
Visto para sentencia. El fiscal, tras instar la prisión provisional contra el que fuera presidente del Barça, Sandro Rosell y contra su socio y amigo, el gestor andorrano, Joan Besolí por espacio de 600 días, ahora, llegado el momento de la verdad, ha rebajado a seis y cinco años respectivamente la petición de condena.
Los argumentos del ministerio público en su última intervención ante el tribunal fueron ciertamente pobres en el fondo y en la forma.
Al ilustre representante de la acusación pública se le veía un tanto abrumado, como con ganas de que aquello se acabase lo antes posible y pudiera, así, desprenderse del marrón que le vino encima cuando no hace demasiadas fechas le cayó encima casi por sorteo la acusación contra Rosell y Besolí.
Cualquier sentencia que no implique una pena de seis años de cárcel para Rosell situará a la fiscalía ante un ridículo espantoso, bochornoso, de los que no se olvidarán.
La absolución, sería de traca y arrastraría también a la instructora, ahora flamante magistrada del supremo, Carmen Lamela, al escaparate del escarnio. Y la absolución se está mascando. Eso se percibe en las miradas de los distintos operadores que han formado parte del circo de este juicio.
Pau Molins, abogado de Rosell y de Besolí, se preguntaba en su turno de alegaciones cuando pidió la libre absolución de su cliente, si el tribunal sería valiente y no se dejaría arrastrar por el condicionante que supondría absolver a quien ha pasado casi dos años en prisión preventiva. Veremos.
Como se sabe, en la mayoría de ocasiones, los jueces, como los médicos, cuando vienen mal dadas, suelen apoyarse (protegerse) los unos en los otros. Pero en este caso tengo la esperanza de que si los tres miembros del tribunal coinciden y concluyen en que lo del Caso Rosell ha sido un gambazo, se saldrán de una foto que inmortalizará para siempre lo más vergonzoso de la justicia que no es otra cosa que la justicia impune.
Si los procesados lo han hecho, que lo paguen. Pero si no (y hay decenas de indicios y pruebas que aportan dudas razonables de su autoría), los y las que con mano de hierro y nula sensibilidad han robado casi dos años de la vida de dos posibles inocentes, no deberían quedar impunes como si las propias reglas del juego fueran una patente de corso para no rendir cuentas por los gambazos propios o consentidos.