Opinión

La violencia doméstica: la semilla del delito

En una zona de edificios, todos ellos diferentes entre sí, de aspecto abandonado, entre los que se levantaba un campamento improvisado, observé inesperadamente a varios adolescentes, ya crecidos, que corrían por las calles. Uno de ellos era muy agresivo. No pude ver si había resultado herido o si lo habían amenazado verbal o gestualmente pero el chico hacía señales de alarma a sus compañeros con una expresión mental y conductas con pruebas alteradas. Se señalaba el pantalón, medio roto, sin que se percibiese sangre y hacía grandes aspavientos con los brazos, la cabeza y la mirada. Esta escena de actitudes y expresiones repetitivas captaron mi atención.

Tuve la impresión de que era un adolescente ya mayor, de entre diecinueve y veintiún años, más o menos. Con esta edad, aquella situación debía tratarse entonces de un asunto serio. Me resulta difícil poder afirmar si el chico había consumido alguna droga o alcohol, quizás, que le hubiese producido una alteración física o mental. Quizás padecía una deformación de base cultural por alteraciones con intenciones sociales o ideológicas.

La semilla del delito

La valoración de la familia es muy importante para interpretar estas conductas porque, si las relaciones entre sus miembros están marcadas por la violencia y la agresividad, probablemente, siguiendo el ejemplo parental, el adolescente repetirá conductas agresivas como solución a sus problemas. A menudo, estos jóvenes presentan múltiples problemas sociales, psicológicos, académicos y conductuales que pueden necesitar de tratamiento neuropsiquiátrico y/o psicológico.

Los adolescentes suelen compartir con los entrevistadores datos nada superficiales sobre su conducta y, al mismo tiempo, los entrevistadores suelen percibir datos no poco reseñables sobre las víctimas. Estas valoraciones han arrojado buenas estimaciones sobre la incidencia real de actos de violencia, hurtos, robos, allanamientos de morada y agresiones sexuales. Cabe destacar que no suelen reportar delitos de tráfico graves o de crímenes extraordinarios, tales como el homicidio.

Se ha demostrado con estos adolescentes que, a través de estudios sobre su conducta, sus descripciones suelen ser selectivas. Es decir, en sus declaraciones ante la policía se aprecian fluctuaciones de los crímenes registrados. Hay que tener en cuenta que la variación de estos datos se debe por un lado a la disposición de las personas a denunciarlos pero también a la disposición de la policía a investigarlos. 

Estos adolescentes agresivos se dividen en dos tipos: unos tratan de ofrecer explicaciones acerca de una determinada violación legal mientras que los otros intentan explicar la frecuencia con la que transgreden las leyes y los factores sociales o ambientales que los han empujado a ello. La explicación de determinadas infracciones recae normalmente por una predisposición del propio infractor por alteraciones en su educación y aprendizaje aunque también por la influencia de otros compañeros o cómplices. Actualmente a estos factores se han unido, según las últimas investigaciones, posibles causas genéticas o perinatales.

La explicación del tipo de transgresión y de la frecuencia con la que se produce depende, generalmente, de las condiciones económicas, los valores subculturales que entran en conflicto con las leyes del lugar donde habitan los jóvenes, o la desigualdad social que no les permite ganar lo necesario para vivir dignamente o para divertirse.

En caso de necesidad médica, más allá de la atención de la policía, conviene que en primer lugar se valore cuál es el nivel de educación del infractor y que se atienda a la explicación del chico. Ante este tipo de situaciones conviene adoptar clínicamente una actitud de tratamiento incierto dirigido a conseguir un aspecto principal de seguridad.

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