Asesinato en Montcada: Historia de una muerte anunciada

lugar donde se produjo el brutal asesinato en Montcada
photo_camera lugar donde se produjo el brutal asesinato en Montcada
El asesino buscaba a su ex novia. La quería matar. Ella lo sabía y una semana antes repartió fotos de él en entre el vecindario. Lo mossos también los sabían. Pero el asesino cumplió su amenaza. Un hombre murió por ello y nadie lo supo evitar

El bar l’Alzina o “el Petit”, como lo conocen popularmente muchos de los vecinos de Montcada i Reixac (Barcelona), es la típica granja tradicional de barrio, de las que tienen la persiana abierta de sol a sol, de las que se han convertido en algo más que un simple bar cualquiera para sus clientes. Se trata de todo un referente en el barrio y en el municipio. Sus humildes paredes llevan años acogiendo a las distintas generaciones del barrio de Santa María de Montcada.

Su olor se confunde entre el café y la cerveza; las mesas están desordenadas y si te fijas, faltan algunas sillas. No todas las mesas, ni todas las sillas son iguales. Se percibe que se han ido perdiendo y añadiendo de nuevas a medida que pasaban los años. No es un bar sofisticado, pero nadie lo querría así. En su favor, es de un carisma totalmente acogedor. Y eso es lo que hicieron con la joven venezolana que acudió a ellos en busca de ayuda.

Algo terrible iba a suceder justo enfrente del mítico local, algo que un día después de los hechos todavía tenía a los testigos “helados”. En un bar donde suele reinar el jolgorio, el domingo al mediodía, momento del vermut, el ambiente era más bien sobrio, triste y cabizbajo. Los presentes ese domingo, un día después del crimen, eran los mismos que lo presenciaron y entre ellos seguían comentando la masacre de la que fueron testigos.

Pero atando cabos, el dueño del bar, Joan, asegura que el terrible suceso ya había empezado el martes anterior.

Martes 28 de mayo: la mujer pide ayuda

La mujer venezolana, compañera del hombre brutalmente asesinado el sábado por la mañana en dicha localidad, hacia pocos meses que vivía en el barrio de Santa María de Montcada. José María A., habitual del bar, comenta que la mujer nunca iba sola, siempre iba acompañada de la víctima o de una amiga porque se sentía amenazada.

Este mismo cliente, relata que el martes de esa semana, el pasado 28 de mayo, la mujer entró en el local pidiendo ayuda. Era última hora de la tarde, pero aun era de día. Entró muy apresurada. No la habían visto antes, no sabían quien era, pero se la veía asustada.

“Estaba muy alterada, solo hacía que pedir por la comisaria más cercana. La entramos en el bar y la refugiamos”. La sentaron en una de las mesas de la parte interior del establecimiento y le dieron algo de beber. Cuando estuvo algo más tranquila, le ofrecieron su ayuda y la mujer les contó que hacía días que su expareja amenazaba con matarla. El joven, de 26 años y nacionalidad española, insistió en retomar la relación y ante la negativa de la muchacha empezaron las amenazas…

bar petit Montcada “Pensábamos que era un asesino en serie”

Sin dudarlo, los vecinos que la escuchaban le aconsejaron que llamara a la policía, pero que no se moviera del bar: ahí estaría segura hasta que llegara la patrulla que iba a atenderla. Y así fue. El dueño del bar, Joan, llamó a los Mossos d’Esquadra que al cabo de pocos minutos se personaron en el establecimiento y tomaron declaración a la mujer.

Para más seguridad, la joven les envió una foto de su expareja a algunos de los clientes que la ayudaron. “Nos dijo que, si lo veíamos por aquí que la avisáramos para alertar a la policía o para esconderse en casa”, asegura José María.

Y así fue como la camarera del local, Loli, reconoció, tan solo cinco días más tarde de este primer suceso, a la presunta expareja de la joven venezolana. Ese martes, unos vecinos la acompañaron a casa y le recordaron que podía contar con su ayuda siempre que lo necesitase.

Vivía a tan solo dos calles del bar, en una de las casitas adosadas de obra vista. Parecía que en pocos lugares aquella mujer se sentía protegido, todo su alrededor se había convertido en una amenaza constante. Por eso, esa semana fue al bar con cierta frecuencia, al parecer las mesas desordenadas de ‘el Petit’, la barra no del todo limpia y el olor entremezclado entre café y varios quintos le transmitían calma.

Viernes 31 de mayo: la pareja pidió cenar en el bar

La noche antes del crimen, la mujer regresó al bar junto al hombre que iba a ser asesinado. Ella les contó que no era su pareja, que era solo un amigo que siempre la acompañaba porque se sentía amenazada.

