Tres años del 17-A: a las puertas del juicio y con demasiadas dudas por resolver

Los homenajes a las víctimas se sucedieron en el punto de las Ramblas donde quedó abandonada la furgoneta | EFE
photo_camera Los homenajes a las víctimas se sucedieron en el punto de las Ramblas donde quedó abandonada la furgoneta | EFE
Tres años después de los atentados de Barcelona y Cambrils, hoy, a las puertas del juicio en la Audiencia Nacional contra los tres acusados, las dudas sobre la radicalización de los jóvenes yihadistas y la figura del imán, Es Satty, siguen imperando en una sociedad dividida entre el silencio y la indignación.

Se cumplen tres años de aquella trágica tarde de agosto. Algunos la intentan olvidar, otros no dejan de pensar en esa maldita furgoneta que arrasó las Ramblas, pero sea como sea, hoy, 17 de agosto de 2020, se cumplen tres años de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils (Tarragona). Atentados que se llevaron por delante la vida de 16 personas, hirieron a otras 166 y destruyeron familias, sueños e ilusiones. Coincidiendo con este aniversario, está más cerca el juicio en la Audiencia Nacional contra los tres acusados de formar parte de la célula yihadista que orquestó los atentados.

La mayoría de ellos, entre los que se encontraba el líder de la célula, el imán de Ripoll (Girona), Abdelbaki Es Satty, murieron por sus ideales y, con ellos, la verdad. Pasados tres años de aquella tarde de auténtico pavor, con la instrucción del caso cerrada y a la espera de juicio, sigue habiendo dudas que ni la investigación ha logrado esclarecer. Y mientras Ripoll (ciudad de origen de la célula), resignada y abatida, intenta pasar página, los supervivientes de esta pesadilla ansían respuestas que ayuden a apaciguar sus demonios.

A las puertas del juicio

A ninguno de los tres detenidos se le considera autor material de los hechos. Sí se les acusa de colaboradores, encubridores y terroristas, pero sobre ninguno de ellos pesa una acusación por asesinato. Según se desgrana en el escrito de acusación de la Fiscalía, tras horas (y días) de persecución, los Mossos d'Esquadra abatieron a todos los autores materiales. Sin embargo, la Justicia tiene señalados a los tres acusados por formar parte o colaborar con la célula, aunque no participaran en la masacre. 

Por esa razón, la Fiscalía (coincidiendo con las acusaciones ejercidas por el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya) no les acusa de asesinato, pero sí de terrorismo. Se trata de Mohamed Houli Chemlal, Driss Oukabir y Said Ben Iazza. Sin embargo, las asociaciones de víctimas les consideran culpables en el mismo grado y, mientras que el Ministerio Público pide penas que ascienden a los 41 años de cárcel, las asociaciones de víctimas reclaman la prisión permanente revisable para Chemlal y Oukabir, al considerarles responsables de las muertes y de los 166 heridos.

Más tangencial sería la participación del tercer procesado, Said Ben Iazza, a quien la Audiencia procesa por colaboración con organización terrorista, al entender que su intervención se limitó a facilitar la furgoneta frigorífica en la que transportar el peróxido de hidrógeno necesario para fabricar los precursores de los explosivos, así como la documentación para adquirirlo.

En este sentido, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat coinciden con la Fiscalía al descartar acusarles de los delitos de asesinato y piden penas de hasta 95 y 44 años de cárcel, respectivamente, para los tres procesados, por su pertenencia a la célula terrorista y su participación en la elaboración de los artefactos, material que saltó por los aires en su casa franca en Alcanar (Tarragona), frustrando sus planes y saldándose con la vida del imán Es Satty y de otro de los cabecillas, Yousef Alla.

Demasiadas dudas por resolver

Como se desprende del libro, «Los Silencios del 17-A», publicado recientemente por la periodista de TV3, Anna Teixidor, la investigación policial no ha sabido (o no ha querido) resolver algunos interrogantes clave para entender el por qué de los viajes que Es Satty y otros miembros de la célula realizaron a Paris y Bélgica semanas antes de perpetrar el atentado. Si éstos les sirvieron para entablar contacto con otras células del centro de Europa, ¿quién les financiaba? ¿Qué relaciones mantuvo el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) con el imán de Ripoll? ¿Tuvieron ayuda externa? ¿Por qué Es Satty decidió ir a Ripoll tras salir de prisión? ¿Sabía que un grupo de jóvenes, cómo se constata en la investigación, había empezado por su cuenta un proceso de radicalización? ¿Por qué se vio la furgoneta de Es Satty en Sant Carles de la Ràpita (Tarragona) tras la explosión de Alcanar? ¿Quién la conducía?…

