
El pasado fin de semana fuimos testigos de un hecho escalofriante: en Tarragona, un menor de trece años violó a otra menor, en este caso de quince años, en un parquing de la Rambla Nova. Según el Diari de Tarragona, antes de la violación la habría golpeado porque la menor se negó a practicarle una felación y al terminar le robó el teléfono móvil. El hecho pone los pelos de punta a causa de la corta edad del violador, pero también porque, según el Instituto Nacional de Estadística, los delitos sexuales perpetrados por menores de edad han ido en aumento en los últimos años, si bien es cierto que un caso así sigue sin ser habitual.
Al tener menos de catorce años, el joven es inimputable, por lo que pasará al programa DGAIA, su caso será tratado por la vía civil y quedará en manos de la Fiscalía de Menores. Los padres del menor, por su parte, tendrán que indemnizar a la víctima.
Tras conocerse los hechos, el aluvión de opiniones enfrentadas no se ha hecho esperar, más aún tras saber que el menor tenía antecedentes por hechos similares. Los sectores e individuos más conservadores, por su parte, no han dudado en demonizar al menor, haciendo vergonzoso hincapié en su origen extranjero (algo que, no obstante, no es baladí en este caso, como veremos más adelante) y aprovechando para difamar a menores extranjeros, ya sea acompañados o no. Por otro lado, hay quienes han defendido la inimputabilidad del menor y lo eximen parcialmente de culpa, pues al no tener ni tan siquiera catorce años, la responsabilidad de sus actos ha de recaer inexorablemente en los padres o tutores legales y no debe, opinan, ser recriminado penalmente.
Y detrás de todo esto, un debate mucho más profundo y necesario, esto es, el de por qué se dan casos de esta índole. La respuesta no parece muy difícil: vivimos en la sociedad del culto desmedido al yo, donde aprendemos que lo más importante del mundo es nuestro deseo y la satisfacción inmediata de este y por cualquier medio, dogma proclamado a los cuatro vientos por los múltiples adalides del consumo frenético. Vivimos en la sociedad de la ultraviolencia televisada, una sociedad donde la mujer es todavía cosificada y sometida, aspecto que llega al extremo en la pornografía, a la que cualquier niño con un teléfono móvil o un ordenador tiene acceso. Vivimos en la sociedad del culto al mínimo esfuerzo, donde se nos inculca que solamente por existir ya somos merecedores de todo lo bueno y de donde emergen irremediablemente individuos jóvenes incapaces de lidiar con la frustración o de canalizar sus deseos, sentimientos e inquietudes de forma constructiva. Vivimos en una sociedad donde la educación es muy deficitaria y donde la perspectiva de la recompensa precede a la del esfuerzo, con el placer de fácil y rápido acceso como nuevo dios.
En una sociedad como esta, no es difícil que sucedan cosas que destapen las vergüenzas de la misma, recordándonos de vez en cuando dónde vivimos y dónde fallamos catastróficamente. En este caso concreto, además, hay que añadir que el menor es de origen marroquí, algo que no tendría mayor importancia en el marco de un delito sexual de no ser por que la religión del país vecino es el Islam, aquella que desprecia y somete, ni más ni menos, a la mitad de la población mundial por su género, por lo que es seguro que la educación en igualdad de este chico habrá sido nula.
Ante la imposibilidad de volver atrás y deshacer el crimen, la pregunta se abre paso sola: ¿Qué hacer ahora con este individuo? ¿Cuál ha de ser el siguiente paso? ¿Es el violador recuperable para la vida en sociedad? ¿Se puede enderezar a alguien tan joven y con este historial? Las fuentes consultadas arrojan conclusiones contradictorias: por un lado, según ciertos estudios de criminología, es muy poco probable que alguien que ha hecho algo así no reincida. Sin embargo, otros estudios referentes a la materia, afirman que con el debido tratamiento, la tasa de reincidencia no pasa del diez por ciento, algo que no siempre puede hacerse debidamente a causa de la falta de presupuesto.
Ojalá este menor sea de los que se reinsertan, aunque es posible que no suceda. En cualquier caso, especialmente cuando tienen lugar hechos así, haríamos bien en no perder de vista que el crimen es algo consustancial al ser humano y que toda sociedad deberá lidiar siempre con una tasa de delito, por pequeña que sea. La maldad y el crimen es algo que debemos aceptar.