Opinión

Rosario Porto: personalidad histriónica con tendencia narcisista asociada

Rosario Porto en un momento del juicio  |  EFE
photo_camera Rosario Porto en un momento del juicio | EFE

Rosario Porto era la hija de Francisco Porto Mella, reputado letrado, que durante décadas fue cónsul honorario de Francia en Santiago de Compostela (A Coruña). La madre de Rosario Porto era Socorro Ortega, catedrática de Historia del Arte. Cabe pensar que Rosario Porto —que también fue cónsul honoraria de Francia, en Santiago, durante 10 años—recibió una educación permisiva y tolerante; cursó estudios de derecho y, a los 21 años, empezó a salir con Alfonso Basterra, cinco años mayor que ella. Su noviazgo duró seis años y se casaron cuando Rosario tenía 27 y Alfonso, 32. Al poco de casarse, el padre de Rosario le manifestó su ilusión de convertirse en abuelo.

Rosario padecía lupus, enfermedad que no recomienda un embarazo, por el alto riesgo que entraña. Tal enfermedad es crónica y se manifiesta por brotes de tensión variable.

La pareja adoptó a una bebé china de nueve meses. La niña, en pocos años, estudiaba tres idiomas, piano, violín y ballet, después del colegio. Estaba más con el abuelo y con el padre, y muy poco con la madre.

Al poco de haberse casado, Porto se divorció de su esposo; salía con un señor a navegar a escondidas. Más tarde, Alfonso volvió con Rosario para cuidar a la hija de ambos. Rosario le pagaba a Alfonso puesto que éste no disponía de recursos económicos suficientes.

Rosario Porto ha sido atendida a lo largo de su vida por unos cuatro facultativos, tres de ellos psiquiatras. Solo le han diagnosticado problemas de depresión o ansiedad. Su conducta era la de una persona muy pendiente de su aspecto. Nadie cita la existencia de la enfermedad de Lupus.

Porto rendía muy poco como abogada. Incluso intentó una oposición, pero no consiguió aprobarla. En cierto momento, el disfrute de su padre hacia su nieta generó en ella no pocos celos y un temor a que esta pasión del abuelo para con la nieta, no generase un cambio en su testamento, a favor de la niña. El abuelo falleció 13 meses antes del asesinato de la niña. Tras su muerte, Alfonso fue quien más cuidó a la niña.

Es importante tener presente que Rosario Porto creció y se educó bajo las obligaciones de sus padres, con múltiples cambios. Era una persona con gran apariencia social, pero con escasa capacidad para conectar con los demás. Quizá por eso, la relación con su marido era aparentemente sumisa y con cierto temor.

Poco después de la muerte del abuelo, Porto y Basterra practican una serie de macabros ensayos, dándo a la niña cantidades importantes de medicamentos ansiolíticos cuyo trágico final es conocido por todos.

Ya en la cárcel, le aplicaron el protocolo antisuicidios en seis ocasiones. Aun así, falleció por suicidio en la cárcel de Brieva (Ávila) donde había sido trasladada poco antes. Antes de acabar con su vida, dejó toda su celda recogida y ordenada. Había cumplido, ya, siete años de su condena de 18.

Antes de la muerte de la niña, Porto dormía fatal, tenía ideas suicidas, estaba muy irritable con su hija, le molestaba la presencia de la niña, un día se arreglaba y otro no. La inconstancia fue una de sus conductas más frecuentes. Abandonaba los tratamientos o prescindía del médico. Por ideación suicida estuvo dos días en una clínica mental, cuatro años antes de ingresar en la cárcel. Decía que no podía con el mundo. Tomaba antidepresivos y ansiolíticos, mientras se acicalaba con cremas y maquillaje caro.

Tras la muerte de Asunta, su hija, no tuvo reparos en confesar a una amiga «que suerte, ya no soy madre». En la cárcel, cuando estaba bien, se arreglaba el pelo, coqueteaba al límite, se arreglaba las uñas, y se maquillaba; en los días malos, parecía un alma en pena, despeinada y sin duchar.

En resumen, a lo largo de su vida, Porto se siente incómoda cuando no es el centro de atención; frecuentemente, se comporta con actitud sexualmente seductora o provocadora inapropiada; manifiesta cambios rápidos y expresión plana emocional; utiliza el aspecto físico para atraer la atención; habla sobre impresiones y sin detalles; y muestra dramatización, teatralidad y expresión exagerada emocional. Por otro lado, muestra sentimientos de grandeza y prepotencia, y exagera sus logros y talentos; está absorta en fantasías de éxito, poder, brillantez, belleza, etc.; cree que es especial y única; tiene una necesidad excesiva de admiración; tiene sentimiento de privilegio; explota las relaciones interpersonales; carece de empatía, no reconoce o no se identifica con los sentimientos y necesidades de los demás; y suele tener envidia del resto de personas.

Basándonos en los criterios diagnósticos del sistema de clasificación de las psiquiatrías por parte de la Asociación Americana Psiquiátrica, sin dejar de tener en cuenta el trastorno de lupus, enfermedad que perturba el estado mental de la paciente, se hace mucho más evidente el cuadro clínico de una personalidad histriónica, asociada a una personalidad narcisista de intensidad, ambos diagnósticos, realmente graves.

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