Sicilia es evocadora. La isla más grande que acoge el mar Mediterráneo es un lugar prodigioso compuesto por el patrimonio que dejaron los griegos y la herencia que recogieron de los bizantinos, los romanos, los españoles, los árabes y los normandos. Por ella han pasado grandes culturas y en ella se estabilizaron las tradiciones hasta conseguir dejar la esencia de la región actual que conocemos hoy día.
Sicilia es un destino para toda la familia. Su capital, Palermo, acoge una enorme cantidad de palacios, castillos e iglesias que explotan arquitectónicamente su pasado multicultural. Quattro Canti es el centro de la zona más antigua de la ciudad y divide el núcleo histórico en cuatro zonas, marcando dos de las vías principales: Vittorio Emanuele y Via Maqueda. En la cercana Piazza Pretoria, una multitud de imponentes edificios rodean la Fontana Pretoria y, a un par de kilómetros hacia el oeste, las morbosas Catacombe dei Capuccini guardan los cuerpos momificados y los esqueletos de 8000 palermitanos que murieron entre los siglos XVII y XIX.

La Concatedral de Santa María del Almirante fue el lugar donde unas monjas inventaron la Martorana, unos dulces de masa de harina de almendra y azúcar con forma de frutas. El Palacio de los Normandos, la Iglesia de Jesús, Zisa o el Oratorio de San Lorenzo bien merecen una visita y para acabar de sorprendernos, Santa Maria dello Spasimo se caracteriza por ser un templo sin techo. Hoy en día se utiliza como sala de conciertos y espectáculos que se escenifican, literalmente, bajo las estrellas.
Pasear por Palermo se convierte en un lujo porque toda la esencia italiana se concentra en sus calles. Si hay un personaje que supo exprimirla al máximo ese fue Johann Wolfgang von Goethe (1749 – 1832), el famoso novelista y dramaturgo alemán que afirmó: “Italia sin Sicilia no grabaría ni una sola imagen en el alma. Aquí se encuentra la clave de todo”. Para recrear sus pasos sin olvidar sus orígenes, el escritor siciliano Vincenzo Consolo (1933-2012) creó un itinerario cultural por la isla que amaba y que definió en su libro Sicilia paseada (Traspies, 2016) como la “isla de la quietud, del abandono, de la belleza desplegada y espinosa; tierra de naturaleza generosa, de luz clara, de las aguas, de los bosques, de los jardines y de los azahares perfumados. Isla de existencia pura y contraste. Isla de la infancia de los mitos y de los cuentos”.

Italia, la mejor canción es su idioma; la principal sensación, su sabor. Sería imposible acudir a cualquier región italiana y no recrearse en sus mercados cargados de olores y sabores. Una visita a estos lugares sagrados nos acerca al mercado de Vucciria, de Capo, de Borgo Vechio o de Ballaró, en el corazón de la ciudad. Llegaremos a ellos bordeando barrios descuidados, edificios decadentes y zonas delimitadas por antiguos portales en ruinas; fronteras simbólicas entre el pasado y el presente que representan el lugar ideal para sumergirse en las tradiciones más vivas del pueblo palermitano.
Si Sicilia no fuese fascinante, nunca podrían haber surgido grandes literatos como Salvatore Quasimodo o Luigi Prandello, ambos Premios Novel de Literatura. Prescindir de su literatura en un viaje de ocio sería mermar la visión de lo que representa Sicilia. Una pieza sin la que, como insinuaba Goethe, no podríamos comprender Italia.
En su recorrido por Venecia, Trieste y Sicilia, el escritor Javier Reverte (1944 – 2020) plasmó en su libro Suite italiana (Plaza & Janés, 2020) las exquisiteces que fue encontrando por el camino cual Pulgarcito salido del cuento de ficción. Reverte siguió las miguitas de pan evocando los escenarios donde habitaron cuatro escritores que viajaron con él en esta aventura: Thomas Mann, James Joyce, Raine Marie Rilke y Lampedusa. El recorrido finalizó en Sicilia con un retrato tan exacto de la ciudad que sorprende por su sensibilidad y erudición, al mismo tiempo que remarca el estilo carismático del escritor que suscribe el texto.

Allí, en la Sicilia mitológica, Reverte recorre Messina, Siracusa y Agrigento profundizando en la historia de la Magna Grecia y, a medida que avanza en su itinerario, narra el desembarco de Sicilia en la Segunda guerra Mundial y el derrotismo del escritor Giuseppe de Lampedusa (1896 – 1957) cuando en su novela El Gatopardo (1958) abrió el melón de una sociedad extraordinariamente compleja.
Nuestro viaje alrededor de la isla se acaba y sería un sacrilegio despedirnos de ella sin recordar los textos del eterno Andrea Camilleri (1925 – 2019). El escritor siciliano se adentró en la novela negra para hurgar en el carácter de su población y en sus costumbres, y a través de la saga del comisario Montalbano explicó la corrupción, la Mafia y sus consecuentes secuelas. Pero esto, querido lector, será en el próximo artículo. “Los italianos piensan que el mundo es tan duro que hace falta tener dos padres, por eso todos tienen un Padrino”…