
Hace años, un prestigioso fiscal me dijo durante la sobremesa de su cena de despedida tras su jubilación: “Hay dos tipos de jueces y fiscales: los decentes y los indecentes. Los primeros son la inmensa mayoría, pongamos un 95%. Los segundos acaparan el resto”.
Aproximadamente la mitad de ese segundo y minoritario grupo está compuestos por jueces y fiscales sucios y corruptos. Tipos peseteros, indecentes, inmorales, prevaricadores y delincuentes de postín. La otra mitad la componen ilustrísimas señorías si cabe aún más peligrosos, ya que se trata de jueces y fiscales histriónicos, desequilibrados, acomplejados, imprevisibles, atormentados, traumatizados, obsesionados, vanidosos, en muchos casos cautivados por el glamour de la fama, por lo tanto, en una perfecta disposición para dictar resoluciones injustas, incluso increíbles.
De entre los del primer y mayoritario grupo distinguiría dos subgrupos cuyo porcentaje no me atrevo a cuantificar, perfectamente separados: por un lado los jueces y fiscales no prevaricadores, pero no comprometidos con su función, al menos como yo entiendo que se ha de implicar un servidor público al que pagamos todos los ciudadanos y en el que hemos depositado toda nuestra confianza. Yo les llamo los “UFF”.
Trabajan sin hacer otro esfuerzo que el de no comprometerse, no excederse, no posicionarse, haciendo de la equidistancia y de la indefinición, una premisa. Son especuladores que modulan su trabajo, en el fondo y en la forma, en base a criterios de oportunidad y conveniencia porque saben el alcance de sus decisiones y actúan en consecuencia.
Los “UFF”
No digo que prevariquen porque su conducta (como ellos esgrimen refiriéndose a aquellos a los que dicen despreciar pero contra los que no actúan si no tiene más remedio) “no encuentra cabida en el código penal”, aunque sí en mi particular código que identifica a las personas cuya foto jamás llevaré en la cartera.
El otro subgrupo del grupo mayoritario son los que hacen, desde la función pública, que esta sociedad, mal que bien, funcione. Y lo hacen por el mismo sueldo que los colegas del soplido, pero pagando, en no pocas ocasiones, un altísimo precio en forma de envidias, críticas hirientes, amenazas profesionales y personales y sacrificios familiares.
Para este subgrupo no hay contemporizaciones, ni florituras, ni atajos, ni medias verdades. Estos jueces y fiscales no soplan (o resoplan) cuando se visten con la toga tengan lo que tengan ante sí y sea el que sea el alcance de sus decisiones en el proceso. Simplemente se remangan y lo abordan a partir de premisas técnicas y sordas al ruido de los moscardones extra jurisdiccionales. “Vista larga, paso firme y mala leche”, añadí yo. “Sí, eso exactamente”, sentenció.
Meses después, cenando en mi casa en presencia de jueces y de otros fiscales amigos salió el tema de los “UFF” y dotado de la irreverencia que me otorgaba mi condición de anfitrión pregunté a ese veterano y reputado ex miembro del Ministerio Público…: Por cierto, ¿y tú a qué grupo o subgrupo perteneciste?
Me miró sin retirarse un copazo de vino de los labios y trascurridos un par de segundos, respondió: “Pues yo hice buenamente lo que pude…”.