Cuando viajamos a lugares desconocidos es necesario sacudir todos nuestros sentidos con el mismo gesto enérgico que utilizaríamos para descorrer las cortinas un cálido día de invierno. Dejar que el aire que remueve otros vientos nos agite las aletas de la nariz y observar como la brisa que se clava en nuestra ropa no es otra cosa que el sinónimo de una buena aventura.
Petra, la ciudad que los nabateos bautizaron como Raqmu y cuyo significado en griego es “tallada en piedra”, se muestra ante el viajero como un torrente de emociones destinadas a inmortalizar el momento de manera permanente, una reliquia indestructible que vale la pena cuidar en el subconsciente para recurrir a ella en las noches de verdadero insomnio.
Seis siglos duró la ciudad rosa de los nabateos hasta que, en 1812, el joven orientalista suizo Johann Ludwig Burckhardt (1794 – 1817), volvió a descubrir la ciudad a lomos de su caballo. Tras recorrer el enigmático desfiladero conocido como Siq y abordar las diferentes tumbas que pueblan el camino la sorpresa le sobrevino en la última curva, esa que todos los viajeros imaginamos y la misma que no queremos nunca alcanzar, para ver como los rayos del sol se rompían en la famosa fachada del Tesoro.
Burckhardt atravesó Oriente enfundado en sus nuevas creencias y compartió su descubrimiento en el libro Viajes por Siria y Tierra Santa (1814). Publicado post mortem, esta narración dio a conocer la existencia de Petra y alertó a los arqueólogos que, a pesar de la desconfianza de la población local, emprendieron visitas periódicas al valioso yacimiento nabateo.
Las primeras imágenes que se guardan del complejo de Petra se encuentran en el libro Arabia Petrea (1828) donde el conde Leon de Laborde (1807 – 1869) dibujó las siluetas de las Tumbas Reales de una forma admirablemente realista. El pintor y escenógrafo británico David Roberts (1796 – 1864) seguiría el ejemplo de su predecesor y, después de acudir al complejo siguiendo los pasos de Burckhardt, se adentraría en este misterio reino para retratar los colores de un Monasterio cargado de vida y color.
Pasear por este entuerto de rocas produce una sensación de ingravidez capaz de acelerar cualquier tipo de paz que nos pueda transmitir el entorno. Incapaz de entender el origen de tales tallas, el guía local Jamal Hamdan se esfuerza en explicarme cómo el sistema de construcción de los nabateos es diferente al que se conoce del resto de civilizaciones, pues sus tumbas están cimentadas de arriba hacia abajo de manera que las marcas de sus andamios se han quedado esculpidas en los laterales de los monumentos.
Para documentarme sobre esta técnica, acudí a los libros de la profesora Carmen Blánquez Pérez (1977). Los dos ensayos publicados sobre Petra son la base perfecta para acercarse a una cultura prácticamente desconocida que fue tan importante en la antigüedad como para emitir su propia moneda y elaborar un sistema de escritura propio. En su libro Petra, la ciudad de los nabateos (Alderabán, 2001), Blánquez Pérez narra como la historia sus moradores se prolonga hasta las Cruzadas y explica como la cultura nabatea fue pionera en el trabajo de la piedra o la ingeniería hidráulica.
Y si usted, querido lector, empieza a apasionarse por el tema, en su segundo ensayo titulado Petra, historia y arqueología (Dilema, 2010) la escritora junto el doctor en Historia Antigua, Ángel del Rio, recogen toda la tradición jordana desde sus inicios hasta la época actual, destacando la ciudad de Petra y sus alrededores, y describiendo los monumentos públicos, privados, religiosos, funerarios y domésticos que la engalanan. Sus cientos de fotografías a color acercan al lector a las profundidades de una zona declarada Patrimonio de la Humanidad y reconocida como una de las siete Maravillas del Mundo Moderno.
El campo de visión es inabarcable. Al bajar la mirada, la tierra del camino envuelve las sandalias, los dedos de los pies, el sudor y las expectativas mientras, a lo lejos, las pequeñas manchas blancas que motean las rocas nabateas se materializan en seres vivos moviéndose entre la historia.
El Altar del Sacrificio donde, supuestamente, Abraham intentó asesinar a Isaac, es una prueba del destino que nos alertará del estado físico en el que nos encontramos. Escalar hasta llegar a él y encontrarse la piedra arqueológica llena de souvenirs es una sorpresa para el viajero, pero las vistas que se obtienen desde este lugar son inmejorables.
En el Anfiteatro romano uno se siente parte de este cuadro y a través de los 850 peldaños del Monasterio se conecta a la perfección con el entorno. Las Tumbas Reales encogen las emociones y las Columnas del Gran Templo pellizcan los sentidos. Los 15 kilómetros cuadrados de Petra son un viaje al pasado inolvidable.
Una de las famosas frases de la escritora Agatha Christie (1890 – 1976) me viene a la mente, cuando, siento que la historia se apodera de mí. “Cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas más encantadora te encontrará”. Su libro, Cita con la muerte (1938) es un clásico de la literatura negra que mezcla la intriga y el suspense con los escenarios jordanos de las ruinas de Petra. Divertido y entretenido puede ser un buen preludio antes de viajar a este país donde las reliquias arqueológicas duermen escoltadas por las sombras sigilosas de los beduinos; los mismos beduinos que, al amanecer, comercializan con los animales para el disfrute de los turistas.
Petra. Todas y cada una de las sacudidas viajeras están comprimidas el armario donde les corresponde estar: la memoria, donde nuestros viajes acaban siempre; porque el viajero inmortaliza sus recuerdos hasta que emprende un nuevo destino y, a golpe de ilusión, se fusiona con un nuevo lugar. Seguimos sumando experiencias y seguimos contándolas.