
A la democracia le gusta que todos: ricos, pobres, altos, bajos, guapos y feos, listos o tontos, seamos iguales ante la ley. Una persona, un voto. Bendito sufragio universal, antídoto contra la desigualdad.
Qué curioso… al fascismo, lo del sufragio, también le va. Los fascistas se aprovechan de la democracia, de su generosidad, para buscar acomodo y atalaya desde la que insuflar gasolina hirviendo a sus venenosas arengas, esas que preceden a sus tenebrosos propósitos.
Para los demócratas asumir esa realidad es un ejercicio de madurez, nada falto de resignación.
El fascismo ha ganado en Italia. En las urnas. Mussolini se descojona en su tumba mientras se retira del cuellos la soga con la que el pueblo oprimido le mandó al otro barrio. ¿El pueblo oprimido? Sí, el pueblo oprimido que el Duce condujo a una cruenta guerra y a una desoladora pobreza y ostracismo. Han pasado casi 100 años y ese mismo pueblo castigado por la crisis económica endémica, sin expectativas para las jóvenes generaciones y con el estado democrático del bienestar sólo en manos de la oligarquía ávara y poderosa, ese pueblo oprimido ha puesto a los xenófobos, a los ultra capitalistas, a los racistas y a los machistas, al frente de un gobierno democrático.
¿Tendrá razón el poeta urbano euskal-gallego, Evaristo Páramos, cuando escribió con su habitual irreverencia: “Pobre y de derechas, idiota seguro”?
Los españoles no somos tan diferentes de los italianos. Ni nuestra historia e histeria política, tampoco lo es.
Al fascismos le gustan los pobres, los ciudadanos plebeyos, los desfavorecidos (estos les encantan), los descamisados que nunca tienen acceso a la cultura porque bastante tienen con subsistir. En ese mar de la vulnerabilidad es donde el fascismo sale a pescar. Por eso, la ultraderecha auspicia la pobreza económica y cultural.
Quizá deberíamos reflexionar sobre ello. Sobre la incapacidad de la izquierda para recuperar el concepto de “clase” frente a los que tratan de desdibujarlo. Veo a un obispo votando a Vox. También a un engominado empresario. Y a un torero tuerto. Y a una tonadillera corrupta. Pero se me retuerce la tripa cuando veo a un sindicalista, a un jornalero y a un peón en paro votando a quienes amparan a aquellos que ejercen la política de la supremacía alineadora.