Corresponsales de guerra, corresponsales de vida

El tesón de los corresponsales de guerra les ha costado la vida a centenares de reporteros y, aun así, la inmersión en esta tierra parece una experiencia imposible de abandonar. Los testimonios de estos periodistas no solo son un compendio de historias de guerra de la misma manera que Afganistán no solo es un país transformado en ascetismo

“Sin la presencia de periodistas, el mundo sería mucho más opaco”Este es el argumento que sustenta el discurso de Antonio Pampliega, el periodista que fue secuestrado por Al Qaeda y que vivió 299 días con sus captores en mitad del desierto sirio.

En su libro, En la oscuridad, (Ediciones Península, 2019) el autor resta importancia al valor y narra su propio secuestro: la agonía, el desfallecimiento, la monotonía, las crisis paranoicas y el miedo. Antes de este suceso que le marcó la vida, Pampliega viajaba con la adrenalina adherida a los bolsillos de su chaleco;después de pérdida de contacto con el mundo exterior, la percepción cambió y la responsabilidad profesional le empujó a contactar con la gente autóctona para poder contar sus historias, desmarcándose de los enfrentamientos bélicos.

Antonio Pampliega, periodista (Ed.Planeta)

El ego se quedó hundido entre las miserias, el olor a muerte y hachís. El poder de la palabra le hizo callos en sus manos y, con rapidez, se lanzó a contar la vida del italiano Alberto Cairo en su libro “Afganistán, las trincheras de la esperanza” (Ediciones Península, 2018). 

Con las historias paseando por delante de sus ojos, volvió la ilusión por el periodismo, por los viajes, por la emoción de sentirse libre. Sintió el privilegio de volver a confiar en la gente y desapareció el miedo a regresar a las zonas de conflicto. Su pasión literaria lo empoderó para publicar su último libro, Flores para Ariadna, (Crossbooks, 2021) donde relata la soledad de una niña afgana que camina entre la guerra y el desespero.  

Profesionalidad, carisma, confianza. Sobre las espaldas de Ramón Lobo pesan las cuatro décadas que le ha dedicado incondicionalmente a su trabajo. Iraq, la guerra de los Balcanes, Afganistán y una larga lista de países que no vislumbran la paz. El periodista de voz profunda y mirada bondadosa ha recorrido el mundo informando sobre la política exterior y asumiendo, siempre con deportividad, que las generaciones posteriores le aprietan el paso. “No soy capaz de ver el peligro que corro en cada momento, pero soy consciente de que mi mayor temor es no saber contar una buena historia”. 

Cuadernos de Kabul (Ediciones Península, 2010) recoge el testimonio de hombres, mujeres y niños que esperan el resultado de las elecciones presidenciales del año 2009 en Afganistán. Con la empatía rasgando cada hoja, el periodista y escritor Ramón Lobo se introduce en la vida cotidiana de las personas con las que habla hasta encontrar una conexión tan profunda que disuelve cualquier diferencia entre el entrevistado y el entrevistador.  

La experiencia corre por sus dedos como la adrenalina activa la cámara fotográfica de Amador Guallar, periodista y fotógrafo que lleva diez años retrasmitiendo el drama afgano a través de sus textos y sus imágenes.  

Guallar aterrizó en Afganistán en el año 2008 y, diez años después, decidió plasmar sus conocimientos en el libro En la tierra de Caín, (Ediciones Península, 2019). En él narra cómo fue la convivencia con las tropas estadounidenses y detalla la experiencia de visitar los campos de refugiados sembrados de minas antipersona.  

Con un talento innato para aprender las estrategias militares, Guallar especifica como fueron los diseños que propuso para la propaganda militar de la OTAN y también para las campañas de la ONU. Su perspicacia le hizo sobrellevar los ataques terroristas y poder explicar las desigualdades sociales, la violencia extrema contra las mujeres o el éxodo de la juventud que, harta de los conflictos que aprietan su tierra, decide abandonarla sin mirar atrás. 

Amador Guayar, periodista y fotógrafo, con dos talibanes

Pese al miedo que supone regresar a las zonas en conflicto, Mikel Ayestaran es uno de los periodistas más especializados sobre Oriente Medio que copan el panorama internacional en este momento. Su libro Jerusalén, Santa y Cautiva (Ediciones Península, 2021) es un repaso didáctico sobre el combate que se pugna a diario en Tierra Santa; una tierra lastrada por las pasiones religiosas. En él, el periodista no solo se convierte en parte de cada relato, sino que la ciudad de Jerusalén es el escenario perfecto para interactuar con cada uno de los personajes.  Una simbiosis única entre el destino y la eficiencia de saber sabotearlo.

Ahora bien, si ustedes, desde la distancia que nos confiere la tecnología, osaran preguntarme cual es el libro que cambió mi visión sobre los corresponsales de guerra y sus vidas, sin ningún tipo de duda me decantaría por Oriente Medio, Oriente Roto (Ediciones Península, 2017): el Libro del Conflicto con mayúsculas.

Irán, Irak, Afganistán, Pakistán, Egipto, Libia, Yemen. No hay una sola “primavera” que Ayestaran haya pasado por alto ni uno solo de sus informes que no esté cargado de sentido común y aprensión. “Ahora tocaba compartir espacio con entrevistados, hablar de los interminables trayectos en taxi o autobús que nunca aparecen en las noticias e incluso revelar mis sentimientos y opiniones”.

Las anécdotas bélicas que sostienen cada capítulo le hacen al lector parte del entorno y si ustedes, con toda la premeditación del mundo, son capaces de disolver el sonido ambiente y buscar un lugar alejado de occidente, oirán el ruido de las balas igual que los protagonistas. Sufrirán por los muertos y bailaran con los vivos juzgando la política internacional e incomprensible que hace que estén viajando por un paisaje fatigado y no hayan elegido volar hasta una isla paradisiaca, con una hamaca lujosa y un daiquiri de ensueño.

La narrativa occidental se ha volcado durante décadas para visibilizar un conflicto cargado de asilamiento y misticismo. El tesón de los corresponsales de guerra les ha costado la vida a centenares de reporteros y, aun así, la inmersión en esta tierra parece una experiencia imposible de abandonar. Una droga en vena que los impulsa a los valientes a moverse incluso estando alejados del lugar en ciernes.

Los testimonios de estos periodistas no solo son un compendio de historias de guerra de la misma manera que Afganistán no solo es un país transformado en ascetismo. Sus paisajes de leyenda, la mirada inocente que desprenden los infantes, sus joyas arqueológicas y los cuentos ancestrales susurrados en mitad de la noche estrellada son solo los cimientos de una cultura que está más cerca del fogonazo que de la luz estable. Afganistán es un estado mental, y los libros de todos los escritores mencionados anteriormente así lo demuestran.  

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