Las trincheras de la Bonanova

Las trincheras de la Bonanova  / Adrián Núñez @AdrianNunez46
photo_camera Las trincheras de la Bonanova / Adrián Núñez @AdrianNunez46
Separados por un impresionante dispositivo policial, okupas y antiokupas se movilizaron este jueves alrededor de la plaza Bonanova de Barcelona. Una jornada virulenta, que deja como secuelas los fragmentos de un barrio dividido...

En el lenguaje militar, la connotación de la palabra trinchera va más allá de la referente a una zanja cavada en la tierra para que los soldados tomen cobertura: es un hogar dentro de un campo de batalla donde los combatientes pasan días, semanas y meses. Un pedazo de terreno que, de lejos, puede pasar inadvertido en el entorno. Y entre pasillos improvisados, y la amenaza constante de aquellos de quienes los atrincherados se esconden, el paso del tiempo y el espacio que defienden convergen en un solo concepto: resistencia.

Trinchera es como decidieron denominar los okupas de El Kubo y de La Ruïna a los dos edificios que regentan en la Bonanova. Quizá por la retórica implícita en la palabra, que evoca mucho más que la de simplemente llamarlo hogar. Sin embargo, aquellos edificios que conforman la inflexión entre la calle de Sant Joan de La Salle y la de Lluçanès, eran más un fuerte que una trinchera.

La muralla y los espartanos 

Ayer, once de mayo, sobre las cinco de la tarde, Susana y su hija llegaban a la plaza de La Bonanova dirección al Centro Médico Teknon. Justo a la altura de El Kubo, Susana aminoró la marcha para pararse a contemplar la imponente muralla de vallas metálicas y puestos de guardia que habían erigido alrededor de aquel antiguo edificio de oficinas. Durante unos segundos, la madre cruzó la mirada con un joven enmascarado con un pasamontañas que asomaba la cabeza tras las vallas cada vez que alguien lindaba su territorio, pero no había desafío, más bien, el joven buscaba en el contacto visual un guiño amigo, un gesto de comprensión.

La muralla metálica / Adrián Nuñez @AdrianNunez46
La muralla metálica / Adrián Núñez @AdrianNunez46

Diez minutos después, las puertas del fuerte de la calle St. Joan de La Salle se abrían para dejar entrar a tres individuos: dos chicos y una chica, todos en sus veinte. Parecía que los insurgentes estaban concentrando sus filas dentro del cuartel general. Mientras tanto, por la calle de Lluçanès, tres adultos disfrazados de espartanos, luciendo capas rojas y cascos de cartón piedra, marchaban sobre la calzada como soldados romanos por la Vía Apia. Al llegar a la plaza, y tras cuatro o cinco intentos, lograron conectar un micrófono a un altavoz y espetaron su mensaje ante la expectación de todo el que pasaba por allí: “¡El estado debe funcionar como lo hace una empresa privada!” “¡Estamos aquí para luchar por la libertad!”. Acto seguido, el cabecilla se quitó el casco al grito de “¡Yo voy a cara descubierta!” y se dirigió hacia la muralla del fuerte a intercambiar gritos de guerra con los okupas.

De negro y con la cara cubierta 

Pero más allá del fuerte y de su entorno, a dos kilómetros de El Kubo y de La Ruïna, medio millar de personas vestidas de negro y encapuchadas se reunían en la plaza de Lesseps. Eran los pro okupas concentrándose para iniciar su marcha por General Mitre. Como estrategas de guerra planificando una incursión, el grupo de mujeres al mando de la marcha hicieron un corrillo para repasar el plan, luego desplegaron dos pancartas, una para el ataque de la marcha y otra para la coda, pancartas reivindicativas y acolchadas con foam que tenían doble función: mostrar un mensaje al paso y servir de parapeto para cuando comenzaran las cargas.

