Siglos de pelea de las mujeres contra el sistema patriarcal que no ha aflojado ni poquito su puño de hierro alrededor de todas nosotras. Y por eso nos escabullimos de entre esos dedos opresores para llenar, otra vez, las calles.
Hoy es un día importante. Es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Y aunque el adjetivo sea casi una redundancia puesto que no recuerdo haber conocido nunca a ninguna mujer que no trabaje, (otra cosa es que no le paguen), me niego a que desparezca esa palabra que recuerda por sí misma que es lo que conmemoramos cada 8 de marzo.
Permítanme cuatro líneas de historia y justo reconocimiento. En plena Revolución Industrial, en una fábrica de textil de Nueva York, el 8 de marzo de 1875, un grupo de mujeres obreras se organizaron para exigir una subida salarial y una mínima mejora de sus condiciones laborales, más precarias e infrahumanas aún que las de sus compañeros hombres. Para presionar a la empresa, se declararon en huelga y se manifestaron. Los dueños de la fábrica llamaron a la policía y 120 mujeres fueron asesinadas por esos agentes ese día en Nueva York.
Lo del color lila también tiene otro parrafito histórico. Uno cuantos años después de aquél primer 8 de marzo que, inevitablemente, prendió la lucha obrera de las mujeres, también en marzo, pero esta vez el 25 de marzo de 1911, 146 mujeres murieron en el incendio de otra fábrica textil también en Nueva York.
Ocurrió en la fábrica textil “Triangle Shirtwaist”. Como sus predecesoras, exigían mejoras laborales. Se encerraron en la fábrica. Los dueños, con tal de no ceder a ninguna de sus pretensiones y con un ánimo más que ejemplarizante, sellaron las puertas y ventanas y prendieron fuego a la fábrica con las mujeres dentro. Todas murieron. Se dice desde entonces que como lo que estaban fabricando eran tejidos de color morado, al quemarse, una gran nube este color se extendió por toda la ciudad, y desde entonces, es el único color de la lucha de todas nosotras.
Y a partir de ahí, siglos de pelea de las mujeres contra el sistema patriarcal que no ha aflojado ni poquito su puño de hierro alrededor de todas nosotras. Y por eso nos escabullimos de entre esos dedos opresores para llenar, otra vez, las calles al grito entre otros muchos de ¡Que viva la lucha de las mujeres!
Como en todo momento emotivo, una se acuerda de al lado de quién le gustaría caminar en esas marchas por todos los rincones del planeta.
A mí, personalmente, me hubiera encantado pasar un 8 de marzo con Frederica Montseny, primera mujer ministra de un gobierno de España (que además siendo catalana no está nada mal…), anarquista y, sobre todo, abolicionista y por ello prácticamente ha sido borrada de la historia. Ella abolió la prostitución durante un breve pero glorioso espacio de tiempo e inventó los liberatorios de prostitución donde las mujeres recuperaban su condición de seres humanos, casi extinguida por los puteros. Sí, ciertamente me hubiera gustado manifestarme por Barcelona al lado de Frederica Montseny con un cartel bien grande que dijera “Putero al Caldero”. Ella era más fina, pero seguro que nos hubiéramos divertido llevándola.
También me gustaría manifestarme un 8-M por las calles de mi amada Ciudad de México con Jacinta Francisco, una mujer indígena víctima de todas las violencias imaginables en el país más misógino imaginable. Condenada a la cárcel por un crimen que no cometió, nunca dejó de luchar y acuño una de las mejores frases que yo he oído jamás, a saber, “seguiré luchando, hasta que la dignidad se haga costumbre”. Consiguió salir y ser una lideresa que ahí está, luchando. Con ella y con mis amigas mexicanas, también sería un gran 8M.
Y hablando de grandes cosas, que gran compañera de manifestación feminista hubiera sido Chavela Vargas. Sí, ella era la feminista y no Frida, que nunca fue feminista ni quiso serlo. En cambio, Chavela lo sufrió todo, lo quemó todo y lo cambió todo para no morir. Pobre, lesbiana y sola. Si ella no es ejemplo de lucha, nadie o es. Cantar por las calles consignas feministas y luego celebrar la vida de todas con Chavela y un buen tequila y reírnos y abjurar del amor romántico.

Y sin embargo, soy afortunada puesto que cuando lean estas letras estaré de nuevo tomando las calles junto a mis Fredericas, Jacintas o Chavelas, que son anónimas pero que son la fuerza de las mujeres.
Las de las estudiantes que reclaman un futuro con futuro. La de las abuelas que exigen pensiones dignas después de toda una vida de trabajo. También son la voz de las sanitarias y de las trabajadoras de la justicia, o de las que cuidan de los demás, que, como las obreras de antaño, hacen huelgas y claman por sus derechos. También la voz de las madres que sufren un sistema incompatible con la vida y las de todas las víctimas de violencia que ven como sus verdugos salen a la calle.
A mis Fredericas, Jacintas y Chavelas, que hoy son, las Anas, las Yéssicas, las Cruz, las Marías, las Puris, las Felicidad, las Zenaidas, las Isthar, las Paulas, las Elvas, las Esperanzas, las Finas, las Martas y Lauras, las Isabeles, las Claudias, o las Mertixells, o las Lucías, o las Mar, las Erin o mi Yuritzi, y las otras Núrias, claro. Y las Cármenes y las Kamilas. Y por supuesto, con las Paquis.
Con todas, de nuevo ¡Que viva la Lucha de las mujeres!