Eran pasadas las once de la noche, ya no se ofrecían cenas, pero Joan, el propietario del bar, después del incidente del martes no dudó en preparar algo de comida para la joven pareja, ambos venezolanos. Los chicos aseguraron no tener nada en la nevera. Ella hacía poco que se había instalado y él justo había vuelto de su país. Al parecer buscaba una nueva vida junto a una vieja amiga…

Se sentaron en una de las mesas del establecimiento, justo al lado de la ventana, cenaron unos bocadillos calientes, dos refrescos y una bolsa de patatas fritas. Al acabar, cogieron el último tren dirección Barcelona. Esa noche no dormían en casa de la joven. Fue una velada en confort. Un confort que la chica no tenía cuando salía a la calle.Casi no había nadie en el bar y las calles estaban desiertas. Un ambiente muy distinto del que se viviría horas más tarde.

Sábado 1 de junio: el asesino solo tomó un café con leche

‘el Petit’ subió la persiana a las seis de la mañana. Los más madrugadores empezaron a llegar, la máquina de café ya rugía y el aroma de les primeros cortados impregnaba el ambiente. Poco después de la apertura del local, llegó un joven. No parecía sospechoso, aseguran algunos de los clientes que ahí se encontraban. Pero debajo de su ropa guardaba un macabro machete de más de 30 cm.

Se pidió un café con leche. Nada más. Dos sobres de azúcar y la galleta de cortesía. El café le duró horas, varias horas. Se sentó en un taburete de la barra y esperó. De vez en cuando removía el café frío y de inmediato volvía a fijar su mirada en un punto: la ventana. Algunos de los presentes lo miraban sorprendidos, no es habitual ver nuevas caras en ‘el Petit’ y menos a las seis de la mañana…

Loli, la camarera de toda la vida, al rato se sobresaltó. “¿Ese joven?”. Parecía él, parecía el de la fotografía. Al comprobar la imagen que la mujer le había mandado unos días antes, se dio cuenta de que efectivamente se trataba de él. Era el exnovio de la chica que pidió ayuda ese martes, la misma que había cenado la noche anterior. Una mujer amenazada de muerte por su expareja, una mujer muerta de miedo.

Inmediatamente, mandó un mensaje a la chica alertándola de que su expareja se encontraba en el bar. La respuesta que recibió fue breve y concisa: “Ok”.

La joven volvía de Barcelona con su compañero, con el que había cenado la noche anterior. Al salir de la estación de tren, justo enfrente del bar y con mucha precaución, la pareja se decidía a cruzar por la calle dónde se encuentra el establecimiento. Un recorrido que tenían que hacer necesariamente para poder llegar a su casa y estar, por fin, a salvo. Pero el asesino estaba muy pendiente de la ventana y, al verlos a lo lejos, salió rápidamente y se abalanzó sobre el muchacho. “Sin piedad, a sangre fría”.

Ante la dantesca escena, la mujer se refugió de nuevo en el bar que la había acogido la noche anterior y el martes de esa misma semana. La dejaron entrar en la cocina. Allí, pasó unos minutos que parecieron horas. Lloraba que apenas se descifraba lo que decía, suplicaba y rezaba totalmente desesperada.

Fuera, bajo el intenso sol de media mañana, una mañana de primeros de junio, los gritos del hombre que estaba siendo asesinado atemorizaban a todo aquél que pasaba por allí. Y a todo aquél que se encontraba incluso a tres o cuatro calles del lugar.

“Si la chica no llega a salir corriendo, yo creo que también la hubiese matado”, afirma uno de los clientes habituales del bar. Muchos de los habituales del bar presenciaron atónitos el brutal ensañamiento.

El agresor no paraba, parecía no cansarse. Una vez lanzó el cuchillo al jardín privado que había justo enfrente del ‘Petit’, los clientes del bar vieron su oportunidad y salieron a por él. Éste estaba exhausto, intentó ir hacia la estación para huir, pero se abalanzaron sobre él y empezaron a golpearle.

Sillas, palos, puñetazos y patadas volaron por el aire con un único objetivo: el joven. Si no llegan a frenar, lo matan.

José María reconoce que él también participó en la paliza, fruto de la rabia que sintió en ese momento. La impotencia les hacía hervir la sangre, no podían controlar sus nervios, las ganas de venganza y de acabar con él. La situación empezó a desmadrarse. Por suerte para el asesino, los Mossos llegaron y acabaron deteniéndole. Los servicios de emergencia no pudieron hacer nada para salvar la vida del otro hombre.

Domingo 2 de junio: la estupefacción continúa

24 horas después de los hechos, en el bar solo se hablaba del asesinato. José María nos cuenta que aún tiembla cuando vuelve a revivir esos momentos. “Esta noche he vomitado y todo” afirmaba el hombre, fijando la mirada al suelo. El dueño del bar, Joan, explica que el día anterior llegó corriendo sin saber qué pasaba, lo llamaron varias veces y se encontró “con todo este panorama”.

Ahora, los habituales del bar, sólo se preguntan como podrán ayudar a la chica a rehacer su vida, a seguir viviendo en un barrio que solo hacia dos meses que se había convertido en su casa. Una gente que la acogió sin dudarlo, que entendió su temor, pero que no pudo hacer nada ante esta escena que quedará por siempre en la memoria de los que tuvieron la mala suerte de presenciarla

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