
El engaño y la mentira calan hasta el punto de cuestionarnos si realmente alguna vez hemos llegado a estar cerca de la verdad. Cuando nos engañan, manipulan y nos hacen creer que las cosas son tal y como nos las cuentan, una parte de nosotros queda atrapada en esa red de mentiras, albergando esperanza en un relato falso que con el tiempo acaba apoderándose de uno mismo. La desinformación puede llegar incluso a hacernos sentir estúpidos porque, tarde o temprano, acabamos descubriendo la verdad, pero mientras tanto, nos aferramos y defendemos a capa y espada esa verdad, esa historia y realidad que nos han mostrado y nos hemos tragado sin cuestionarla.
Ataque al pensamiento crítico: la otra guerra
El inicio del conflicto bélico en Ucrania ha desatado una nueva catarata de información falsa que circula a gran velocidad en la web 2.0, marginando nuestro pensamiento crítico justamente por la crueldad de las imágenes y vídeos de la guerra. Rusia ha apostado por la batalla de la propaganda, haciendo alusión a afirmaciones tales como: “OTAN y Ucrania se están preparando para atacar a los rusohablantes en Ucrania”, aunque esto no es nada nuevo. Lo realmente curioso y llamativo de todo ello es la nueva estrategia a la que han optado para redoblar sus efectos y causar mayor pánico social.
La nueva era de las fake news no invierte esfuerzos en inventar información falsa sino que aprovecha el contenido de su adversario para, aparentemente, desmentirlo, aunque lo que realmente hacen es inyectar dosis de mentiras haciendo creer a los usuarios que les están ayudando a descubrir la verdad. Transformar la desacreditación en desinformación es una estrategia tan inteligente como perversa.
Tal es el control por la verdad que las autoridades rusas lanzaron una campaña de represión mediática que terminó con una nueva ley que prohíbe a los medios de comunicación del país publicar cualquier información que se desvíe de la postura del Kremlin sobre la guerra, bloqueando, además, el acceso de la ciudadanía a plataformas como Facebook. El objetivo está claro: contribuir a generar una sensación de duda entre la audiencia.
Pero la campaña de desinformación se libra en ambas contiendas. Hace unas semanas se detectó un anuncio por parte del Gobierno ucraniano que aseguraba que un misil ruso había destruido un edificio en Kyiv. Sin embargo, varios expertos acabaron desmintiendo esa información, asegurando que el misil realmente correspondía a un misil de defensa aéreo ucraniano.
Dando palos de ciego
En pleno siglo XXI asistimos a una guerra que también se libra en medios de comunicación, redes sociales y otros canales de información y cuyos efectos están teniendo graves consecuencias más allá de las fronteras ucranianas. España también es víctima de las fake news. Hace escasos días salió a la luz un mensaje de audio en el que se podía escuchar a una mujer advirtiendo que en una gasolinera le había confirmado que en los próximos días iban a “poner piquetes para que la gente no pueda echar gasolina”, datos completamente falsos que desmintieron de inmediato desde Repsol y la Confederación Española de Empresarios de Estaciones de Servicio (CEEES). Ni van a haber piquetes ni hay problema de suministros, pero el alarmismo se apresura de nosotros, causando pánico y escenas como las que hemos podido ver estos días atrás: largas colas para repostar y estantes vacíos en los supermercados.
La desinformación es un ataque a nuestro pensamiento crítico, a la reflexión y al cuestionamiento de lo que ocurre a nuestro alrededor. Para evitar seguir cayendo en sus garras es importante tomar conciencia y comprender que nosotros mismos somos el monstruo que las alimenta. “Si no somos capaces de luchar contra la falta de contrastación y virilidad de las mentiras, no seremos capaces de ser útiles para nuestra sociedad” dice Miquel Pellicer, periodista.
Y estoy de acuerdo con su reflexión. En nuestras manos está la solución para detener la cascada de fake news que no genera más que miedo y desconcierto en un mundo que, por desgracia, ya va cargado de ello.