
- Don Carlos, finalmente, ¿un deseo para este año 1995, que está a punto de empezar?
- Pues…. que la justicia sea más justa.
Así, con las palabras precisas para decirlo todo, Carlos Jiménez Villarejo, rubricó la entrevista que le hice una desangelada mañana del mes de diciembre de 1994, en su despacho como fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, situado, por entonces, en el majestuoso palacio que preside el paseo de Lluís Companys.
Carlos Jiménez Villarejo me ha visto crecer y yo a él, madurar.
A poco que te fijes en su figura, no sólo en su trayectoria como obrero de la maquinaria de la justicia sino en el fondo y en la forma de su conducta pasada y actual, se observa a un hombre del que cabe destacar dos significativos rasgos: la dignidad y la sensibilidad. En mi opinión, dos características que distinguen la grandeza de la condición humana.
Carlos Jiménez Villarejo ha empujado siempre en la misma dirección, que no es otra que la de ir contra la corriente que mueve a esta sociedad desnortada al albor de los designios del poder político y, sobre todo, del económico.
Valor y compromiso
En pleno franquismo, cuando la insubordinación política se pagaba con garrote vil, don Carlos se coló en el sistema para dinamitarlo desde dentro. Para eso había que tener valor y altísimo grado de conciencia social. El troyano se metió en las tripas del sistema en 1961. Y de ahí en línea recta hasta hoy.
Su esfuerzo, el de toda una vida, quizá no ha logrado mover el pétreo monolito del status quo. Pero eso, don Carlos, ya lo sabía y, sin embargo, no cesó nunca en mirar a los ojos de los intocables de cuello blanco para decirles “conmigo no vais a poder”. Efectivamente, ni el agasajo político, ni la tentación económica encontraron en este buen hombre (como diría Machado “un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra”) una pared de granito infranqueable. Al status quo le intranquiliza un tipo como Jiménez Villarejo. Ladran, luego cabalgamos.
Hace poco recibí en mi casa el último libro de don Carlos, “Justicia -Democracia” (Ed. Utopía), con una dedicatoria de su puño y letra que me emocionó y me hizo pensar (últimamente me pasa a menudo) lo mucho que quiero y admiro a determinada gente y lo poco que se lo digo.
Un asunto pendiente
Así que este artículo, Carlos, no está escrito para mis lectores, sino para ti. Para decirte lo mucho que te debo y lo mucho que te debe esta sociedad. Yo, por encontrar en ti un referente de decencia y dignidad, y esta sociedad porque solo gente como tú, comprometida, sacrificada y beligerante contra la injusticia (incluida aquella que también fabrican los tuyos) ha hecho subir los colores a la cara o al menos ha desmaquillado a esa gentuza que, como tiene le dinero para pagar, se cree con la impunidad para cometer.
Un día el ex ministro, Josep Piqué, (a quien tuvo en el punto de mira en más de una investigación), puso cara de “trágueseme el mundo” cuando en los pasillos de los estudios de Radio Barcelona Jiménez Villarejo se cruzó con él. Sonriente, aunque desconcertado y torpe, Piqué se le acercó moviendo la cabeza de arriba abajo como hacen los siervos ante los señoritos para, a continuación, intentar estrechar la mano del fiscal, cosa que no pudo hacer porque don Carlos le giró la cara como quien retira la nariz ante un cubo de basura. Yo estaba allí y lo vi, y me lo pasé en grande ante tamaña escena.
Y también estaba el día que el su señoría hizo salir a Javier de la Rosa del edificio de la Fiscalía porque el “empresario modelo”, arrogándose no sé qué atribución, había entrado en el edificio para una comparecencia por el parking subterráneo con su Mercedes blindado, y no, por la puerta principal por donde entran todos los ciudadanos. Don Carlos ordenó a la guardia civil que sacaran a JR a la calle y le hicieran entrar al edificio por la puerta de acceso público que es por la que accede a la Fiscalía la gente verdaderamente modélica.
Gracias, gracias…
Como digo, Carlos Jiménez Villarejo tenía y tiene lo que necesita un hombre bueno para impartir justicia: sensibilidad con las víctimas y con esa delincuencia común marcada por la vulnerabilidad social; y dignidad para huir de la equidistancia y para poner el pecho delante de la balas que algunos hombres y mujeres reciben solo por el hecho de haber nacido en el vagón de cola.
Carlos, sólo puedo terminar este artículo (quizás más bien se trata de una carta que hace tiempo que ya debería haberte escrito), diciéndote que los molinos de viento siguen ahí, pero gracias a ti la justicia es más justa, no lo dudes, y yo algo menos desnortado.