Hay quien viaja para escribir, hay quien escribe para viajar y hay quien vive para viajar y escribir. Hoy retomamos nuestro paseo por la capital de Bulgaria con una manifiesta y sorprendente sacudida pegada a los talones.
Ubicada en la plaza más emblemática de la ciudad de Sofia, la voluptuosa y dorada efigie de Santa Sofia invita al viajero a que se recree en su historia y adore su cultura. Con la mirada al frente y la tela del escote caída, su mano se alza señalando lo que un día fue la sede del Partido comunista.
Esta estatua de ocho metros de altura sustituye a la que un día ocupó en su lugar Vladimir Ilich Uliánov: Lenin, el político, revolucionario, filósofo y líder comunista que fue el principal dirigente de la Revolución Rusa. La imagen de Sofia, mucho más atractiva que la de su antecesor, sigue presidiendo la famosa plaza del Triángulo del poder.
Antes de acceder a ella, es aconsejable visitar la Iglesia de Santo Domingo o Sveta Nedelya que en el año 1925 quedó prácticamente destruida por un atentado terrorista cuyo fin era acabar con la vida del zar Boris III. La impuntualidad del monarca le salvó la vida y los comunistas, cabezas pensantes de tal asalto, no consiguieron, en ese momento, lograr su propósito.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria brindó su apoyo al ejército alemán, pero tras ver el avance de los acontecimientos y debido a al peso de la colonia judía búlgara, cambió de bando estrechando lazos con los aliados. En el año 1955 y tras una sucesión de políticos poco afortunados, Bulgaria acabó convirtiéndose en una república comunista.
Una historia que cuenta varias historias es la que narra el escritor Ilija Trojanow (1965) a través de los personajes de su libro Poder y Resistencia (Acantilado, 2020). El escritor, tras veinte años de investigación, consiguió crear un libro que recrea la historia de Bulgaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. Poder y Resistencia es una obra contra la amnesia, contra el olvido y contra el dilema moral que plantean las dictaduras: resistirse al poder o someterse al estado hasta encontrar una postura cómoda.
Volviendo a la Plaza del Triángulo del Poder, uno de los edificios que la componen es el Parlamento Nacional de Bulgaria que esconde, como si de un huevo de chocolate se tratara, una de las mayores sorpresas de la ciudad de Sofia. La iglesia que se muestra ante nosotros está protegida por unas edificaciones mamotréticas que la escoltan y dos escuetos soldados que cambian de guardia cada hora. San Jorge es el templo más emblemático de la cultura ortodoxa cristiana y también el símbolo del segundo concilio eclesiástico en el cual se decidió que Bulgaria tuviese su propio patriarca.
La sorpresa inicial que recibe el viajero cuando descubre los edificios comunistas que ocultan las iglesias cobra sentido cuando, entre cucharada y cucharada de tzatziki, lee el libro El paraguas balcánico: un paseo sin protocolos (Aguilar, 2019).
En él, el escritor y diplomático Enrique Criado (1981) narra sus vivencias y anécdotas en Sofia y en el resto de países que componen la región balcánica: Grecia, Turquía, Rumania, Albania, Chipre, Georgia y los que un día formaron la antigua Yugoslavia. El complejo tapiz social que rodea la cultura de Europa del Este y la mezcla de elementos históricos, económicos, políticos y literarios que el escritor muestra como si de una paleta de colores se tratara hacen de este libro una guía para el viajero que quiera descubrir y entender los entresijos de Bulgaria.
Sin embargo, hay más elementos que envuelven este fabuloso relato, como el asesinato del escritor y disidente Georgi Markov (1929 – 1978) que fue la fuente de inspiración para la elección de tan acertado título.
El “paraguas búlgaro” es el nombre popular que se le dio al arma utilizada por los servicios secretos búlgaros y que consistía en una pistola de aire comprimido camuflada dentro de un paraguas que, con su mecanismo oculto en la punta, disparaba un perdigón inoculando una pequeña cantidad de veneno a la persona que recibía el disparo. La primera víctima, o por lo menos la primera conocida, fue el desertor Georgi Markov que, tras sentir un pequeño pinchazo en la pierna derecha, cayó perplejo y abatido en el puente de Londres una lluviosa tarde del mes de septiembre. Hay cosas que era mejor no escribir cuando los ojos de la Darzhavna Sigurnost te olía el cogote… ¿o sí?
Si seguimos paseando por el centro administrativo de Sofia contemplamos decenas de hoteles nuevos y restaurantes de lujo que advierten al viajero de las transformaciones sufridas a lo largo de los años. Un ejemplo del cambio lo leemos en el libro Una calle sin nombre: infancia y otras desventuras búlgaras (La Caja Books, 2020) de la escritora Kapla Kassabova (1973).
Al asomarse al bloque de viviendas familiares la pequeña Kapla pregunta, ¿Por qué es todo tan feo, mamá? Y a partir de esta conversación, la escritora transcribe su infancia en un núcleo familiar cargado de amargura, los trastornos alimenticios sufridos durante la adolescencia, la salida del país y el regreso, veinte años después a una patria desconocida y libre. Su narración, aliñada con dosis de amargura, realidad y cinismo es un viaje literal y literario en busca de un hogar que ya no existe.
Paseando por esta ciudad reinventada el viajero vuelve a revivir la historia cuando vislumbra, desde lejos, la Basílica más importante de la ciudad. Alexander Nevsky se alza impoluta, relampagueante y llamativa en una explanada donde contemplarla es un lujo gratuito.
La catedral es la mejor representación de la construcción ortodoxa: es de estilo neobizantino y fue construida entre 1892 y 1912 en honor a la liberación de Bulgaria de los cinco siglos de dominación otomana y a los dos mil héroes rusos que ayudaron al pueblo búlgaro a conseguirlo.
Cuando el viajero se detiene a contemplarla, parece que las cupulas se amontonen unas sobre las otras como si fueran profiteroles de nata bañados por un riquísimo glasé de azúcar verde y dorado a modo de cubierta. Ningún pastelito religioso se le asemeja tanto a tal manjar místico.
Hasta finales de los ochenta, Bulgaria permaneció en la órbita comunista. Presenció muy de cerca sin participar el último conflicto balcánico: la guerra de Bosnia y desde el exilio, muchos gobernantes se hicieron oír. En 2001, Simeón II de Bulgaria regresaría a su país desde España como primer ministro y en 2007 Bulgaria entraría en la Unión Europea junto a Rumania.
Una de las primeras lecciones que leí cuando empecé a viajar es que hay que aprender a no comparar los destinos, por mucho que nos digan que el mundo es un pañuelo. Caminar degustando, tocando y viviendo cada lugar sin mirar por el retrovisor es un ejercicio tan difícil como necesario.
Si el viajero se abre sin límite y deja de un lado el recuerdo de las experiencias pasadas guardará las emociones que provocan los olores, los sabores o los paisajes como si fuera la primera vez que los siente y aprecia.
Practicarlo en Sofia, de la mano de la literatura y la historia, ha hecho de mi viaje una experiencia única que guardo, con cariño, en el maletero de mi memoria.