“Volverás a mi huerto y a mi higuera, por los altos andamios de las flores, pajareará tu alma colmenera, de angelicales ceras y labores” Miguel Hernández.
Orihuela recibe al viajero con el mismo sol que acariciaba las mañanas de la posguerra. Destellos ocres y azules encienden las fachadas de las casas donde, a primera hora los niños duermen y, por la tarde, el corrillo de vecinas se reúne para seguir tejiendo la labor. Orihuela: el trino de los pájaros se esconde con el calor insufrible ahuecando las alas en busca de consuelo, el palmeral se parte entre las carreteras y la solemnidad eclesiástica nos sitúa en el tiempo. Aunque los años pasen, las calles se mantienen inmunes a los cambios.
Cobijada entre los muros de la casa familiar, la higuera donde el poeta escribió tantos versos como angustias se apoya sobre un puntal de madera. Años de sol y cadenas se cierran sobre su cintura. Al fondo, una puerta y, arriba, la pintura de una imagen desgastada sobre la piedra. Miguel Hernández está presente en cada rincón de su tierra. Más de veinte poemas escribió el poeta sobre ella. A fuego de arenal, Adolescente, Alegría, El alma de la huerta, Elegía. Su higuera no era para él solo un lugar de descanso o inspiración; los higos eran su fruta preferida y en sus árboles veía la expresión de la naturaleza, la fuerza vital exenta del dominio del hombre.

Así lo recordaba Pablo Neruda (1904 - 1973) en su biografía, Confieso que he vivido (1974): “Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno de él. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital, su rostro era el rostro de España”.
Ubicada en el casco antiguo de Orihuela, las fotos familiares colgadas en la Casa Museo sirven de señuelo a la memoria. El poeta pastor regresa a nosotros a través de sus versos mientras la voz vibrante de Joan Manuel Serrat se encarga de aderezar el momento. La música nos acompaña por las estancias haciendo del lugar una visita emocionante.
En una de las múltiples biografías escritas sobre el poeta, el profesor Jesucristo Riquelme (1956) repasa su obra analizando en profundidad sus versos. Orihuela de la mano de Miguel Hernández (1997) es un libro dentro de muchos libros; en este caso, los libros de Miguel Hernández: Perito en lunas (1933), El rayo que no cesa (1936), Viento del pueblo (1937), Cancionero y romancero de ausencias (1938 – 1941), El hombre acecha (primera edición secuestrada en imprenta y nunca publicada, 1939).

En el resto de la casa, las estancias están tan ordenadas y limpias que parece que esperen el regreso del ausente con un cesto de cebollas en la cocina y fruta fresca para saciar el hambre de dulce que produce otra ausencia, la de Josefina Manresa (1916 - 1987). Su joven esposa fue una pieza clave de inspiración y lucha. Nunca una mujer estuvo tan nombrada en la obra de un escritor y nunca unos versos fueron escritos con tanta pasión. De ahí que las jornadas hernandianas dedicadas al escritor y celebradas en su pueblo natal hayan ensalzado la figura de su viuda.
Tras la muerte de su marido, Josefina, que acabó perdiendo la vista de tanto trabajar, protegió la obra de Miguel Hernández desconfiando de todas aquellas personas que, en algún momento de su vida, habían confiado en él. Para aclarar su trayectoria vital y literaria escribió el libro Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández (1980) explicando la vida en común que sufrieron en los tiempos de la guerra civil (1936 – 1939), el nacimiento de sus dos hijos, la pérdida de uno de ellos y los orígenes familiares de ambos. También expone con mucho tino quienes la ayudaron, quienes le robaron y quienes intentaron chantajearla, volcando una gran dosis de realidad sobre los personajes que sobrevolaron la figura de su marido y siendo explícita con dos personas en particular: el canónigo Luis Almarcha (1887 - 1974) y el Premio Nobel de Literatura, Vicente Aleixandre (1988-1984).
“Haber escrito esto, para mí, que no soy de la familia de las letras, ha sido un gran trabajo. Pero como deber que me había impuesto, aquí están mis recuerdos, que cedo a los aficionados de la vida y obra de Miguel, lo cual es para mí una satisfacción”.

En la habitación compartida con su hermano Vicente reposan los recuerdos de su niñez. Dibujos de un niño que amaba la naturaleza, unas alpargatas valencianas y el antiguo mueble propiedad de la familia que se conserva intacto pese al paso del tiempo. Pasear por las estancias donde él vivió desde los cuatro años es revivir un trozo de la vida de Miguel Hernández; es estremecerse ante tanta injusticia. Al salir, un sol cegador se pega a la piel abofeteando tanta emoción.
La ruta hernandiana nos conduce hasta la tahona de los Fenoll, lugar de reparto intelectual y largas conversaciones del que solo queda la estructura ocupada por un supermercado cerrado. Lo mismo ocurre con la casa del intelectual Ramón Sijé, en la que sobrevive una tienda de ropa y hogar. En la plaza dedicada al joven se pueden leer los versos de Luis García Montero, Gustavo Adolfo Bécquer y Wsilawa Szymborska. Antes de abandonar Orihuela, el barrio de San Isidro nos zarandeará de nuevo. La reivindicación se palpa en este museo al aire libre que, desde el año 1976 los artistas inundaron de dibujos en honor al poeta.
Honores que compartió Vicente Aleixandre cuando lo describió de esta manera: “Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento, o de la tristeza, allí le encontraría en el minuto justo. No se le apagó nunca, no, ni en el último momento, esa luz que, por encima de todo, trágicamente, le hizo morir con los ojos abiertos”.
En el cementerio de Nuestra Señora del Remedio, en Alicante, reposan los restos de la familia entre versos y cartas, notas de luz que le dan vida a una época exenta de colores. Tres claveles para la familia Hernández Manresa, uno por cada miembro enterrado; aunque nos faltarían manos para llevarles flores a todos los desdichados que murieron en las mismas condiciones.
Recientemente nos ha sorprendido la noticia publicada por el diario Información de Alicante donde un lector denunciaba los actos vandálicos llevados a cabo en las calles de la ciudad sobre la figura de Miguel Hernández, tachándolo de terrorista. Sorpresa. Futuro. Ahora más que nunca es necesario recurrir a su obra, dejarnos llevar por su sentimiento y utilizar la literatura, una vez más, para vivir la vida con total intensidad. Con la misma intensidad con la que Miguel Hernández defendió la libertad en la cama de una prisión.