Tras el manifiesto, la marcha pro okupa encaró su recorrido siguiendo el circuito organizado por Mossos d’Esquadra, que esperaban en cada esquina armando una barrera de antidisturbios y furgones para dirigir el río de manifestantes. El paso de los encapuchados hacia la plaza de la Bonanova sucedía con normalidad entre esperados cánticos anticapitalistas e himnos anarquistas: “A las barricadas, a las barricadas”. Algunos vecinos se asomaban a los balcones para aplaudirles, y los pro okupas respondían con más aplausos. Otros, desde las ventanas, insultaban a los manifestantes: “¡Guarros!, ¡Poneos a trabajar!”, mientras los agentes de la BRIMO les pedían que no agitaran el ambiente.

El cordón policial / Adrián Núñez @AdrianNunez46
El cordón policial / Adrián Núñez @AdrianNunez46

Pero aquella alborotada tranquilidad no duró mucho tiempo. Cuando la marcha llegó a Lluçanès con Solsonès, los manifestantes se toparon con un cordón de antidisturbios que les impedía conectar con Sant Joan de La Salle, la calle donde los pro okupas esperaban reunirse con sus colegas en El Kubo y La Ruïna. Las capitanas de la marcha pararon, formaron un consejo urgente parapetadas tras la pancarta y tomaron la decisión de dirigir sus tropas hacia el frente. Los agentes de la BRIMO se replegaron, desenfundaron sus defensas mientras sus compañeros de vanguardia colocaban sus escudos y, entre los gritos alentadores de los encapuchados, los manifestantes cargaron contra la policía. 

El enfrentamiento se saldó con un antisistema herido de una brecha en la cabeza, la sangre resbalaba por su tez hasta descolgarse gota a gota donde acababa su barbilla. Un adoquín lanzado por uno de los suyos le había impactado durante la carga. Poco después, los manifestantes retrocedieron. El conflicto se había diluido. La marcha encontró otra vía. Los pro okupas llegaron a El Kubo y La Ruïna a las 20:40 de la tarde.

Dos realidades en una misma plaza 

La plaza de la Bonanova, para entonces, ya había sido acordonada por Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana. Al otro extremo de la plaza, la otra marcha, la de los antiokupas, promovida por Daniel Esteve (Desokupa), se congregaba entre las calles Muntanter y St Gervasi de Cassoles. El dispositivo policial había sido confeccionado de tal manera que las dos manifestaciones antagónicas nunca llegaron a encontrarse. El perfil del manifestante antiokupa, a diferencia de los antisistema, era heterogéneo, desde ancianos sujetados a las vallas del cordón hasta adolescentes que trepaban las farolas. Mientras los pro okupas gritaban “¡Gent sense casa i casa sense gent!”, “Vecina, despierta, hay nazis en tu puerta”, los anti gritaban “¡A por ellos!” y “Puta Ada Colau, puta Ada Colau”; sin embargo, estaban tan separados que no se escuchaban entre ellos.

La ira reprimida contra el sistema / Adrián Núñez @AdrianNunez46
La ira reprimida contra el sistema / Adrián Núñez @AdrianNunez46

Para las diez de la noche, la marcha pro okupa había abandonado El Kubo y La Ruïna para seguir recorriendo las calles de la Bonanova. Algunos adolescentes del barrio insultaban a los manifestantes desde las calles adyacentes, y cuando los antisistema iban a encararlos, las cabecillas de la marcha les paraban los pies: “¡Dejadlos, que son niños, seguimos!”. Y siguieron, pero esta vez arrasando cualquier sucursal bancaria, gasolinera o inmobiliaria que encontraban a su paso, incluso lanzaron adoquines contra un bufé de abogados.

Toda la calma que habían promovido durante la tarde se había convertido ahora en ira contra los símbolos del sistema. Mientras unos golpeaban con martillos los vidrios de los escaparates, otros les cubrían formando un muro para evitar que se tomaran fotos. Querían dejar huella a su paso, pero no que se registrara ningún tipo de material gráfico. Sin embargo, aquellos pequeños altercados ya no eran más que los últimos coletazos de la marcha. Los cánticos y proclamas iban cada vez a menos, para las once de la noche, algunos ya comentaban lo mucho que les apetecía ir a cenar o a tomar unas cervezas, y el grueso de manifestantes era cada vez menor. El enorme dispositivo de Mossos d’Esquadra intimidaba, y por el momento, los pro okupas han preferido actuar con relativa discreción.

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