
No soy partidario de la mano dura como principal herramienta de choque contra la delincuencia. Soy de los que piensa que, salvo en ese sector ultra ínfimo de delincuentes psicópatas, el resto, la inmensísima mayoría de criminales sociópatas, lo son porque la sociedad les ha corrompido. Por lo tanto, seamos responsables y no verdugos.
Sí, tengamos la vista larga y busquemos ahora las soluciones para los problemas de mañana. Invirtamos hoy en el futuro. Sí. Pero… ¿Y qué pasa con los problema de hoy? ¿Cuáles son los problemas de criminalidad de hoy? Veamos: las estadísticas son peores que ayer, pero no insufribles en términos comparados. Por su parte, la percepción de inseguridad sí ha subido desbocada por diversos motivos, entre ellos: la explicitud y reiteración de imágenes criminales, terribles y cercanas en los medios y en la red. Uno se siente más inseguro, aunque le siguen robando, violando o matando relativamente poco, siempre en términos de estadística comparada con ciudades de nuestro entorno.
Entonces, ¿Dónde está el problema? En mi opinión, lo grave es que se ha desbocado la delincuencia que mayor desasosiego provoca en la sociedad: la delincuencia violenta que reparte agresividad de forma gratuita, con independencia del código penal, como si éste no fuera con esos criminales incontinentes, que parecen vivir varios centímetros por encima del suelo de la ley.
Ese desprecio a la ley, esa mofa de la ley, de sus defensores, de su respuesta, de su firmeza, es lo que verdaderamente nos debe de preocupar. Ahí está la flor del mal. Los de Vox dirán que porque la ley es blanda, excesivamente garantista y demasiado condescendiente.
La progresía política radical seguirá diciendo que al delincuente extranjero, por ejemplo, se la ha de entender (y en su caso, ayudar) por encima de lo que debiéramos hacer con el delincuente autóctono. Una especie de misericordiosa discriminación positiva.
Entre esos dos putos de vista, ambos políticamente satisfactorios para sus respectivos correligionarios, se encontraría el debate pragmático más efectivo y menos hipotecado.
Así, digo que, por ejemplo, la presencia en la calle de cuchillos, navajas, machetes, hachas, catanas y demás trastos que sirven para alardear y dominar y, en última instancia, para matar, debería de estar duramente castigada, sea extranjero, español, hombre o mujer quien se enfunde esas armas para salir de casa camino de la discoteca o de dónde sea. El navajero de hoy es alguien poco censurado por la ley y muy engrandecido e idealizado en el suburbio, la pandilla o el gueto.
Sí, mano dura e irreversible porque hoy esas bacterias de hoja afilada han disparado la fiebre en el cuerpo social, cuya temperatura se ha descontrolado y puede llegar a dañar algún órgano vital.
Si normalizamos la presencia de armas blancas en nuestras calles, con la resignación o la complacencia por omisión de la ciudadanía, el mercurio subirá y entonces los gurús del fascismo se pondrán botas a costa de nuestra aquiescencia y nuestra cínica posición de mirar y soplar para otro lado, esperando que el Estado de las cosas se corrija por arte de magia.
Vivimos en la sociedad en la que vivimos (a tiempo siempre estamos de cambiarla). Pero mientras eso no suceda, asumamos que en la lucha contra el crimen debe de adolecer de ideología y de apriorismo intelectual de salón o de biblioteca.
Siempre mejor un culpable en libertad que un inocente en la cárcel. Lo otro es fascismo. Pero indudablemente, la propia condición humana a veces nos hace inhumanos y para corregir esa situación se precisa valentía. Valentía para acoger, comprender y ayudar al delincuente sobrevenido, al descamisado, al abocado a ello, (la sociedad corrompe); sí, pero a la vez que se actúe con la vista larga, el paso firme y la preceptiva mala leche que requiere el calor del cuadro febril. Sin testosterona añadida, pero sin pamplinas.