Opinión

Dejad que los niños se acerquen a mi

La opinión de Carlos Quílez para eltaquigrafo.com
photo_camera La opinión de Carlos Quílez para eltaquigrafo.com

Lo de la obsesión de las religiones con la infancia es el cuento de nunca acabar. Podría decirse que se trata de algo consustancial. ¿Qué mejor que un cerebrito y una personalidad en formación para inocular todo el veneno que se precise para que el rebaño transite por la senda adecuada?

“El opio del pueblo”, como sentenció Marx, encuentra en los menores una pastura fresca y espesa en la que revolcarse y atiborrarse como lo hacían los romanos en sus perversas y libidinosas bacanales.

Todas. Desde el credo judeocristiano, al musulmán, pasando por el budismo y todos los subsiguientes subgéneros que uno se pueda imaginar, utilizan a la infancia como munición y como carnaza. El último episodio que ha trascendido al respecto de forma pública pone en la diana al menesteroso, humilde y sonriente Dalai Lama.  Ese icono de bondad y de la pureza espiritual ha sido filmado mientras le “daba la boca” y la lengua a un niño. Lo hacía entre caricias, lisonjas y sonrisas vampíricas. Lo hacía en el marco de un acto con beato y liturgia, ingredientes fundamentales para generar el ambiente de intimidación indispensable cara a someter la voluntad del menor. Algo así como el “pánico escénico” que acuñó Valdano. En ese escenario, la maldad se siente cómoda y por ello se retroalimenta.

La religión está detrás de muchas cosas malvadas. Es la hoja de ruta que utilizan los villanos para distribuir su porquería alienadora al servicio, naturalmente, del poder.

Hay religiones que fomentan o amparan, por acción y por omisión, la esclavitud infantil. Otras premian la subyugación del género femenino, especialmente en la infancia. Y otras tapan bajo la sotana la pedofilia y la pederastia.  

Dalai Lama ha pedido disculpas. Pobre, no se pudo aguantar. También se ha disculpado el papa por los continuos y multitudinarios escándalos de pederastia en la Iglesia católica. Pero no valen las disculpas. Sólo cabe una catarsis posterior a un severo castigo. Sin piedad porque los que amparan, promueven, ejecutan o ignoran el maltrato infantil merecen lo peor. Abascal… ¿a qué esperas para desempolvar el garrote vil?

Pd: Bien visto, el estado se ahorraría un buen dinerito: el verdugo, el que dé la extremaunción y la víctima podrían ser la misma persona. Amen.

Comentarios