Parece una historia de película, pero es real. Se llama Juan Alberto Laroca Chichiraldi, nacido en 1939 en Uruguay y, su consorte criminal, José Ramón Quintela García, nacido en Galicia en 1944. De 80 y 75 años respectivamente.
Ambos acaban de ser detenidos por la policía acusados de cometer diversos atracos a mano armada.
Perpetraban sus atracos a la vieja usanza: pistola en mano, disfrazados, amenazando a los clientes y empleados - a los que llegaron a encerrar habitaciones de las sucursales, atados de pies y manos con bridas -. Ambos pasarán los últimos años de sus vidas en la cárcel.
Atraco en Barcelona
Hace un par de meses saltó la noticia de un extraño atraco a una sucursal de la Kutxa Bank en el barrio de Sants de Barcelona. Los testigos hablaban de dos atracadores: un hombre y una mujer de más de sesenta años que, pistola en mano, se llevaron lo que había en “la retardada” del banco.
No tenían 60 años como informó la prensa, ni eran un hombre y una mujer. Era Chichiraldi y su amigo Quintela quien, a los efectos oportunos, efectivamente, se había disfrazado de abuelita. Ambos hablaron en todo momento en italiano, sólo con el objetivo de despistar a la policía cuando interrogase a los testigos.
El reciente periplo criminal de ambos se extiende por Barcelona (aparte de el de Sants, se les atribuye la autoría de otro atraco en la calle Provenza), así como otros “golpes” en Málaga y en Madrid.
Ambos recibían el apoyo y la ayuda logística de una tercera persona, que fuentes vinculadas con la operación y consultadas por el eltaquigrafo.com han calificado como “su becario”. Un hombre de 67 años, que acompañaba a Chichiraldi en Madrid cuando fue detenido hace escasos días.
Viejas glorias
Los tres son históricos atracadores. Tipos duros, viejos conocidos de los viejos policías y guardias civiles.
Cuando trascendió la forma de actuar de los atracadores, los policías más veteranos levantaron la nariz y recordaron aquella época en la que ciudades como Barcelona y Madrid eran golpeadas, una y otra vez, por bandas de atracadores, duros y sanguinarios, que se cebaban, allá por los años 80, con las sucursales bancarias, que proliferaban gracias a la bonanza económica de la época.
Parecía que el tiempo no había pasado. Esos policías, también una raza ya en extinción, pensaron, “esto huele a Chichiraldi”.
Y apostaron sus fichas a ese número. Y acertaron.