Llego a Estambul cuando la noche se ha doblado como un pañuelo y por las avenidas solo desfilan las sombras del cansancio. El silencio se rompe por el carraspeo del tranvía que, a su paso por Santa Sofia, le enseña los dientes a los perros callejeros para que se aparten de la vía. Una hembra se ha descolgado de la manada y, con su vientre abultado, bosteza cuando me mira. Camino hacía ella y giro la esquina sin saber que mi curiosidad busca una revelación. La vida comienza entre las fachadas de colores que proyecta la noche. Bienvenida, me dicen sus lámparas. El animal que me sigue no deja de menear su cola.
Estambul no solo es una ciudad. Es una metáfora, una idea, una suerte de probabilidades que apunta al lugar al que deseamos que nos lleve la imaginación y en el que aspiramos a posar, en algún momento, el alma. Sus iglesias, mezquitas y palacios son el reflejo de una metrópoli con quince millones de habitantes que hoy se debate entre su dinamismo artístico y su capitalismo compulsivo. Estambul es un viaje de la mente y el espíritu y vivirlo de otra manera no tendría demasiado sentido.
Sesgada por un canal en cuyo nombre me recreo cada vez que lo pronuncio y tildada de soberbia por la historia que le precede, Estambul es bella a rabiar y auténtica hasta la saciedad. Por ella han pasado fenicios, griegos, venecianos o vikingos y se han asentado imperios que la han convertido en la urbe que hoy conocemos.
En su libro Estambul, la ciudad de los tres nombres (Crítica, 2021), la escritora e historiadora Betanny Hugues (Inglaterra, 1967) repasa la historia de la ciudad desde el año 6000 a.C. y se adentra en las profundidades de su cultura para examinar las conductas de su población tras siglos de conquistas.
La historia de esta metrópoli merecedora de sus tres nombres (Bizancio, Constantinopla y Estambul) acostumbra a dividirse en bloques correspondientes a los periodos antiguos. Sin embargo, a ojos de la escritora, el vigor cultural, político y emocional emana del hecho de que los límites temporales no alcanzan a encorsetar la narrativa de la localidad. “Estambul es un lugar en el que los espacios vinculan a la gente y la hacen cruzar el tiempo”, razón por la cual Bettany Hugues se ha embarcado en la hercúlea tarea de buscar pistas para contar el relato que destila la ciudad desde la prehistoria hasta nuestros días.
Que sus cerca de mil páginas no asusten al lector, pues el entretenimiento está servido en la misma bandeja que el conocimiento: desde la concentración de sinergias que cambiaron el curso de la historia hasta la evolución de sus habitantes que tuvieron que adaptarse a los cambios políticos el mensaje es claro y conciso: una ciudad pertenece a la gente que la habita.
Por eso, cuando camino por la Plaza Taksim más con los ojos que con los pies, no me detengo en la gente que increpa a los turistas para que compre baklava ni tampoco en aquella que ofrece el mejor café turco. Mi mirada busca todo aquello que no se ve. La madre que vuelve del mercado con los niños corriendo detrás de su sombra o la señora que pide limosna en la boca del metro. Gitanillos con la coleta rizada que se enganchan a la cola del tranvía de la calle Istiklal y vendedores de castañas que se afanan en vivar el fuego. Cada habitante tiene una historia que contar, una casa a la que volver, un sueño por cumplir, una frustración a la que culpar.
Estambul, una ciudad cuya topografía ha moldeado durante siglos su historia, ha sido escenario de la vida y de la obra de grandes figuras literarias, como el escritor, poeta, novelista y ensayista Ahmet Hamdi Tanpinar (Constantinopla 1901 – Estambul 1962), maestro del Premio Nobel Orham Pamuk (Estambul, 1952).
Tanpinar es considerado uno de los representantes más importantes del modernismo en la literatura. Recientemente, y gracias al trabajo del traductor Rafael Carpintero Ortega (Córdoba, 1962), su novela Cinco ciudades (Sexto Piso, 2018), escrita en el año 1946, ha aparecido por primera vez en español para deleite de los lectores. En ella, el estilo inimitable del autor nos emociona con una crónica de viajes que subraya el cuadro arquitectónico, musical, literario e histórico de cuatro ciudades a las que añade Estambul. Ankara, Erzurum, Konya, Bursa… Cinco capitales del Imperio Otomano donde el escritor mezcla los recuerdos personales con los conocimientos eruditos que emanan de su sensatez.
Involucrarse en el escenario que nos ocupa es la principal tarea del viajero que, atesorando cada detalle que le regala el atardecer, interactúa con los pescadores del Puente Gálata. A lo lejos, la silueta de la Gran Mezquita de Suleiman rasga el horizonte y nos hace achinar los ojos entre conmoción y asombro. No importa el ruido del tráfico o los vapores de los vehículos que pretenden taponar la vista sin conseguirlo. Ingenuos. No saben que nuestro viaje comenzó en las pesquisas de nuestra imaginación, entre las páginas de los libros que nos anunciaban que este momento llegaría y que tendríamos que estar preparados para vivirlo con la misma intensidad con la que predice el brujo un pronóstico afinadamente certero.
Estambul, antes de llegar a ti ya soñaba contigo.