Bienvenidos a Hebrón: La dignidad de una "ciudad fantasma"

Ilustración de Farruqo
photo_camera Ilustración de Farruqo
Cuando una persona árabe abre la puerta, la política sale por la ventana y es inconcebible pensar que los terroristas que han atacado tantas veces el país vecino puedan salir de los vientres de mujeres tan pacificas

Hoy nos desplazamos desde Jerusalén hasta Hebrón en el autobús n.380 que recorre los 29 km que separan a una ciudad de otra en 35 minutos, ¿están preparados para descubrirse a si mismos? 

Según el libro El sentido del viaje de la escritora y profesora de Literatura Comparada Patricia Almarcegui, dentro de los elementos que caracterizan el viaje, el desplazamiento es el más significativo. En él se pueden integrar todos los motivos que configuran nuestra salida y situar con claridad la importancia del trayecto.

El viajero que se desplaza por escenarios novedosos entiende que cada etapa es, en definitiva, una búsqueda de sí mismo y un encuentro con el destino caracterizado por la emoción del principio y los nervios del final. Con esta manera de aprendizaje, el viaje transforma la relación con el lugar e influye en la mentalidad, la personalidad y las vinculaciones del viajero. 

Pese a la rapsodia con la que Patricia Almarcegui nos describe la importancia del trayecto, viajar hasta Hebrón supone un cambio drástico en la manera de concebir el desplazamiento. Atrás quedaron las praderas verdes copadas del aroma del jazmín, las carreteras desbordadas de naturaleza viva y el sonido de las golondrinas que anuncian la próxima migración. Bienvenidos a Hebrón: la ciudad que mantiene la dignidad por encima de la sombra belicosa. 

Hebrón es la ciudad palestina más grande de Cisjordania, la más abandonada, la más hostil y la única en la que los asentamientos israelíes están dentro de la propia ciudad, aunque estos estén considerados ilegales para las comunidades internacionales.

Fotografía de Miguel Ángel Troncho

Su superficie está dividida desde el año 1997: el 80% de la población está controlado por el gobierno palestino mientras que el 20% restante lo administra Israel. Esto quiere decir que, en una zona concreta de la ciudad, cuatro mil palestinos conviven bajo las exigencias de un grupo de ochocientos colonos que juegan con la de la impunidad escondida entre los chalecos antibalas de los soldados que los protegen. Como no podía ser de otra manera, la proximidad entre ambas comunidades crea fricciones a diario siendo la violencia el pan nuestro de cada día.  

Una reja metálica protege las cabezas de las piedras (y diversos objetos más puntiagudos e incendiarios) cuando caen sobre ella. Sin embargo, lo que más sorprende del núcleo urbano no se muestra a primera vista por mucho que Israel quiera ocupar la foto de portada. La dignidad que desprende este pueblo se esconde en cada casa, en cada niño devuelto y rehabilitado, en cada musulmán que se despierta para abrir la tienda de un judío y en los cientos de adoquines que componen el entramado de calles que, pese al superfluo abandono, se esfuerzan por mantener el encalado luminoso que algún día lucieron. 

Cuando una persona árabe abre la puerta, la política sale por la ventana y es inconcebible pensar que los terroristas que han atacado tantas veces el país vecino puedan salir de los vientres de mujeres tan pacificas y dignas como las que existen, ahora mismo, en esta ciudad: gente honorable que pinta sus casas con el símbolo de la paz mientras escucha como por la azotea entran los soldados a increparlos para que abandonen sus hogares. Sigo sin entender un conflicto que ni ellos mismos comprenden.

La colmena de viviendas que supervisaban hace años las tiendas del mercado palestino se han convertido en un avispero rencoroso de silencio y resentimiento. La mirada de los soldados que se pasean orgullosos ante las banderas blanquiazules se pegan en las costuras de la camisa como un mal presagio y hasta los niños, que siempre sonríen ante la mirada indiscreta de una cámara, se ocultan entre los barrotes de sus casas atemorizados por la curiosidad del viajero.

A los israelíes que hostigan a los palestinos no les gusta que hagamos fotos de cómo sus soldados custodian el cementerio palestino imposibilitando el acceso de los familiares a visitar a sus muertos. Hasta este momento de paz les es arrebatado. La presión suma un extra de peso en los zapatos, la tranquilidad se ha esfumado en el mismo momento en que los soldados, la mayoría de ellos sorprendentemente jóvenes, apuntan constantemente con el seguro de la metralleta despasado. 

Fotografía de Miguel Ángel Troncho

Cuando el libro Rompiendo Filas, negarse a servir en Cisjordania y Gaza cayó en mis manos, la sorpresa inundó la lectura. Tras décadas de opresión y hostigamiento, un grupo de militares israelíes rechazaban servir en los territorios de Gaza y Cisjordania denunciando la brutalidad que se ejercía a diario en los territorios ocupados. 

A partir de nueve entrevistas a cargo de la periodista Ronit Chacham, este libro traza el retrato de sus integrantes e intenta calibrar su influencia política y personal mediante las experiencias vividas en las calles, en los interrogatorios, en los secuestros y en los enfrentamientos cara a cara. 

El movimiento de los “refuseniks”, que traducido al español pierde fuerza e identidad, pretende convencer a la sociedad de que la violencia injustificada quebranta los principios sionistas y supone una amenaza para la propia Israel. 

Israel, la misma que se esconde en su historia para apropiarse de un pedazo de roca ubicada en La tumba de los Patriarcas, otro elemento histórico que sustenta la motivación religiosa para querer apoderarse de un territorio sin fronteras. 

La Tumba de los Patriarcas es un pañuelo amargado que recoge las plegarias de los fieles que a ella acuden y por el que se pelean ambas comunidades. 

Como ya sucede en la Ciudad Vieja de Jerusalén, una pared separa el idioma, la cultura y las tradiciones de dos pueblos enfrentados. ¿Terminará algún día esa guerra divina? Hamdân Awad, vecino de Hebrón, musulmán y abnegado cree que no. Y cree que sus hijos tendrán que pagar las consecuencias de que sus padres hayan decidido luchar pacíficamente por una tierra más antigua que todas las religiones juntas.

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