La mujer que se presenta ante mi contrae el rostro de una forma trágica, se percibe que el dolor ha sido un mal compañero de viaje y que, aunque se haya intentado desembarazar de él, sigue presente en su vida.
Los gestos que provocan sus manos destilan reflejos del compromiso que un día adquirieron con el alcohol y su voz, que se escucha áspera y ronca debido a la tecnología ochentera, nos cuenta una historia conmovedora protagonizada por una mujer sensible, brillante, intuitiva, influyente, magnífica y, ante todo y sobre todo, soberbia.
Marguerite Duras (Indochina francesa, 1914 – Paris, 1996) siempre fue una escritora crítica, interesante y experimental. Rodeada (y defensora) de los largos silencios que provocaba con su saber estar, es la mujer de los mil adjetivos: extensa como un abanico abierto e inabarcable como el cauce del rio Mekong.
Para poder comprender una parte de su vida, la editorial Alianza reedita ‘El dolor’, un libro que reúne cinco relatos que la autora escribió en pleno éxtasis posbélico y que vieron la luz el verano de 1985, mientras, a 1.400km de distancia y obnubilada por la proyección del Doctor Zhivago, mi madre esperaba ansiosa el momento de saber de qué color serían mis ojos.
El texto abandonado
Marguerite Duras, cigarro en mano, desprende el eterno aire de mujer comunista que la encuadra en un contexto vulnerable. Sus gafas de pasta desmesuradas le confieren un aspecto entrañable que puede llegar a confundir a la persona que interactúa con ella pero, sin ir más lejos, es la viva imagen del sentimiento que da nombre al título de su obra.
Con su relato ‘El Dolor’ nos muestra, a brochazo limpio, la resistencia del ser humano ante el desconocimiento de la verdad, la capacidad de humillación que puede arrastrar una persona durante su vida y la evaporación de la energía cuando los intensos temores se convierten en realidad.
En pleno Holocausto, esta señora que empezó siendo una mera aspirante a ‘tocapelotas’, se atrevió a contar como era el sentimiento de vivir esperando que la muerte llamara a su puerta.
El dolor
Es tan extenso el término que parece indescriptible. Quien se atreva a elucubrar sobre él, tiene que conocerlo como si fuera su hermano gemelo, convivir con la angustia previa y posterior, sufrirlo en primera persona y, finalmente, sobrevivirlo, aunque el muy cabrón se encuentre agazapado en la sombra y estire hacia lo más oscuro de las tinieblas.
Para explicarlo con convicción hace falta valor y coraje, y de nada vale mostrar el padecimiento que atormenta al narrador si no le sabe poner duración a su letargo.
Todo, en este magnífico relato de 150 páginas, gira en torno a la vida y a la decadencia. A la lealtad y al amor. A la esperanza y a la lucha. Marguerite Durás sabía de lo que hablaba y convirtió su experiencia en la historia de todos. La compartió para poder soportar la idea de una muerte prematura a manos de un enemigo conocido y cercano: su propio gobierno, que vendió la libertad, la igualdad y la fraternidad de un futuro esperanzador mientras aniquilaba a los ciudadanos deportados en los campos de concentración.
Es en los ojos donde nace la sonrisa
La escritora que da vida a este compendio de relatos es capaz de estrujar el corazón de quien la lee como si se tratara de un papel a punto de ser arrugado.
Su historia es abrumadora. Su capacidad para afrontar la pena de la situación y su conocimiento del vocabulario para poder transmitirlo adecuadamente hace que se me ericen los pelos que no tengo.
Pero su narración no concluye con el fin del relato. Tras la vuelta, el reencuentro y la recuperación, comienza de nuevo la vida. Siempre. Luminosa y duradera. Una vida que deberá aprender a vivir sola.
Pero eso ya es otra historia que se debería de escribir en otra reseña…