
Pero… ¿quién carajo se ha creído que es Leo Messi?
Ésta es la pregunta que nadie se ha hecho. Al contrario. El mundo culé, incluso la fauna mediática que pulula alrededor del fútbol, se rasga las vestiduras ante el agravio que su majestad, Leo Messi, sufrió este miércoles, cuando unos inspectores de Hacienda, en el desempeño de sus funciones, retuvieron escasamente durante 50 minutos al crack argentino para inspeccionarle e interrogarle en el aeropuerto de El Prat, a su llegada a Barcelona, tras competir con su selección.
Como habla como si lo hiciese para adentro y, cuando saca las palabras para afuera, parece que las balbucea, aún no he entendido, por mí mismo y con exactitud, el contenido de sus «alarmantes» declaraciones efectuadas ante una nube de periodistas nada temerosos con la COVID-19 en el hall del aeropuerto. Messi dijo algo así como que estaba agotado de ser el culpable de los males del Club (en relación con unas declaraciones del entorno de Griezmann que dejaban a Messi como una especie de führer del vestuario) y calificó de «locura» la inspección que, minutos antes, Hacienda le había efectuado al aterrizar en España.
Dinero, dinero y dinero
Sobre lo primero, diré que alguien que cobra 40 millones de euros al año (¡¡CUARENTA!!) está obligado a soportar eso y más (por cierto, el astro argentino es de los que no se quiere rebajar ni un céntimo el sueldo ante la situación de quiebra en ciernes que sufre el FC Barcelona a causa del coronavirus: Eso es amor al club que se lo ha dado todo y lo demás son tonterías).
Sobre lo segundo («la locura» de Hacienda), no puedo mostrar más que indignación.
Messi es un delincuente conformado y, por lo tanto, confeso. Cometió un delito fiscal por el que fue investigado y condenado en una sentencia, tras un pacto de conformidad con la Fiscalía. Asumió el delito, pagó una multa millonaria y, tras devolver la pasta, «el sistema» (el Estado, que está canino y necesita el dinero más que asegurarse de que la Justicia sea justa) le ha perdonado su ingreso en prisión. El Código Penal dice que el que la hace, la paga. Pues bien, como ven, eso no es así. El que pude pagar (la multa), lo puede hacer (el delito). Y como Messi es rico (y «el sistema» lo permite) puede compadrear con la delincuencia de cuello blanco, que si le pillan, no pasa nada, suelta la 'morterada', mala suerte y a otra cosa mariposa; al fin y al cabo, ¿qué son 10 o 12 millones más o menos en la cuenta corriente?
La Hacienda de todos
Por lo tanto, si Hacienda ha de mantener en la diana a tipos susceptibles de sisar al Estado el dinero que nos pertenece a todos, uno de ellos ha de ser Messi, aunque solo sea porque ya lo hizo una vez (que se sepa y que se sepa en España) y por su acreditada opacidad contable y financiera.
El motivo que ha impulsado este nuevo expediente de investigación de la Agencia Tributaria sobre las actividades de Messi se ignora (las investigaciones son y han de ser secretas). Si se trata de «una locura», no debe de ser muy diferente a los centenares de miles de «locuras» que, anualmente, incoa de forma preceptiva la Hacienda Pública sobre sus contribuyentes.
El lloriqueo enfurruñado de Messi no nos tendría que confundir y deberíamos recordarle al crack que el estado de derecho del que disfruta en España se sostiene, entre otros axiomas, sobre estos dos: «Hacienda somos todos» y «Todos somos iguales ante la ley».
El antiperiodismo
El numerito de Messi no nos tendría que confundir, pero lo ha conseguido. La prensa indocumentada y pelotillera que tanto abunda en el sector de la crónica deportiva, esta semana, gimoteaba al albor del crack frases como «una terrible inspección tras 15 horas de vuelo» o «habría que ver si lo que ha hecho Hacienda es legal». Patético. El vasallaje de un determinado sector de la prensa deportiva (ese que informa con las orejeras puestas y que, por ejemplo, pregunta al entrenador cuyo equipo acaba de ganar al rival por 6 a 0 si está «contento con el resultado») da, cuanto menos, vergüenza.
«El periodismo ha de ser escéptico, crítico y documentado. No ha de ser dócil ni vacuo», asevera Iñaki Gabilondo. Pues eso.