Nadia Ghulam: “La educación es el puente hacia la paz”

Nadia Ghulam  /   Fotografía cedida por la entrevistada
photo_camera Nadia Ghulam / Fotografía cedida por la entrevistada
La activista afgana y refugiada catalana Nadia Ghulam se enfrentó al sistema burocrático que le impedía estudiar: “Ábreme las puertas de la educación y te demostraré todo lo que puedo hacer con el conocimiento”.

La vida de Nadia Ghulam (Kabul, 1985) es de esas historias que se marcan a fuego en la memoria una vez que te inmiscuyes dentro de sus entrañas. A través de su libro El secreto de mi turbante (Planeta, 2012) Nadia lanzó al mundo un relato escrito en primera persona con la ayuda de la periodista Agnés Rotger. Describir el horror de una guerra después de haber conocido el luminoso tiempo de la paz fue determinante para ir cerrando las diferentes etapas de su vida. Sin embargo, este gran paso no significó lo mismo que poder desechar los fantasmas de la memoria.

Hoy conversamos con una mujer inquieta culturalmente, educadora social, refugiada catalana, activista femenina y orgullosa de su pasado que pudo comprobar cómo era la vida en un campo de refugiados cuando los talibanes tomaron Kabul en 1996. Hoy hablamos de Nadia Ghulam con Nadia Ghulam.

Nadia Ghulam / Imagen cedida

Ella se lanza a apagar con su cuerpo las llamas que encienden el mío, con un abrazo que pretende darme de nuevo la vida. Ignora que ella también se está quemando, que es una mujer gruesa y poco ágil; ignora el humo y los cascotes y me saca en brazos de lo que podría ser mi tumba. Solo después de verme fuera de allí, a mi madre la abandonan las fuerzas”.

Nadia reconstruye el relato de su vivencia en una primera hoja que quiere soltar del resto del libro y, con esta página solitaria está exhortando al lector: ¡cuidado, que voy! Cuando esta niña de ocho años fue consciente del alcance de la bomba que le había quemado la mitad del cuerpo, su madre le estaba preparando el burka para volver a casa desde el hospital. Encontrarse con la realidad que apretaba la cintura de Kabul fue un golpe para el que ningún habitante afgano estaba preparado.

Cuando al inicio de la conversación, y más por interés que por educación, le pregunto por el estado actual de sus padres, su respuesta suena tajante esa voz tan dulce como el color de sus ojos. “No están bien, pero están vivos”. Y continua: “Repatriarlos a España es una tarea muy delicada: la mitad de la población afgana vive indocumentada en su propio país”. A esto hay que sumarle el analfabetismo que dificulta los movimientos más simples y la mala gestión burocrática que, en vez de facilitarle la vida a sus habitantes, estira la pierna hasta ponerles la zancadilla. Pero, “Esto no pasa solo en tercer mundo”.

Si hay una cosa que critica esta mujer de ideales tan firmes como su turbante es la forma habitual en la que los gobiernos occidentales tratan a los refugiados. “La gente que llega de un país en guerra no quiere sentirse como un animal desplazado. Quiere aprender el idioma, valerse por sí misma, estudiar, que les ayuden a recuperar sus papeles.  Ellos no quieren ser un número más para el estado, ni una carga, ni un inconveniente. Los que piensan que entregándoles comida y ropa van a solucionar el problema se equivocan”.

Nadia con Maria y Josep, sus padres catalanes / Imagen cedida

Sus padres la llaman Nadia, la que hace milagros porque piensan, al igual que yo que la conozco desde hace cinco minutos, que no es un ser normal como el resto de seres normales con los que convivimos a diario. Nadia se cortó el cabello con once años, utilizó las ropas de su hermano fallecido y lo honró utilizando su nombre cuando decidió cambiar de personalidad y salir a la calle vestido de hombre. Zelmai fue su nombre durante nueve años. Cuando narra su día a día en un Kabul abollado por la guerra, el lector no sabe si está leyendo las aventuras de Tom Sawyer o la realidad de una niña que luchaba por recuperar su libertad.

Nadia ha resucitado las mismas veces que se ha muerto y su misión en esta vida no es otra que transmitir el mensaje de la Paz. “Desde pequeña era muy curiosa y la necesidad me ha hecho ser una persona creativa” y añade “Las personas que han vivido una guerra, han pasado hambre, pero mi hambre no solo se saciaba con comida. Necesitaba conocimiento para poder seguir viviendo”. Sin embargo, “la situación de las mujeres en mi país es nefasta porque Afganistán no solo es Kabul. Afganistán la componen más de treinta millones de personas y la mitad de la población que intenta sobrevivir son mujeres hacinadas en campos de refugiados”.

Cárceles al aire libre que restringen la educación y prohíben el desarrollo a madres, hermanas, hijas, esposas. Hasta que el gobierno (un nuevo gobierno, por supuesto) no haga desaparecer las penosas condiciones de estos que campos, que han pasado de proteger a concentrar, las mujeres no encontrar su sitio en un estado dominado por la misoginia y el machismo más concentrado y perturbador.

Nadia Ghulam / Imagen cedida

Nadia Ghulam habla siete idiomas y realiza conferencias de sensibilización social para promover y activar la cultura de la Paz y, sobre todo, exportar la educación a todo el mundo. Su ONG Ponts per la Pau desarrolla dos tipos de proyectos: por un lado, en Badalona, donde se dedica a la orientación y la formación de aquellas personas inmigradas en situación dificultosa a la hora de comunicarse en la lengua de nuestro país; y por otro lado en Kabul, promoviendo la educación de los menores desfavorecidos.

Cuando le pregunté si había llegado el día que pudiera afirmar con rotundidad ser feliz su voz cambió de tono. “Mis padres catalanes son unos ángeles, y eso me llena de felicidad. Cuando aprobé mi segundo master y pude ver sus caras de satisfacción pensé: Nadia, hoy es el día más feliz de tu vida. Poder ayudar a la gente a aprender me hace feliz y que la gente me conozca por el mensaje de la Paz que transmito me colma de felicidad”. Al otro lado del teléfono no podía ver sus rasgos, pero sé que su cara era una enorme sonrisa feliz.

Con Nadia hablé de religión, prejuicios, solidaridad y trabajo. He sabido que los tres pilares en su vida son su madre afgana, el conocimiento y la fe y que “cuando uno de los tres me falla, siempre me quedan los otros dos”. También le trasladé mi opinión personal sobre los inmigrantes diciéndole que a Occidente no le molestan los extranjeros, sino los pobres (¿o es que acaso el gobierno se queja de los futbolistas?) y para concluir hablamos del futuro de Afganistán.

Nadia quiere que el mundo se haga eco de las circunstancias actuales de su país, y el mensaje de la Paz al que se refiere tambiénestá destinado a todos aquellos gobiernos que intentan acabar con el régimen talibán enviando armas a los movimientos militares que están brotando como la mala hierba. Siguiendo el mismo patrón que obligó a los muyahidines a abandonar el poder, los nuevos insurgentes aprietan el paso demostrando que el posible cambio de gobierno seguirá las bases de la violencia, el miedo y la crueldad que en su idea caracterizó a los sádicos talibanes. “Solo con una democracia limpia se puede llegar a recomponer el país”.

Un país al que Nadia, cuyo nombre significa Esperanza, desea volver con todas sus fuerzas.

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