...donde el tiempo pasa despacio
Yo debería de estar, en este desgraciado momento, en la “Casa de Ampy” situada en la calle Barcelona esquina con Galeano, detrás de la Plaza Curita, que es el centro neurálgico del transporte en Centro Habana, eje cultural, bullicioso y emblemático de la capital del país. Cojo aire, Cuba me abruma.
Maribel me cuenta con la boca llena de recuerdos que la casa donde vive Amparito con Yoel es humilde, cargada de una energía entrañable que huele a arroz con fríjoles y ropa vieja. El tándem de colores que impregna el ambiente es extravagante. La piel de Yoel resalta notablemente frente a la de Amparo, que le falta un punto de pantome para ser blanco nuclear (ambos se complementan fielmente hasta para eso). Si la Habana es bulliciosa, Centro Habana lo es todavía más.
Vivirla de otra manera no tendría sentido.
Una ciudad con sol y poca luz
Patrimonio de la humanidad desde hace más de treinta años, La Habana es rica en contrastes: la decadencia que experimentan sus calles se yuxtapone a las plazas que han sido rehabilitadas, los edificios que han sobrevivido al paso del tiempo contrastan con las fachadas de las casas apuntaladas con andamios de madera.
Si el viajero afina su objetivo, podrá fotografiar la vida de una ciudad tumultuosa y dicharachera que se hacina entre sus construcciones: mientras la población se multiplica la ciudad no crece ni un centímetro, obligando a los habitantes a compartir sus viviendas con personas desconocidas.
Sin embargo, y aunque aparezca que todo lo que la rodea está mermado, el espíritu del habanero permanece intacto. Y para ello, solo hay que subirle el volumen a la radio: Cuba baila bajo las tormentas políticas que aprietan su música año tras año.
“DIOS NO VIVE EN LA HABANA” de Yasmina Khadra

Ejemplo de la situación actual que atraviesa el país es el libro “Dios no vive en La Habana” (Alianza, 2016) de Yasmina Khadra (Kenadsa, 1955). Para viajar a Cuba no hace falta un mapa y Khadra ha tenido la habilidad de recorrerlo con un viejo micrófono de mano. Son los movimientos simples y cotidianos de sus vecinos los que nos abren las puertas de su cultura: el perro del trompetista, la tienda de ultramarinos o la carcasa de un autobús olvidado. Todo tiene música gracias a Juan del Monte Jonaba, un cantante setentón que pierde su trabajo por la privatización del local donde canta todas las noches, el Buena Vista Café.
Su sentido del humor (y de la práctica) lo ayudarán a sobrevivir, pero las circunstancias se torcerán de la misma manera que se tuerce la moral de la ciudad, tan bella y trágica como la vida de las personas que la habitan.
“UN ASUNTO SENSIBLE” de Miguel Barroso

Cuba es un país magnifico y, al mismo tiempo, dispuesto a ponérselo difícil a quien quiera rebuscar en su pasado (que no significa lo mismo que ser conocedor de las situaciones que lo asolaban en el año 1958). Con la llegada al poder de Fidel Castro (1926 – 2016), los funcionarios al mando removieron de las bibliotecas públicas periódicos, revistas y cualquier otro documento que pudiera contradecir el discurso oficial del ‘salvador del pueblo’ y obligó a su gente a resetear la memoria interna. Nada de dudar, ni preguntar, ni buscar. Viva La revolución.
Investigar la dictadura de Batista es un trabajo laborioso que acaba con la recopilación de varios artículos donde no baila una coma del sitio. Los cubanos (y los extranjeros) tenían vetado consultar libremente los periódicos de los primeros años del castrismo, como lo constata el peridista español Miguel Barroso (Zaragoza, 1955) y lo consigna en su libro Un asunto sensible (Mondadori, 2009).
Presten atención, no sé si es más interesante el título o el subtítulo: Tres historias cubanas de crimen y traición. El asesinato de cuatro estudiantes comunistas en los últimos días de la dictadura batistiana sirve al escritor para indagar en el trasfondo histórico de la Cuba de los sesenta, cuando, a su juicio, la isla era “la trinchera de la guerra fría”.
“BATISTA, EL ÍDOLO DEL PUEBLO” de Alejandro Prieto Blanco

Gracias a los testimonios escritos y publicados fuera de la barrera del coral conocemos a la caterva de comediantes que anduvieron de casino en casino invitados por cortesía y gentileza del dictador en ciernes Fulgencio Bastista (1901 – 1976). El prostíbulo tropical, la llamaban. Pocas secuelas dejó en el carácter de sus gentes el maltrato sufrido por tamaño personaje. (Desconozco la virtud de la equidistancia cuando trato de opinar sobre las injusticias).
Bastita abrió la puerta del placer a los supervivientes del crack del 28, a los ricachones de Florida, a los contrabandistas de licores, a los mafiosos más conocidos del momento, a cantantes, actrices y gentes de la farándula, llenó de corrupción cada esquina de La Habana y dio carta blanca a todos los individuos de cuello blanco que se dispusieron a blanquear toneladas de dinero en sus casinos.
El escritor Alejandro Prieto (La Habana, 1954) aporta infinitos detalles en su libro biográfico “Bastista, el ídolo del pueblo” (Punto Rojo, 2017) que dibujan un país expuesto al poder. Mientras en la parte occidental se iba creando un sello propio con coches americanos, lujo y decadencia, al sector oriental se le concedió el derecho a morirse de hambre al son de los timbales.
De Villa Viciosa a Villa Esparanza
Si en algún momento se han preguntado si sirvió La Revolución para algo, no les quepa ninguna duda. Fidel llegaría cual jinete salvador en un caballo blanco para limpiar toda la vergüenza (y pobreza) acumulada durante tres décadas. La gente necesitaba adorar a un mito y él les ofreció la mejor religión: el castrismo. Comenzaba una etapa repleta de sustento, petróleo, sanidad pública y educación. Lo de la igualdad no venía en programa. Pero eso será en el próximo pase. Estén atentos. La función acaba de empezar y con ella, mis ganas insaciables de viajar a través de la literatura.
“Todos pertenecemos al Estado, Juan. Nuestras casas, nuestras carreras, nuestras preocupaciones, nuestro dinero, nuestros perros, nuestras esposas y nuestras putas, hasta las cuerdas con las que nos ahorcaran algún día son de ellos. Y cuando es Estado decide prescindir de nosotros, está en su derecho.”