
La guerra de los medios no se detiene ni frente a la muerte de una de las grandes, María Teresa Campos.
Adelantar la muerte de alguien escribiendo previamente su obituario es algo habitual en los medios de comunicación. Puede parecer insensible, pero en el fondo es una mera previsión. Lo que nadie comprende es por qué no se pronuncian palabras amables sobre el recién fallecido. Y eso es exactamente lo que hizo Alessandro Lequio cuando exclamó: “Si ha habido una reina de las mañanas, ha sido Ana Rosa Quintana. Basta de tonterías. Punto. ¡Tanta falsedad no!”
No era el día apropiado. En una quincena en la que han fallecido María Teresa Campos y María Jiménez, solo quedaba rendirse ante la magnitud de ambos personajes. Sí, se ha ido la Campos, un referente en la comunicación. Otros destacan su carácter tanto dentro como fuera de pantalla. Pero lo que las palabras del italiano sugieren es que, al final, la personalidad pública eclipsó a la María Teresa Campos real. La paradoja radica en que, en el escenario público, la imagen de María Teresa se veía teñida de dureza y determinación. Esta dualidad, aunque desconcertante para algunos, es una faceta común en la vida de muchas celebridades. Muchos son aquellos que, bajo los reflectores, desempeñan roles que no reflejan completamente su verdadera esencia. En este juego de máscaras, la autenticidad a menudo se sacrifica en aras de la imagen y la fama.
Una extraña superstición dice que las celebridades se van de tres en tres. Siempre es un tema de conversación intrigante, y la especulación sobre quién será el siguiente no se detiene. En este momento, los medios parecen estar preparándose para el adiós de figuras legendarias como Raphael o Joaquín Sabina. Raphael me dijo que jamás se retiraría del escenario, hasta que ya no pudiera más. Este año se ha visto obligado a cancelar conciertos. Sabina actuará este sábado en Pamplona y el 27 de septiembre lo podremos ver en Barcelona. Estoy segura de que ninguno de ellos será el que haga que se cumpla la maldición. Y para maldiciones, la que predijo la agencia de detectives Método 3, antes de la boda de Arantxa Sánchez Vicario.
Desde este lunes la tenista se sienta en el banquillo de los acusados junto a su exmarido, Josep Santacana. Los padres de la joven, asustados frente a la petición de mano, contrataron a la agencia de detectives que desveló el pasado de deudas y problemas del catalán. Ahora los dos se enfrentan a una petición de prisión de cuatro años por, supuestamente, haberse insolventado frente a un banco luxemburgués. Justo este pasado fin de semana, el dueño de la agencia de investigación corroboró la información y me comentó que “el problema de algunas personas es que se acaban creyendo a sus propios personajes, llenos de máscaras que ocultan sus propios miedos e inseguridades”.
Estoy de acuerdo con él. Conozco a grandes personas, amigos entregados, padres generosos cuya personalidad pública intimida a quienes no los conocen de verdad. Otros, cuya figura pública parece dominar el mundo y que, sin embargo, temen mostrar su verdadero yo en la intimidad. Son diferentes en su ámbito laboral y en el personal. María Teresa era así: generosa, sosegada y de gran apoyo para aquellos que se acercaban a ella sin segundas intenciones. Era dura, seria y mandona en pantalla o cuando alejaba a los paparazzi que la molestaban durante su última relación con Bigote Arrocet. Así es la vida de las celebridades, una amalgama de dualidades entre su vida pública y personal. Lo profesional no debería eclipsar lo personal, ni viceversa. El equilibrio entre estas dos esferas es esencial para mantener la felicidad. Es un desafío que enfrentan tanto las celebridades como aquellos que los rodean. Cuando estás tan expuesto, la presión laboral es constante (lo puedo corroborar de primera mano), y encontrar ese equilibrio es un logro digno de admiración.
Por eso, he optado porque mi vida personal discurra en paralelo y sin interferir con la profesional. Aunque, a veces, los tuyos también pueden ser fuente de noticias. Hace dos lunes, cené con unos amigos que se habían reunido para ver la retransmisión en directo de una boda catalana en Las Vegas. Durante el postre, me enteré de que "Clara Chía es una chica encantadora, deportista y que detesta el mundo del corazón". Asentí esa descripción. Hace un par de semanas me la encontré y me pareció amabilísima, sencilla, natural, y no pude dejar de pensar que, efectivamente, físicamente tiene un aire a Shakira. Al día siguiente, recordé esas palabras mientras leía la revista Lecturas, que mostraba a la pareja de vacaciones en Croacia. Chía rema en una tabla de surf, mientras que Piqué, en una pose relajada, se deja llevar. "Ya casi no nos vemos porque está constantemente acosada por los paparazzi", y sentí compasión por ella.
Mi semana profesional se desarrolla entre rodajes y coberturas en directo, abordando temas que van desde los retrasos de aviones hasta las altas temperaturas y la agitación política catalana. Sin embargo, antes de sumergirme en estos asuntos, me encuentro grabando un incidente en La Barceloneta. En plena calle, un joven de nacionalidad africana, con su rostro oculto detrás de unas imponentes gafas de sol negras, arrebata el monedero a una chica que grita de miedo, "¡Me está robando!".
¿Qué está pasando en Barcelona que los delincuentes campan a sus anchas? ¿Qué está pasando en España que el fallecimiento de una de las grandes de la televisión no supone que el mundo del cuore se arrodille frente a su grandeza y algunos la critiquen? Me comentan, me dicen, que cuando Paolo Vasile le pidió a María Teresa Campos que se retirara de la televisión para cuidarse marcó el principio del fin de su carrera. Esto me hace pensar en la filosofía japonesa del Ikigai, donde el propósito de la vida es servir a la comunidad, y María Teresa Campos ha cumplido con este propósito.
Y mientras reflexionamos sobre estas dualidades y el legado de María Teresa Campos, la vida continúa su curso. En el tren, rumbo a Lleida para celebrar el aniversario de boda de mis abuelos, me enteré de un rumor sobre la separación de Enrique Ponce y Ana Soria. Aunque ellos lo desmintieron, siento pena por los altibajos en su relación cuando los amores de antaño, como el de mis abuelos Francisco y Adelina, han perdurado durante cincuenta y ocho años y han tenido tiempo de criar a cuatro hijos y cuatro nietos. Cuando finalmente los vi y pude abrazarlos, me di cuenta de la fortuna de pertenecer a una familia que sabe cuidar de los suyos como nadie más sabe hacerlo. María Teresa Campos nos hizo reír y nos entretuvo a través de la pequeña pantalla, siendo leal a su audiencia hasta su último aliento. Descanse en paz.