Tailandia, vivir para viajar

Tailandia, vivir para viajar
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Bangkok es tremendamente extensa. Dedicar un día completo al turismo espiritual es necesario para conocer la peculiaridad que envuelve a sus habitantes. La religión juega el papel más importante en esta cultura ancestral

Viajar para sentirse bien, viajar para ser un poco más libre, para dudar y para entender, para huir de la rutina, para conocer mil mundos diferentes o a una única persona, viajar para contar y escuchar, para compartir y asombrarse. Viajar, en definitiva, para ser mejor persona.

El cuaderno de Bitácora está arrugado, en su portada hay una mancha redonda que, alguno de todos los cafés, ha dejado dibujada para la posteridad. Hemos llegado a Tailandia con la disposición intacta y los prejuicios desactivados sabiendo que su capital es como una olla a presión: en una ciudad donde conviven 14 millones de personas es posible que el control se descontrole.

La contaminación acústica que desborda Nueva Delhi o el caos circulatorio que limita el dinamismo de El Cairo, están presentes en Bangkok por su inexistencia. Las comparaciones siempre son odiosas, pero cuando un país te sorprende positivamente, hay que dejar que los recuerdos se apoderen del momento para valorar el presente.

TEMPLO WAT ARUN AL ATARDECER
TEMPLO WAT ARUN AL ATARDECER

Bangkok es tremendamente extensa. Dedicar un día completo al turismo espiritual es necesario para conocer la peculiaridad que envuelve a sus habitantes. La religión juega el papel más importante en esta cultura ancestral y, al igual que el hinduismo, incita a sus devotos a practicarla sin obligaciones. El libro Budismo para principiantes (Alianza, 2001) de la monja budista Thubten Chodron (1950), es uno de los ejemplos más claros para subrayar la importancia de viajar para descubrir y no solo para disfrutar.

La magnitud de sus templos, el respeto por sus deidades, la proximidad con sus representantes y la conexión con sus creencias hacen de esta religión un lugar de comodidad mental y atracción externa. Completamente opuesta a la paz espiritual y perfectamente integrada al paisaje urbano de Bangkok, encontramos las zonas más mundanas y festivas de la capital. Kao San Road es el paraíso de las discotecas, los carritos de insectos fritos y la marihuana. Música a todo volumen, gabinetes de tatuajes, puestos de comida para llevar, entretenidas salas de masajes tailandeses y turistas. Miles de turistas que se desinhiben entre el alcohol y el cannabis para bailar y divertirse hasta que sale el sol.

La película Resacón 2 ¡Ahora en Tailandia! (Todd Phillips, 2011) recrea bien estas circunvalaciones ociosas donde el viajero acaba olvidando la noción del tiempo y el dinero de la billetera. Los tailandeses no son tontos, aunque tampoco avaros, y comer por ochenta céntimos no significa que el extranjero se pueda emborrachar al mismo precio.

CHINATOWN
CHINATOWN

Patpong, Nana Plaza o Cowboi Soi son los “barrios rojos” donde los autóctonos son los primeros en hacer ostentación de su doble personalidad. La prostitución es tan estridente que resulta molesta y los locales que hace años se pusieron de moda por sus shows sexuales son tan sórdidos que cualquier trotamundos os hablará de sus timos a través de los miles de artículos que existen en las redes sobre este tema. 

Para divertirse sin incomodidades, Chinatown despliega todo su potencial y reúne todas las características para no abandonar sus calles en varios días. Como buenos comerciantes, los chinos saben que la oferta atrae a la demanda y para ello entregan las 24 horas del día al trabajo.

Observar como sus vecinos cambian de rutina según el horario me recuerda al trajín de la Plaza Jamaa El Fna en Marrakech. Persianas que se abren y se cierran, callejones que desembocan en bocacalles deshabitadas, patios de luces deslucidos y una sensación de estar rodeados de millones de personas y ningún turista. Comprar artículos en sus tiendas es una aventura. Uno de los más demandados son las zapatillas Crocs con abalorios que evidentemente no son de la marca Crocs ni llevan abalorios. Probar, probar y probar cada uno de sus platos ya sea en los restaurantes como en los puestos callejeros, y caminar, fotografiar e interactuar con la población es un pasatiempo necesario si se tiene en cuenta que es el barrio chino más antiguo del mundo y que dentro de sus dos calles principales el tiempo se ha detenido, algo que no ha logrado dominar la urbe donde se encuentra instalado.

LA ZONA MÁS COMERCIAL Y MODERNA DE BANGKOK
LA ZONA MÁS COMERCIAL Y MODERNA DE BANGKOK

Cuando en los años cincuenta, la emigración china dominó las calles de Bangkok, sus amplias avenidas y la arquitectura estudiada de sus edificios fue desplazada para construir pequeños y apelotonadas zonas que dieron lugar a la ciudad que conocemos hoy día. Los canales sobre los que se posaba Bangkok fueron cubiertos por kilómetros interminables de asfalto y, las pequeñas barcas con las que se desplazaban sus habitantes, fueron sustituidas por los vehículos a motor y la modernidad. Solo las aves recuerdan el tiempo en el que, con su danzar nómada, observaban las copas de los árboles sin interferencias. 

Bangkok es cosmopolita, moderna, tradicional y divertida. Las sensaciones de disfrutar de una ciudad que vive por y para el turismo son muy diferentes de la percepción que le asedió al periodista vasco Manu Leguineche (1941 – 2014) cuando en su peculiar vuelta al mundo se refirió a ella como un gigantesco prostíbulo: “una ciudad esquizofrénica, congestionada, con los índices de delincuencia más altos de Asia”. Desde 1965 la televisión ha barrido el globo mientras que el ciberespacio ha anulado la imaginación. El viaje se ha convertido en la búsqueda desesperada de paraísos perdidos que ya no existen, en una prueba, en una huida.

Como dicen los árabes, “viajar es vencer”. Si te detienes, pierdes. Los buenos viajeros son los que parten por el hecho de partir, los que saben que el mejor viaje es aquel del que nunca se regresa. Para mí, Tailandia ha significado la unión y la confianza, el descubrimiento, un destino donde la mente se ha estancado mientras los pies han seguido haciendo su camino.

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