Viviendo con su dinero y su ordenador a cuestas, no pasaba muchos días en el mismo apartamento. Saltando de alojamiento en alojamiento, siempre bajo el amparo de varias identidades falsas, pero con su DNI vigente y en regla, Lupín (Jordi Arias Fernández, de 25 años) se había convertido en uno de los delincuentes más buscados de España. Su engrosado historial de antecedentes por ciberestafas cometidas por todo el territorio nacional, le habían situado en el punto de mira de todos los cuerpos policiales del Estado. Incluso, recientemente, había protagonizado un capítulo del programa ‘Equipo de Investigación’ de LaSexta, gracias al cual fue reconocido este pasado fin de semana por un telespectador en la discoteca Shôko de Madrid y pudo ser detenido.
Peligroso, pero no el peor
Asentado en la capital, le pesaban más de 25 requisitorias judiciales. Con más de 2.500 víctimas conocidas y varios millones de euros apropiados indebidamente, era considerado el mayor ciberestafador de la historia de nuestro país. Sin embargo, lamentan varios reputados ciberinvestigadores, ese cargo le iba grande y, “por desgracia, los mayores aún están por detener y, además, son auténticas organizaciones criminales”, confiesa Selva Orejón, fundadora y directora de OnBranding, una agencia que vela por la imagen y la reputación digital.
Sin restarle mérito a este delincuente que, por supuesto debe estar alejado de cualquier dispositivo electrónico que le permita seguir estafando, Lupín era un peligroso ciberestafador, pero, seguramente, no el peor. Y es que, tras la mayoría de las ciberestafas que se cometen en nuestro país se esconden auténticas organizaciones criminales, organizadas, jerarquizadas y muy adineradas, que se han apoderado del control de estos delitos virtuales.
Las mafias y sus anzuelos
En este sentido, como ya comentaba Bruno Pérez Junca en su día a esta redacción, “detrás de todas estas estafas hay mafias del crimen organizado muy bien estructuradas, dedicadas a recabar paquetes de datos —datos personales, evidentemente— que luego utilizan para atacarte directamente, para que, sin querer, les des acceso a tus cuentas bancarias, picando en un anzuelo que, previamente, habrán creado virtualmente y de forma exclusiva para ti”.
“Estas mafias, añade el informático forense, van poniendo anzuelos para que piques y vayas dando información privada sobre ti. Una vez han recabado o robado suficiente información sobre una persona en concreto crean la estafa definitiva, en la que, utilizando tus datos y apoderándose de tu confianza, te hacen creer cualquier historia que tú, convencido de que se trata de tu entidad bancaria, das por veraz y acabas aceptando una operación de compra que viaja directamente a los bolsillos de estas mafias”. Muchas de estas organizaciones, añade, operan desde España y poseen auténticos ejércitos de informáticos y personal dedicado exclusivamente a la comisión de ciberestafas.
Lupín, un ‘lobo solitario’ con una red de mulas
El modus operandi de Arias Fernández (Lupín), sin embargo, no era el mismo que el que emplean estas grande mafias. Ya que, por razones obvias, no disponía de tantos recursos, principalmente, humanos. En su caso, su especialidad era ‘doblar’ páginas web de venta de productos, sobre todo, de electrónica. Empezó con Apple y siguió con videoconsolas PS y todo lo imaginable, llegando a hacer verdaderas temporadas de estafas. Sin embargo, no hay que restarle importancia, pues ha quedado constatado que su red de infraestructura e influencia iba creciendo y, aunque sigue considerándose un ‘lobo solitario’, iba encaminado a formar un pequeño grupo criminal.
Llegó a estafar desde a su compañera de piso (de quien obtuvo sus datos bancarios y gastó 6.800 euros de su tarjeta de crédito, que estaba a nombre del padre de ella), por lo que fue condenado a dos años de cárcel, a miles de anónimos que entraban en webs de compra. “Él mismo llamaba a esos compradores por teléfono y les decía que tenían el sistema de cobro por tarjeta ‘online’ estropeado, y así les pedía que instalaran una App que reenviaba todos los SMS de las claves del banco. Así, transfería el dinero a tiempo real a una de sus múltiples cuentas corrientes”, explican fuentes policiales.
Lupín, además, contaba con una red de al menos 45 ‘mulas’ que ponían a su nombre múltiples cuentas bancarias a las que derivaba el dinero estafado, que podría alcanzar millones de euros. Les pagaba entre 50 y 250 euros, y muchos eran delincuentes comunes y personas en riesgo de exclusión.
Los peores quedan aún por detener
De este modo, aunque la red dirigida por Lupín había crecido exponencialmente en los últimos años, tanto Orejón como Pérez Junca coinciden en afirmar que “los peores”, los más malos, quedan aún por detener. Los líderes de las grandes organizaciones criminales de ciberdelincuencia están sueltos todavía y muchos de ellos tienen en España sus residencias y bases de operaciones habituales. Aunque Lupín ahora esté en prisión, que eso no se traduzca en un descanso, pues las mafias más peligrosas siguen con ganas de “salir a pescar”.