"Viajar es fatal para los prejuicios, el fanatismo y la estrechez de miras, y mucha de nuestra gente lo necesita gravemente por estas razones. No se pueden adquirir puntos de vista amplios, saludables y caritativos sobre los hombres y las cosas vegetando toda la vida en un pequeño rincón de la tierra".
Mark Twain (1835 – 1910) fue el entusiasta viajero que, con el tiempo y una pluma, se labró una merecida reputación de cronista aventurero y trotamundos. En su libro Guía para viajeros inocentes recopila las vivencias de un nómada americano que viaja por los escenarios del mar Mediterráneo hasta encontrarse de bruces con la azulada Estambul. Él es el autor de frases tan épicas como la anteriormente citada e ideas tan clarividentes como la que viene a continuación: “no hay forma más segura de saber si amas u oídas a alguien que hacer un viaje con él”.
Cuatrocientos años antes Ibn Battuta (1304 – 1377), el famoso teólogo, erudito y geógrafo árabe que siguió los pasos de Marco Polo (1254 – 1324), describió el mundo musulmán en sus escritos, traducidos al español bajo el titulo A través del islam, donde registra la historia y geografía de la Edad Media y su peregrinación a través de las áridas tierras turcas.
Cristóbal de Villalón (1510- 1588)nos contó el Viaje de Turquía con solera y predisposicióny, más adelante, el espía español Ali Bey (1767 – 1818) se hizo pasar por un príncipe musulmán para viajar de Marruecos a Turquía en una misión científico-política encargada por los Reyes Católicos.
Aunque el retorno que hizo Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) de Constantinopla en el año 1907 casi le costó la vida, las experiencias narradas en Oriente son dignasde ser leídas con tiempo y un buen café. Turco a ser posible.
Viaje a Oriente de Lamartine (1790 – 1869) y el Itinerario de París a Jerusalén de François-René de Chateaubriand (1768 – 1848) son dos joyas literarias que demuestran lo mucho que los autores extranjeros disfrutaron en Estambul, llegando a afirmar que “el turco es el primero y el más digno entre todos los pueblos de su basto imperio”.
Pierre Loti (1850 – 1923) sentía por Turquía una profunda estima y un alto compromiso personal. Supremas visiones de Oriente fue el último libro que se publicó en la vida del escritor e incluye las páginas de su Diario íntimo y artículos de prensa antes de que la modernización impregnara la vida de los turcos.
Gérard de Nerval (1808 – 1865) se buscó a sí mismo en una vertiginosa carrera por Oriente sin un itinerario marcado ni una ruta previamente planificada. Como un papel en blanco que se deja impresionar por la primera letra escrita, sus ojos permanecieron abiertos durante el recorrido observando una tierra confortable y hospitalaria a la par que ajena y escurridiza. “Me gusta depender del azar” escribiría un par de años antes de suicidarse en el callejón de la Vieille-Lanterne.
El padre de Madame Bovary, Gustav Flaubert (1821 – 1880), quedó impresionado a su llegada a Estambul y comprobó como su heterogeneidad lo envolvía y su modernidad florecía, llegando a afirmar que Constantinopla sería la capital del mundo cien años después.
El destino desmontó su profecía cuando en el año 1922 el Imperio Otomano se desplomó y dio paso a las horribles líneas fronterizas trazadas por unos usureros y políticos occidentales que dejaron al pueblo kurdo fuera de cualquier juego, como bien explica Manuel Martorell (1953) en su ensayo sobre el genocidio llevado a cabo por las diferentes instituciones gubernamentales.
Es caprichoso el azar, ya lo dice el poeta, y en este mundo tan aplastado como relativo, en una ciudad víctima del cansancio estatal y en una casa políticamente tradicional con posibilidades económicas nació, creció y vivió uno de los escritores que con más orgullo han paseado su gentilicio estambulí.
Hoy leo, comparto y me emociono con Orham Pamuk (1952). Estambul, ciudad y recuerdos (2014) es la historia de una Turquía tejida a partir de los hilos del nacionalismo, el hundimiento, la occidentalización y la literatura; es la descripción de cómo la melancolía de una ciudad decadente puede interpretarse como un puñado de ruinas amontonadas y subestimadas por los escritores autóctonos o como el resurgir de una nación según los viajeros, bohemios y extranjeros que, sobre ella, posaron sus ojos.
En el inicio de su historia, Pamuk, cuyo significado es “Algodón”, desvela el contenido guardado en las páginas de este libro citando una de las frases del escritor y político liberal otomano, Ahmed Rasid (1864 – 1932) “La belleza del paisaje está en su amargura”. Y es que, en el transcurso de toda la obra, el escritor no librará otra batalla que no sea la suya propia, deshaciendo, nudo a nudo, los hilos de su infancia y adolescencia hasta el momento donde, amargado por la presión maternal, decide lanzarse al mundo de las letras.
La memoria suele ser el mejor aliado y el peor contrincante de los escritores. El Estambul con olor a camisa recién planchada se evaporaba como el humo del desacierto, sin embargo, el recuerdo de la pastelería de madame Rumí, el olor de la floristería de la esquina o el sonido de la relojería donde acudía su padre persisten en la memoria del escritor de forma imborrable. La ciudad acogía al infante con la misma luminosidad que el Bósforo en un día de primavera y su metrópoli se convertiría, años después, en el personaje principal del taller de sus recuerdos.
Sin embargo, un mundo moderno y occidental sirvió para olvidar el pasado y dio pie a que la cultura se trivializara y se quedara coja. El Estambul en blanco y negro se burlaba de los habitantes que por ella transitaban.
Con las pinturas de Melling, las notas de viaje de Gautier y las fotografías de Ara Güler, Pamuk nos revela una ciudad alejada del pintoresco cuento oriental y contaminada por la mirada del forastero occidental con quien, al mismo tiempo, el autor se identifica para no borrar de su mente la fascinación de los detalles que pasan inadvertidos.
En un Is-tan-polís o en un “ir a la ciudad” según la acepción griega aliterada por los turcos, el escritor descubre su verdadera identidad sin desprenderse de la sensación de abatimiento, perdida y orfandad del Imperio Otomano y aunque Estambul fue para Pamuk un destino incuestionable, no ceja en su empeño por descubrir el significado de haber nacido en este lugar, tan dilatado como decadente, tan ambiguo como sensible.
Inabarcables son los libros que hablan de este país como inabarcable es la cintura que se ciñe a cada relato de la ciudad. José de Espronceda (1808 – 1842) escribió lo que más adelante Joaquín Sabina (1949) se encargaría de cantar:
“Y ve el capitán pirata
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allí a su frente Estambul”
Con las palabras del Premio Nobel de Literatura, Orham Pamuk, me despido de este paraíso perdido y de color azul que adorna la exquisita y coloreada alfombra mágica con la que he surcado la estación de mi locura.“El precio que hay que pagar para poder elogiar Estambul sin límites es no vivir en ella y observar desde fuera aquello que se considera hermoso”.