Opinión

El Mosso que siempre fue inocente

La opinión de Carlos Quílez para eltaquigrafo.com
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"Los culpables de la existencia de la “Operación Macedonia”, no se sentaron en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial de Barcelona. Son otros".

Hace muchos años le pregunté a un agente de policía, destinado en la lucha antiterrorista y que durante años investigó a ETA en primera línea de fuego, que qué hacían cuando se equivocaban, cuándo detenían alguien que no era el que buscaban o cuándo imputaban algo a un sospechoso que en realidad era uno que simplemente pasaba por ahí.

Me dijo…: “Pues le doy la vuelta al lápiz, borro, y sigo escribiendo”. Es así de simple y de cruda, la realidad. Y así de terrible, la injusta justicia. No tanto por la responsabilidad de quien se equivoca, sino por la impunidad de quien se equivoca sin mediar error.

La Audiencia de Barcelona ha declarado inocente a un hombre que lo era. Que siempre lo fue. Se llama José Ranea, subinspector de los Mossos d'Esquadra. El juez de instrucción número 1 de Barcelona, Joaquín Aguirre, le investigó durante 12 años por presuntos y horribles delitos vinculados al tráfico de drogas y la corrupción.

Ranea llegó a pisar la cárcel durante tres semanas de forma preventiva a petición de un fiscal que, por entonces, antes de quitarse sutilmente de en medio al atisbar el alcance de la chapuza judicial en la que participaba, le reía las gracias al instructor.

Un veterano abogado de Barcelona, colaborador asiduo de la Fiscalía en casos de corrupción y, por lo tanto, cercano conocedor de lo que se cuece en esa institución me dijo…: “ese fiscal es el tonto más listo de la clase”. No estoy de acuerdo. En mi opinión, la cosa es mucho peor: aquel fiscal fue otro que se equivocó, pero sin mediar error. 

Esta noche la Fiscalía, pero sobre todo ese juez empecinado y obsesivo (ahora vilipendiado por sus propios compañeros y con la reputación en la picota más absoluta), leerán la sentencia de la Audiencia Provincial, o escucharán los informativos de la tele o la radio, y… como quien oye llover: le darán la vuelta al lápiz y a dormir. O no.

Esta sentencia, dictada por un tribunal de ojos vendados y de balanza hecha a prueba de corporativismo, no evita la marca de una cicatriz enorme en la piel de ese subinspector, uno de los muchos mossos, policías nacionales y guardias civiles, investigados en el “caso Macedonia” por su ilustre señoría, bajo la sospecha de “vamos a  ver si les encontramos algo”, por cierto, el mismo mantra de la policía patriótica que tanto ayudó a su señoría en esta barbitúrica instrucción.

Terrible y descorazonador

12 años en los que Ranea ha perdido a su mujer y el cabello. Ha visto crecer a tres hijos huérfanos de felicidad, ha visto envejecer a una madre enferma, ha constatado el intento de mancillar el honor de su padre y ha tenido que soportar las miradas de reojo y desprecio de algunos compañeros, especialmente de aquellos mossos de Asuntos Internos, sin escrúpulos y, como dice la sentencia “acríticos” con el juez, que ayudaron a su señoría en su cruzada contra molinos de viento.

Ranea es inocente porque que nunca lo hizo. Nunca fue un aliado del mal. Nunca participó en delito alguno. Lo grave, lo triste es que eso, eso lo sabían. Lo sabíamos todos, incluido el que fuera Secretario General de Interior que, por entonces -2010-, compartía conspiraciones, confidencias, risas, mesa y mantel con el juez que iba destrozar la vida de unos de sus agentes.

El tiempo todo lo cura; pero la memoria es obstinada con la injusticia.

Los culpables de la existencia de la “Operación Macedonia”, no se sentaron en el banquillo de los acusados de la Audiencia Provincial. Son otros.

Deseo que tras la lectura de la sentencia –con todo, se nota la contención del tribunal para no hacer leña del árbol caído-, la vergüenza y el remordimiento hagan su papel. Pero conociéndoles, no confío en ello.

Los que hemos sufrido con incredulidad el desbarro del juez y la anuencia del fiscal, ahora, conocida la sentencia, no dejaremos de ver una mancha negra y perpetua en los maguitos blancos de sus lustrosas togas.

Visto para sentencia.

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