Desde la Revolución castrista (1958) hasta el final de la Guerra Fría (1991), Cuba fue testigo de innumerables sucesos políticos que desestabilizaron la estructura del país y lo sumergieron en una burbuja de miseria y escasez.
Entre los acontecimientos históricos más trascendentes cabe destacar el desembarco de los americanos en los cayos Cochinos (1961), la famosa crisis de los misiles que casi acaba en la Tercera Guerra Mundial (1962), o el desahucio de 130.000 personas que abandonaron la isla desde el puerto de Mariel (1980) y que abrió una brecha entra Occidente y el Comandante: ¿Aprovechó la ocasión el Régimen para limpiar la isla de locos, asesinos y violadores o, por el contrario se echó basura sobre unos políticos que no querían crecer al mismo tiempo que el resto de países?
Fidel Castro sobrevivió en el poder a once presidentes norteamericanos, fue testigo indirecto del asesinato de su camarada el Che Guevara en Bolivia (1967) y furioso perseguidor de la vida del escritor habanero José Lezama Lima hasta que alcanzó su muerte en la más absoluta pobreza (1976). Viva la Revolución…
Que tiemblen los 90
Entrando en los años noventa, la bomba cubana acabaría explotando con la disolución de la Unión Soviética: no más petróleo, no más dinero, no más comida. Estados Unidos se frotaba las manos mientras bloqueaba económicamente al país y veía como su pueblo pagaba las consecuencias.
Aunque la reflexión sobre el desarrollo estuvo presente en la Cuba del cambio, la lucha por la subsistencia abrió una grieta en las generaciones que habían conocido un país exento de dificultades. Vamos a añadirle unas décadas de sumisión y un encierro económico en ciernes y veamos que nos pueden mostrar unos escritores en constante lucha por la libertad.
Pedro Juan Gutiérrez, o llámame mi amol
Seductor, espigado y burlón. Besucón incansable, espabilado y pasional, Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950) vivió la Cuba de los noventa y, cuando la necesidad le apretó el estómago, estuvo a punto de convertirse en “balsero”. El tamaño de los dientes de los tiburones lo disuadieron en el primer intento.

La sensualidad de los textos de Gutiérrez solo son comparables con uno de los grandes escritores del S.XX: parece que el difunto Charles Bukowsky (1920 – 1994) se haya reencarnado en el trópico para escribir, de una vez por todas, una buena narración (Diosito no me tengas en cuenta este sacrilegio).
De las grandes desgracias nacen grandes historias y su libro, Tres historias sucias de la Habana (Anagrama, 1998) tiene dos valores, como las monedas cubanas, y está compuesto por tres relatos, como la vida de su protagonista. Entrar en ellos es descubrir una Habana de sexo, placer y ron. Mucho ron.
El cubaneo, medio de subsistencia
La narración del libro de Pedro Juan Gutiérrez está cargada de valor e intención. La misma persona que vive al límite la parte pasional que nos regala la vida es la misma que se dedica a rebuscar en los contenedores de basura hasta encontrar latas de refrescos vacíos que rellenará y venderá a sus vecinos por la mañana. Trágico, pero real. “A veces pienso que al pobre le conviene ser más imbécil que inteligente”.
Al leer a Gutiérrez sentimos que el divertimento de la población es decadente, que el tiempo no pasa y que la isla continua flotando debido al peso que ha llegado a perder su población.

Los licenciados en ingeniería industrial conducen taxis remendados de sueños, los médicos de la isla cobran un salario 25 dolores al mes, las jineteras acoplan su edad según la demanda del turismo sexual y, aun así, el pueblo cubano se muestra tan respetuoso con el Comandante como el primer día. Depende de la alabanza que se le profiera al Régimen es mucho mejor bajar la voz, Fidel está en todas partes.
Padura, el espíritu lúdico de la isla
Fantasía, vivacidad y un irreprimible entusiasmo por la tertulia dan forma a la persona que encarna Leonardo Padura (Cuba, 1955). Mediante el inspector de policía, Mario Conde, Padura afianza la utopía de la lucha por una Cuba libre y se recrea en un pasado cargado de nostalgia, excesivamente luminoso por la presencia de la juventud y oculto por las esperanzas de las promesas de un régimen que amputa la ilusión de la población.
“Es cierto que mis personajes se han ido haciendo cada vez más descarnados y trágicos, pero lo es porque la realidad de Cuba se ha vuelto igual de descarnada y trágica”
“Solo creo en Dios cuando truena”
La única sonrisa (alguna mellada) que brindan los cubanos es al son de la música, tan presente en las historias de la calle como la vida de la propia ciudad. Ser habanero implica mucho más que un gentilicio y Padura es el transmisor de este gen desde que se decidiera publicar la primera novela de la tetralogía de La Habana “Pasado perfecto” (1991).

El realismo de sus textos es enternecedor debido la soledad (inaudita) que emana el inspector y, al mismo tiempo, veraz: el estilo sosegado es la prolongación del carácter cubano, que no tiene prisa por nada salvo por disfrutar de los pocos placeres que le brinda su sociedad.
En definitiva, la ciudad que conocemos en la actualidad nace de un país a todo color. El mismo color que ahora escarcha las fachadas de los edificios victorianos que tanto le gusta fotografiar a los turistas y ¿saben lo que esto significa? Que nosotros nos vamos y ellos se quedan.