El Oriente Express o como la magia del viaje está en el trayecto

El Oriente Express
photo_camera El Oriente Express
La ruta que une Londres con Estambul tiene paradas en Paris, Dijon, Karlsruhe, Estrasburgo, Milán, Venecia, Budapest, Bucarest, Munich o Viena y, dependiendo del momento histórico uno se puede encontrar a Salvador Dalí conversando con Maria Khalas o a sir Laurence Oliver coqueteando con la señora Agatha Christie

La literatura que nace de un tren tiene que ser, por fuerza, entrañable. En ella se funden las experiencias de nuestra vida de la misma manera que se suceden las estaciones en el camino. Todo se vuelve pequeño cuando nos ponemos en ruta, cuando el tren nos da un destino, una distancia, un más allá sin duración ni trascendencia y vemos pasar los recuerdos de nuestra vida haciendo “más bellas y voluptuosas las historias que, como las noches oscuras y las aventuras de amor, no tienen principio ni fin”.

“La inmortalidad comienza en la frontera” dijo Alejandro Dumas y, con la impresión que se siente al vivir dentro de un sueño, quiero sumergirme en una de las experiencias más maravillosas que parió el siglo XX. Hoy, nos vamos de viaje en el Orient Express.

Si cierran los ojos podrán ver todo lo que estén dispuestos a imaginar, como, por ejemplo, la decoración que enmarca cada panel de madera. Los compartimentos de este tren son de teca y caoba, adornados con preciosas marqueterías que simulan la naturaleza en cada dibujo. Las cortinas de damasco rojo se sostienen con alzapaños dorados y lo cordones del mismo color se balancean como los abrigos de pieles de las señoras que yacen en las perchas de latón y reminiscencia. Hasta los frisos cromados con flores que sostienen las redes portaequipajes han sido colocados con el mayor detalle y sofisticación.

Todo el convoy huele a cera fresca recién trabajada y a la vida burguesa que lo desborda. En los vagones destinados al restaurante, la carta enloquece al más inapetente: ostras frescas, rodaballo en salsa verde, filete de buey con pommes cháteau, pastel de jabalí y, de postre, crema bávara con chocolate vienes. Los vinos se eligen según se avanza por el recorrido.

La ruta que une Londres con Estambul tiene paradas en Paris, Dijon, Karlsruhe, Estrasburgo, Milán, Venecia, Budapest, Bucarest, Munich o Viena y, dependiendo del momento histórico en que nos queramos unir, uno se puede encontrar a Salvador Dalí conversando con Maria Khalas o a sir Laurence Oliver (el de arabia) coqueteando con la señora Agatha Christie.

En sus pasillos se dan cita los más extraños personajes literarios: altos funcionarios turcos que, temerosos de ser envenenados solo prueban el café preparado por sus fieles kahveci; viejos maestros que paren sacados de una novela de Tolstoi; nuevos ricos dignatarios; indios cargados de diamantes o condes austriacos que viajan con sus criados.

Si el pasado me brindara la oportunidad de charlar con alguno de todos ellos, yo no tendría ninguna duda en sentarme al lado de una joven bailarina holandesa que fue conocida por ser la mujer más peligrosa en la leyenda del espionaje. Mata Hari cosechó sus mejores informes en los vagones del Orient Express.

Viajamos, casi siempre, persiguiendo un sueño. Hay veces que desentrañar el rastro de esa quimera resulta sencillo y, en otras ocasiones, el motivo de nuestra salida es impreciso y vago porque su inicio está ligado a rincones oscuros de la memoria que se ocultan tras las brumas de los recuerdos.

Ahora viene la peor parte, la de la realidad: este viejo tren de lujo ha desaparecido como la vieja Europa. Si lo buscan, encontraran un éxodo turístico carísimo que quiere emular glorias pasadas con sabor a efeméride.

La caravana autentica, la de la aventura y el destello, se encaminó hacia las vías de la destrucción. En 1962 fue condenada a muerte por los caprichos de las dictaduras comunistas, maltratada y humillada hasta tal punto que, en Bulgaria, engancharon sus preciosos vagones a un convoy de mercancías y lo arrastraron como a un títere sin cuerdas, abandonado como un novio sin corazón.

Pero no teman ni se descuiden. Si no pueden pagar un billete en el famoso vehículo, pueden imaginárselo entre las páginas del libro del escritor, vividor, bohemio y extraordinario narrador Mauricio Wiesenthal: Orient-Express, El tren de Europa (Acantilado, 2020) de donde he sacado las ideas para contarles estas aventuras que, en comparación con lo que guardan los tesoros de sus páginas, son nimias y baratas. Y queridos lectores, recuerden… “No podemos pedirle al tiempo lo que solo nos da la distancia”.

Comentarios