Se llamaba Ana María Piedrahita. Tenía 19 años y se suicidó ahorcándose en una celda del Departamento Especial de Régimen Cerrado (DERT, en sus siglas en catalán) de la prisión de Brians 1 (Sant Esteve Sesrovires). Estaba cumpliendo un castigo. La enviaron desde el centro penitenciario de Mas d'Enric, en Tarragona, tras protagonizar una trifulca con otras reclusas. Un voluntario de prisiones tenía que haber ido mañana a visitarla, a conocer su caso y ayudarla. No ha llegado a tiempo. Lo poco que se sabe de su historia es que la joven, de origen colombiano, estaba cumpliendo una pena de 27 meses y que no tenía apenas contacto con su familia.
Piedrahita no había cumplido condena antes. Era la primera vez que pisaba un centro penitenciario. Su juventud y su exótica belleza enseguida la pusieron en el punto de mira de otras reclusas curtidas en el mundo carcelario. Su personalidad y su físico pronto levantaron ampollas en la prisión tarraconense y, en las últimas semanas, la joven estaba siendo acosada por un grupo de compañeras.
Tuvo que cumplir un castigo desproporcionado
Su poca experiencia penitenciaria la condujo a plantar cara. A imponerse ante aquellas que le estaban haciendo la vida imposible. La discusión se saldó con ella de camino a una celda de aislamiento en Brians 1 y las otras cumpliendo régimen ordinario, como si ellas no hubiesen tenido nada que ver en el enfrentamiento. Ana María Piedrahita fue la única que tuvo que cumplir un castigo. Una decisión, seguramente, poco acertada según fuentes del sector, que pudo abocar al trágico desenlace ocurrido este pasado fin de semana.
El sábado por la mañana los funcionarios del módulo de mujeres de Brians 1 la encontraron ahorcada, en lo que parece un nuevo caso de suicidio. Sin embargo, una fuente del entorno penitenciario asegura que Ana María Piedrahita no encaja en el perfil de los reclusos que se suicidan en prisión. Por delante tenía una pena muy corta, de la que ya había cumplido varios meses de condena, y ansiaba la libertad. Su corta edad y que los funcionarios no hubieran alertado de ningún signo previo, desconciertan a esta fuente.
Es por eso que las fuentes consultadas por esa redacción, al igual que sus amigos, consideran que alguien pudo influenciar a la joven para que terminase por adoptar esta trágica decisión. Ese “alguien” pudo haber sido una persona física o el cúmulo de malas o desafortunadas decisiones tomadas desde el ámbito penitenciario. Lo cierto es que Ana María Piedrahita estaba a punto de salir en libertad y que, por el contrario, decidió poner punto y final a su vida. Lo hizo encerrada en una celda en la que cumplía un duro castigo por una trifulca que, a pesar de haber protagonizado, no merecía, aseguran las fuentes consultadas, una respuesta “tan desproporcionada”.
El cuarto suicidio en lo que va de año
La de Piedrahita es la cuarta muerte en las prisiones catalanas en lo que va de año, la tercera en tan solo diez días. Hace menos de dos semanas, los funcionarios de Brians 2 encontraron el cuerpo del magnate de Silicon Valley, John McAfee, colgado en su celda. Le acababan de comunicar que sería extraditado a los Estados Unidos para ser juzgado por un delito de evasión fiscal. Aunque la autopsia preliminar ha confirmado que la muerte se produjo por suicidio, su familia lo pone en duda. Pocos días después, un incendio intencionado produjo la muerte de un interno de Puig de les Basses, en el que resultaron heridos dos presos más.
El sistema penitenciario catalán ha demostrado su ineficacia en la prevención de suicidios en prisión. A pesar de las advertencias por parte de la ONU y del Consejo de Europa, que reiteradamente han venido insistiendo en la prohibición o reducción de estos regímenes de aislamiento, en las prisiones catalanas sigue siendo habitual este método de castigo. Los organismos internacionales en defensa de los derechos humanos consideran que este tipo de régimen penitenciario es equiparable a la tortura y que los daños psicológicos, a partir de los 10 días de aislamiento, pueden ser irreversibles.
Lo cierto, asegura una de las fuentes consultadas, es que el primer grado o régimen de aislamiento provoca graves consecuencias psicológicas en los internos, que pueden llegar a estar encerrados hasta 18 horas al día. Solos. Sin ver ni un rayo de luz. En este sentido, en el 2020 los suicidios en las prisiones catalanas aumentaron un 60%. Once personas se quitaron la vida, cuatro de ellas cumplían régimen de aislamiento, según datos aportados por el Departamento de Justicia de la Generalitat. En 2019, fueron 7. En lo que va de año, ya ha habido cuatro.