Teixidor ha destinado más de dos años a intentar poner orden a todos estos interrogantes y, tras leerse y releerse el sumario, hablar con las víctimas y con los familiares de los terroristas, todavía han quedado algunos de ellos sin resolver. «La verdad siempre acaba saliendo a la luz», insistía la periodista a preguntas de este medio, «pero quizá pasaran años hasta saber qué pasó realmente antes de esa tarde de agosto», porque saber el pasado es imprescindible para entender el atentado e intentar establecer soluciones y prevenciones de cara al futuro.

Una enorme voluntad de pasar página

Pero entre las dudas, el juicio y el reclamo de la verdad existe un núcleo que ansía todo lo contrario: pasar página y dejar de ser, una vez al año, el epicentro de todas las miradas. Ripoll, ciudad de origen de los jóvenes terroristas, vive desde hace tres años con el deseo de ser olvidada por los atentados y recuperar la paz a la que estaban acostumbrados. Recabar información acerca de cómo vivían los terroristas antes del atentado «no ha sido, ni mucho menos, una tarea fácil», aseguró la escritora a eltaquigrafo.com. «En Ripoll, existe una voluntad enorme de pasar página. Se ha creado como un tabú en relación con el tema e incluso hay un cierto trauma. Tampoco existen intermediarios que faciliten el contacto con las familias, los abogados y los amigos de los terroristas».

Sus vecinos están cansados de sentirse señalados y de sentir que fueron parte del desencadenante. De hecho, para este tercer aniversario, el Ayuntamiento de Ripoll no ha organizado ningún acto oficial en repulsa a los hechos y en defensa de las víctimas. No quieren llamar la atención mediática ni sentirse, una vez más, el ojo del huracán. Según fuentes municipales con las que ha tenido contacto este medio, el silencio que retumba en las calles de Ripoll «viene dado por este proceso de asimilación de una realidad compleja». Y los primeros que se han acogido a él son las familias de los terroristas. La mayoría de ellas perdieron a dos hijos o tienen a alguno en prisión. No se han marchado del pueblo, pero tampoco hacen vida en él. Sobreviven, sin vivir. «No eran jóvenes marginados», insisten estas mismas fuentes; por eso, el proceso de asimilación es más complejo.

Las víctimas piden más

Y, en el lado opuesto a este silencio, los supervivientes y los familiares de quienes murieron aquella tarde piden a gritos más reconocimiento, más investigación y más verdad. Es por ello, por lo que, contrariamente a la decisión de la Fiscalía, las asociaciones de víctimas del terrorismo reclaman prisión permanente revisable para, como mínimo, dos de los tres encarcelados. Porque, no solo la posible impunidad simbólica de los atentados preocupa a las víctimas y familiares de fallecidos, también están en juego las indemnizaciones que les puedan corresponder en sentencia por los daños y secuelas que arrastran y que suman cifras millonarias.

En el caso de que los procesados se declararan insolventes, las indemnizaciones podrían ser asumidas por el Estado, de acuerdo con la Ley de Protección de Víctimas del Terrorismo, pero esa solución se adivina más improbable si tras el proceso penal no hay condenados por los muertos y heridos en los atentados.

Robert Manrique, portavoz de la Unidad de Atención y Valoración de Afectados por Terrorismo (UAVAT), no oculta su «decepción» con un proceso judicial que, a su entender, permitiría al Estado ahorrarse indemnizaciones millonarias. «¿Cómo se puede entender que esos tres procesados no sabían lo que iban a hacer sus compañeros? No son nueve lobos solitarios», lamenta.

Pero, además, más allá de los cientos de heridos, otros cientos de personas que lo vivieron en primera persona sufren secuelas psicológicas, según las asociaciones de víctimas del terrorismo. En este sentido, la UAVAT ha atendido a 73 personas que, en su mayoría, cumplen esta condición: los atentados marcaron su vida, pero no son consideradas víctimas porque no salieron malheridas o no pidieron ayuda psicológica en ese preciso momento. Manrique destaca que, en los sucesos terroristas, no solamente quedan lesiones físicas, sino que la herida también alcanza a la mente y no de forma menor.

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