María Gombau, la madre de los niños asesinados durante un ritual de purificación en Godella (Valencia) en 2019, ha confesado ante el tribunal que fue ella quien los enterró. Sin embargo ha negado la autoría del crimen. La delirante declaración de Gombau, inimputable por la grave enfermedad mental que padece, choca frontalmente con la versión que Gabriel Carvajal, el padre de los niños y expareja de Gombau, ofreció el lunes.
La joven ha explicado al jurado popular que Gabriel la maltrataba y la había apartado de su familia. Además, aseguró que su pareja le “metía cosas en la cabeza” y que le hizo creer que una secta mataría a los niños. La noche en la que sucedió el crimen, recuerda, ella ya tenía tan asumido que sus hijos serían asesinados que, cuando descubrió sus cuerpos sin vida, no se sorprendió.
Maltrato habitual hacia los menores
Gombau ha explicado que, para no dejar a sus hijos así, los enterró en dos puntos del jardín que le gustaban a cada uno de los niños. Después se angustió y fue a contárselo a Gabriel, que estaba dentro de la casa. Sobre el motivo por el cual fue hallada dentro de un bidón y desnuda, Gombau ha explicado que se desnudó cuando se vio manchada de sangre y que decidió esconderse, asustada, después de que Gabriel la persiguiera y le propinara una paliza. Toda la declaración ha estado marcada por referencias a “conspiraciones gubernamentales y extraterrestres”, “poderes de curación”, “sectas que querían extraerles material genético y pincharles hormonas” o afirmaciones como que “ella se creía María Magdalena y él Jesucristo”, y que dan muestra del estado psicológico de la acusada. Asimismo, Gombau ha relatado que hacían “prácticas de regresión” y que Gabriel era muy violento con los niños. “Los agitaba y los lanzaba contra la cama y el sofá” cuando lloraban. También ha relatado que Gabriel le leía a su expareja rituales infanticidas de los antiguos mayas durante horas.
“Así es como tienes que tratar al niño de ahora en adelante, porque así lo trata la secta y así tiene que aprender”, ha asegurado que le decía su marido en relación a la violencia empleada en la educación de los niños. Gombau ha recordado que, a veces, el niño se despertaba con hematomas y que su expareja le explicaba que era fruto de maltratos de la secta. Por eso, desde hacía más de dos años, se turnaban para hacer vigilancia nocturna. “Cuando quise ir al psicólogo nunca quiso ayudarme, estaba en contra de los médicos. Quería volverme loca. Cuando pasó todo, me costó mucho asimilar que estaba enferma y el mundo en el que yo vivía no era real.”
Gabriel niega esta versión
Por su parte, Gabriel ha negado cualquier tipo de implicación en los crímenes y culpa a su exmujer del brutal filicidio. Lo achaca a su frágil salud mental. Siempre ha mantenido que fue María, en solitario, quien acabó con la vida de los niños mientras él dormía en el interior de la casa. Cuando María lo despertó por la mañana y descubrió que los niños no estaban y que había sangre en el borde de la piscina, se desesperó. A partir de ahí, dice, no recuerda nada.
Sin embargo, el fiscal mantiene que la pareja compartía “creencias místicas”, que ambos “creían en la regresión a vidas pasadas”, en el “renacimiento de las almas” y en “la reencarnación”. El fiscal acusa a Gabriel de meterle estas ideas a María Gombau en la cabeza y de inducirla a cometer el brutal crimen, al tratarse de una persona fácilmente influenciable por la dolencia mental que padece. Por eso, pide para él 50 años de prisión.
Sin embargo, el letrado de Gabriel defiende que es “imposible influenciar a una persona que está atravesando un brote florido de esquizofrenia paranoide” y que ha desconectado de la realidad. Sobre las creencias de su defendido en sectas y regresiones, dice, no son delitos imputables. “Cada uno puede creer en lo que quiera mientras no mate”.
Gombau, por su parte, ha zanjado su declaración dirigiéndose al jurado para solicitar que no se dejen llevar por su delicada situación, "porque resulta muy fácil atribuir una barbaridad a quien tiene la mente perturbada", ha expresado.