Isabel-Clara Simó y como «hacerse mayor es una mierda»

Isabel-Clara Simó  falleció el pasado 13 de enero, a los 66 años de edad.
photo_camera Isabel-Clara Simó falleció el pasado 13 de enero, a los 66 años de edad.
El lunes 13 de enero, despedimos a la mujer; ahora toca vivir a la escritora.

La mujer que le plantó cara a la vida y luchó contra el dolor de forma discreta. La enfermedad degenerativa que le afectó el habla la apartó de los medios de comunicación durante el último periodo de su vida. Sin embargo, antes de morir, dejó cinco obras inacabadas y una novela que se publicará en breve. Poemas. Cuentos. Experiencias. Sus relatos rompieron muchas cadenas y abrieron muchas puertas. Ese es el legado que deja Isabel-Clara Simó, un legado que está ya en la historia. El lunes 13 de enero, despedimos a la mujer; ahora toca vivir a la escritora.

Una vida de lucha

Nacida en Alcoi en el año 1943, se crio en una casa donde el cabeza de familia abogaba por la igualdad de forma militante. El hombre lo tenía claro y así se lo transmitió a su mujer cuando llegó el momento: “La nena estudirà, com els seus germans”.

Cuando la mente de la escritora volvía a su tierra, sus ojos brillaban de orgullo. (Si en algún momento le hubieran dado a elegir entre moros o cristianos, ella hubiera elegido a los moros sin pensárselo dos veces ¡pobre de Jaime I si levantara la cabeza!). 

La Facultad la hizo despertar y el aire de la tramontana la empujó a enamorarse por partida doble: su corazón se dividía entre su marido y la ciudad donde empezó a ejercer de profesora (como su padre). Terriblemente exigente consigo misma, luchó por su lengua, por sus creencias políticas y por hacerlas públicas, accesibles. Persistente en sus convicciones, era capaz de llenar los vacíos existenciales con la palabra libertad como bandera. Cada libro publicado es un canto a la mujer, un poema, un regalo.

Con el puño siempre en alto

Era San Jordi de 2017 y el sol acompañaba a los integrantes de La canyeta literaria morellana por las calles de Barcelona. Ese día, como tantos mismos días antes y después, nos habíamos reunido para disfrutar de la literatura. En realidad, esperábamos que el escritor, Enrique Vila-Matas, nos asombrara con alguna anécdota nueva (siempre hemos sido de experiencias fuertes), pero la sorpresa vino cuando Elena se unió a nuestra euforia colectiva abrazando un libro desgastado, descolorido y usado. Quería que Isabel-Clara Simó le firmara su ejemplar de “Júlia”. (Los libros, señores lectores, son tesoros).

La escritora valenciana, la misma que revolucionó el panorama literario con sus letras, la misma que defendió los derechos de la mujer cuando no estaban de moda y la misma que describió el maltrato machista en sus libros, la recibió con cariño, emocionada de la efusividad con la que un grupo de lectores vivíamos el momento. 

Nosotros observábamos expectantes, como ávidos y magníficos espectadores, el momento en que Elena se acercó a la escritora después de sortear una insignificante cola. Este hecho, que tanta indignación me produce, acaparará alguno de mis artículos en un futuro: como los youtubers, instagramers  y famosos-en-general están nublando nuestra cultura por sacar a flote a las editoriales y, de qué forma tan absurda, copan las calles de fans imposibilitando a los lectores acceder a los escritores. Los de verdad. (Prosigamos).

Elena que siempre busca, mide y elige las mejores palabras cuando se expresa verbalmente, tuvo la oportunidad de conversar con Isabel-Clara Simó en un tiempo que ahora recordará con más cariño, si cabe y, mientras la escritora la escuchaba y le dedicaba su estimado libro, levantó la vista y nos señaló.  Desde la distancia se oyó a una pequeña nube de personas con gustos, tamaños y edades diferentes que gritaba: “Venimos de Morella” mientras agitaba los brazos como si no tuvieran cabeza.

Isabel nos buscó. (Nosotros se lo pusimos fácil). Y, cuando coincidieron las miradas en mitad del camino, levanto el brazo con fuerza, cerró el puño al aire y gritó: “Visca Morella!! Visca Alcoi!!”

Grande, Isabel. Sin saberlo, nos estaba regalando un momento que sigue amenizando, año tras año, nuestras comidas post San Jordi. 

Una lengua, unos ideales

Fiel a su lengua, se entregó a ella cuando publicó su primer cuento en catalán: ¡Por fin podía escribir tal y como pensaba! Nunca le dio miedo opinar sobre sus ideas con convicción, ni tampoco luchar por el cambio político. Las pérdidas que dejó por el camino fueron dolorosas y múltiples. Las recompensas, abrumadoras. 

Digna y sensible, ganó la batalla de las letras, dio voz a las mujeres cuando nadie las escuchaba y afrontó la desesperación de su enfermedad buscando entre las cosas que la emocionaban y que la hicieron pensar, saltando el trampolín del miedo para olvidar el sufrimiento que la acompañaba a diario. 

Me despido del escrito con este popurrí de palabras y recuerdos que pretenden ser un comprometido y sensible mensaje, como ella. Y aprovecho para devolverle las palabras que le brindó a Elena, en un sentido homenaje a la persona y a la escritora. Per a tú, Isabel, amiga de sempre. I per sempre.

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