por la espesa tela, la misma que cuece la piel como una esponja de esparto. Esta mañana le ha explicado a su hija el interés que debe mostrar por los zapatos que ahora lleva puestos su madre, pues es la única prenda visible a ojos ajenos que diferencia a unas mujeres de otras. La voz se ha perdido en su interior, la historia se repite en el tiempo. Afganistán revive sus miserias y los señores de la guerra vuelven al poder para regodearse en sus propios horrores.
Sima Samar estudió Medicina en Kabul en la de década de 1970 y fue Exministra de Estado para Derechos Humanos de Afganistán los años 2019 y 2020. En una entrevista lanzada al mundo en el año 2019, esta mujer de aspecto bondadoso y cabello cano, aseguró que los talibanes nunca volverían a subir al poder de Afganistán, “la democracia no lo permitirá”. Samar se equivocaba. El gabinete político del presidente Ashraf Ghani Ahmadzai vendió su miedo a los terroristas islámicos la víspera del 20 de agosto de 2021 y, con este gesto, cedió la varita mágica con la que se manejaba un país plagado de corrupción y desconcierto.
Desde la otra parte del mundo contemplábamos encogidos como el vuelco político acaparaba minutos informativos y, aunque nos parecían unos cambios aberrantes, la canción no nos sonaba lejana. “Historia de Afganistán, de los orígenes del Estado afgano a la caída del régimen talibán”, escrito por el profesor Daniel Gomà Pinilla desmenuza con detalle la historia geopolítica de un país que, en todas sus formas y núcleos, es una tierra fascinante.
El libro, editado por la Universidad de Barcelona, narra cómo los afganos se sobrepusieron de los ataques de Alejandro Magno (330 a.C.) y superaron la terrible conquista de Gengis Khan (1219); como soportaron la presión británica sin ceder un centímetro de sus tierras y como resistieron a las influencias persas y chinas que rozaban sus fronteras sin que les temblara ni una sola pestaña en las líneas de defensa.
La situación geográfica del país, encajonado entre cuatro poderosos imperios, se ha convertido en una maldición estratégica a lo largo de su historia, sin embargo, cuando la recién fundada Unión Soviética le puso ojitos al rey Amanullah Khan (1892 – 1960) fue muy difícil que la corona controlara sus impulsos.
El acercamiento al régimen comunista introdujo en Afganistán unas reformas sociales, políticas y económicas que concluyeron en el año 1965 con la creación del Primer Parlamento Afgano. En esta época se tomaron las famosas fotografías de cómo vivía la juventud en su capital, Kabul: mujeres que iban a la Universidad en minifalda, mujeres que utilizaban el derecho al voto, mujeres que se manifestaban sin miedo y mujeres que disfrutaban de la inexistente segregación entre sexos. La Edad de oro no iba a durar mucho tiempo.
Más adelante, y como también recoge Jorge Melgarejo en su libro “Afganistán, la guerra enquistada”, David Khan, primo del último rey afgano, daría un golpe de estado (1973) y crearía una República, disolviendo el Parlamento y acercándose a Estados Unidos. El gigante en la sombra luchaba encarecidamente por acabar con el comunismo y obtener lo que rusos deseaban: el control del principal productor de opio del mundo, la posesión de inmensas reservas inexplotadas de gas natural y la intervención del transporte de petróleo del Golfo pérsico.
En el año 1978 se produjeron las primeras revueltas comunistas (una lucha de gallos entre dos potencias que se batió en suelo afgano) y con ellas el nacimiento de los campos de entrenamiento de los muyahidines sufragados por Estados Unidos: si no podemos combatirlos desde la distancia lo haremos desde casa. Un par de años después la guerra estaba en su pleno apogeo para vivirla en la zona civil durante décadas.
La victoria de los muyahidines sobre los soviéticos fue acogida por el pueblo como otra nueva medalla que colgar del cuello afgano. La escritora y Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich relató el sufrimiento de las madres rusas en su libro “Los muchachos de zinc”. La crudeza del relato sorprende, trastoca y aplasta hasta al más duro de los lectores. Las bajas fueron tan abismales que la Unión Soviética colapsó los talleres funerarios y tuvo que encargar ataúdes de zinc, más baratos y livianos, para transportar a sus chicos de un país a otro. Dicen que en una guerra nadie gana. Yo siempre he pensado lo contrario.
Una vez erradicado el comunismo y con las mieles de la victoria embadurnando la corona de laureles, los muyahidines no esperaban encontrarse con el enemigo en casa: los talibanes, sus benditos y adorados discípulos, ambicionaban el poder y harían lo que fuera para conseguirlo. Cuatro años de conflicto armado acabó con los sucesores de la guerra santa en lo alto del gobierno. A nadie se le olvidará la imagen de un grupo de hombres desaliñados sentados sobre un escritorio de caoba brillante como si fueran perros comiendo de un plato de porcelana fina. El escritor Ahmed Rashid analiza la filosofía extrema y opresiva que llevó a cabo el grupo religioso y explica minuciosamente la realidad del país a través de su movimiento en su libro “Los talibán. Islam, petróleo y fundamentalismo en Asia Central”. Si embrago, el autor se olvida de mencionar las intrigas relacionas con el tráfico de heroína y petróleo que sustentan sus derramas económicas. Ups.
Tendrían que pasar muchos años de asesinatos, lapidaciones, violaciones e injusticias humanas para que el gobierno norteamericano tomara cartas en el asunto. Eso y que Bin Laden estrellara un avión contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. El gran hermano americano había estado hibernando durante más de veinte años: aunque hubiera otro tipo de vulneraciones étnicas, religiosas y racistas en su país, éstas no estaban acometidas por un grupo extremista radical y barbudo. Cuando el bufido de oriente le despertó de la siesta, levantó las orejas y atacó.
De la monarquía que sostuvo Amanullah Khan hasta la retirada del gobierno talibán en el año 2011, escritores y expertos han narrado los diferentes escenarios que se han sucedido en un país donde todos los imperios que intentado conquistar, han fracasado en su intento. Sin embargo, fue el ascenso de los talibanes al poder en el año 1996, lo que trajo a la literatura un sinfín de novelas y relatos autobiográficos incomparables en calidad y estupor.
Mientras rebusco en la biblioteca y comparto los próximos títulos apaciguo mi impotencia repitiendo un proverbio árabe que escupe mis pensamientos sobre la situación actual en Afganistán: señores, “lo que hoy es fuego, mañana será ceniza”.