
La gala de los Oscars guardaba este año más sorpresas de las imaginadas. Una de ellas fue la victoria de Coda, de Apple TV, que constituye el reconocimiento por parte de la Academia al fenómeno del streaming y que logró dos récords. También lo fue la victoria de la primera actriz reconocidamente queer, quien quiso hacer hincapié en sus raíces afrolatinas. Sin embargo, todo lo sucedido quedó en un segundo plano por el bofetón (un bofetón improvisado) de Will Smith a Chris Rock.
Para quien no lo haya visto aún: Rock, reconocido humorista que presentaba la gala, bromeaba sobre algunos de los aspirantes a hacerse con el premio, entre ellos Javier Bardem y Penélope Cruz. Como el resto de asistentes, el cachondo Príncipe de Bel-Air Smith se rio, divertido, con cada una de las bromas, y esto fue así hasta que una de ellas tuvo como víctima a Jada Pinkett Smith, su mujer.
Rock dijo que esperaba verla en la segunda entrega de G. I. Jane (La teniente O’Neil en español), haciendo alusión a la película en que Demi Moore se rapa la cabeza, riéndose, pues, de la alopecia que Pinkett Smith padece. La broma no le hizo ninguna gracia: en directo se la pudo ver en su asiento entornando los ojos tras el comentario, encajándolo con visible disgusto, pero menos gracia le hizo aún a su marido, quien fue más lejos.
Tras las risas generales, Smith se levantó como un resorte y acudió norteamericanamente en defensa de su ultrajada esposa, que permaneció todo el tiempo en un intrascendente segundo plano, con la firme intención de salvaguardar su honor, cuestionado en pleno prime-time, haciendo, pues, lo que un verdadero hombre debe hacer. Soltó un tortazo a Rock, dio media vuelta y deshizo el camino andado. Ya de vuelta en su asiento, con el presentador en estado atónito (que se merece un Oscar por cómo aguantó el tipo y por cómo supo reconducir el espectáculo), ante el silencio estremecedor del auditorio, le ordenó a gritos con la solemnidad y sobreactuación militantes de los discursos yanquis que no hablara de SU mujer, como si ella no estuviera allí, aunque estuviera sentada al lado. Keep MY wife’s name out of your fucking mouth.
Smith ganó el Oscar por King Richard y durante su discurso no se disculpó por lo sucedido, algo que sí ha hecho más tarde con un mensaje en su cuenta de Instagram, pero sí dejó una perla que bien podría servir de peligrosa inspiración para futuros perpetradores de delitos de violencia de género o incluso de crímenes pasionales: “el amor te hace hacer locuras”. El amor te hace hacer locuras, desde luego, pero hay que ser muy consciente del tipo de locuras aceptables y de la repercusión de tus palabras, más si eres un personaje público de largo alcance.
Lo sucedido en esta gala abre muchas cuestiones interesantes, ahonda en otras y reafirma algunas que ya sabíamos. Por ejemplo: ¿debe el humor tener límites? En mi opinión, rotundamente no. Algo que es una ficción y sucede en un contexto específico de espectáculo humorístico no puede tenerlo (la gala de los Oscars no es un espectáculo de humor, cierto, a menos que lo presente un humorista). Si la broma hubiera tenido lugar en una cena entre los tres protagonistas del suceso, entonces una reacción acalorada o incluso violenta sí hubiera tenido justificación, pero no en el contexto en que sucedió.
Más: ¿hubiera aceptado Smith el chiste si hubiera recaído en otra mujer? Con toda probabilidad, sí. De hecho, aunque en otro orden de intensidad, así fue: no hay que olvidar que, segundos antes de la broma de Rock, este mismo hizo un comentario de corte machista sobre Penélope Cruz, seguido por una broma también machista. Dijo, concretamente, que “Javier Bardem y su mujer están nominados”, una afirmación que hubiera sido aceptable de no ser por que Cruz estaba sentada al lado de Bardem. Y después: “Si Bardem gana y ella no, entonces él no ganará”. Smith, como el resto de asistentes, se rio.
Muchas opiniones corren desde ayer por las redes sociales y programas varios. Hay quienes defienden que la broma era de mal gusto y que la reacción está justificada, pero esta visión deja a Pinkett Smith como sujeto pasivo, cuando no mera espectadora, haciendo que la potestad de responder haya recaído adecuadamente en quien debía, es decir, el hombre, además de querer someter al humor de nuevo bajo los parámetros de la corrección política. Si Pinkett Smith quería responder, debería haberlo hecho ella y de forma no violenta, por descontado. Pero en un contexto de humor, no tiene derecho a ello. ¿O sí?
Sea como sea, en la gala de los Oscars más inclusivos, un hombre defiende con violencia a su mujer de un chiste por parte de un humorista. Si algo nos enseñó la victoria de Trump, es que los Estados Unidos son, antes que nada, una sociedad machista.