Cuenta la leyenda que cada piedra gallega tiene una historia y en cada árbol vive un misterio. Sin embargo, cuando el viajero llega a sus tierras y escucha todos sus cuentos, entiende por qué las leyendas se quedan cortas: la modestia siempre ha sido uno de los mayores pecados de los gallegos. Galicia es la tierra del fin del mundo. “El que hasta aquí ha llegado, ya ha llegado a alguna parte”.
Los eucaliptos inundan los valles y las carreteras bifurcan su follaje. Respirar el frescor desde la ventanilla del coche es un privilegio que solo esta zona le puede regalar al viajero. Antes de llegar a Santiago de Compostela, el peregrino se convierte en una persona sagrada: todo gira en torno a él y su viaje, ya sea interior o exterior, y la placidez del recorrido marca el ritmo de la aventura. Para conectar con esta experiencia de forma plena, el libro Guía mágica del Camino de Santiago, un viaje en busca de lo mágico y lo sagrado en el camino de las estrellas (Luciérnaga, 2021) propone una ruta diferente con información básica para emprender este reto y también la información necesaria para descubrir las claves y lugares que harán de esta experiencia un momento transformador.

En pleno siglo XXI, el Camino de Santiago sigue vivo y es, sin lugar a dudas, la ruta cultural, artística, histórica, religiosa y espiritual más importante de todas las existen en el mundo. Sus pueblos están ubicados para el descanso y confort del viajero y en sus tabernas se ofrece el mejor producto para sostener estos días de cansancio y extenuación. Siguiendo la ruta francesa y a pocos kilómetros de Santiago, Melide se corona como la cuna del pulpo, y en ella hay que parar para santiguarse delante de tamaño manjar. Patatas a lo pobre, un choricito rehogado y unos huevos fritos son el desayuno, la comida o la cena ideal para reponer fuerzas, y a esto se dedican los cocineros del Restaurante A Garnaxa, cuando, con todo el empeño del mundo, atienden al cliente con devoción.

Sin embargo, no todos los caminos conducen a Santiago. En los confines de la región, entregado a una agresividad natural y oscilante, el cabo de Finisterre marca el kilómetro 0 de un recorrido que no solo es salvaje en su contenido, si no imperioso en su continente. La niebla casi siempre impide la visibilidad, pero, con paciencia, el peregrino podrá ver de nuevo el mar.
Finisterre. Según los romanos, aquí finalizaba la tierra. La sensación es intimidatoria y el terreno, escarpado, invita a la reflexión y la calma. Aunque en agosto los turistas son como volátiles motas de polvo, el entorno es un paisaje que se presta a compartir reflexiones, a detenerse, a pensar.
Antiguamente existía la creencia de que en este faro estaba la frontera entre la vida y la muerte, y una de las innumerables leyendas que existe sobre la Costa da Morte, acuña el lugar como el “fin del mundo”. Observar su inmensidad es retroceder en el tiempo hasta el momento en el que se creía que la tierra era plana y observar como el celta también se detenía en este lugar donde el sol muere cada día para renacer a una vida de luz y de paz.
Cuando la escritora de viajes, Annette Meakin (1867 – 1959), visitó por primera vez la zona quedó impresionada por el paraje y las trágicas muertes que se habían producido en él, lo que la llevó a apodar la zona como “Coast of Death”, aclarando que este nombre era conocido entre los marineros ingleses por los naufragios ocurridos. A partir de ese momento y también debido a la influencia de la prensa, se bautizó a esta franja abrupta como Costa da Morte, motivando a que un rio de leyendas sobre los barcos que quedaron sepultados bajo sus aguas perduraran en la memoria colectiva.

Una lectura recomendable se abre como las aguas de este mar bravo. Costa da Morte, sueños y naufragios (2022) es la obra de divulgación del escritor gallego Rafael Lema (1967) donde narra con intensidad historias sobre raqueros, balleneros, corsarios y guerras submarinas. El autor, conocido por su amplia bibliografía sobre la crónica naval gallega, también desmiente la leyenda negra de “una costa repleta de accidentes donde los buques usaban faroles en cuernos de vaca y hacían hogueras sobre monstruosos promontorios” y acusa las pérdidas a la niebla, el mal tiempo, la limitada maniobrabilidad de las embarcaciones, los nulos sistemas de medición, los errores en las cartas náuticas y la falta de señales marítimas.
Hoy Galicia, el Camino, la gastronomía y Finisterre han superado todas expectativas. Mañana será la Ribera Sacra, las Rias Baixas o sus ciudades. Escoger este lugar para sentir viva la vida es un acierto en cualquier época del año, porque, aunque suene a frase preconcebida, Galicia es sinónimo de calidad de vida.