
La verdad es que el anunciado terremoto, jaleado y calentado por los medios durante los últimos diez días, al final se ha quedado en un pequeño movimiento sísmico,(yo en mis círculos de amigos, lo había aventurado) quienes esperaban que temblaran los cimientos de Catalunya para cargarse de munición y continuar la batalla de la sinrazón contra esta tierra, se han quedado decepcionados, les han fastidiado la fiesta, no tendrán más remedio que sobreactuar y cuando eso ocurre es más fácil quedar en evidencia.
Tendrá tsunami este pequeño movimiento sísmico, en parte creo que sí, el hecho de que haya bastado el despliegue (considerable por otra parte) de los mossos de escuadra para garantizar la seguridad y evitar las amenazas sobredimensionadas, de los que no tenían ninguna intención de que las manifestaciones fueran pacíficas, demuestra que este cuerpo tiene la capacidad, la madurez y el compromiso necesario para hacer frente a cualquier provocación por grande y organizada que ésta sea. Lo que por otra parte dificulta el discurso de Pablo Casado cuando tacha a la policía catalana de instrumento de los que él llama golpistas.
Estoy convencido de que mas allá de los gestos puramente simbólicos aprobados en el Consejo de Ministros hacia el Govern, tema nombre aeropuerto o la declaración respecto de Lluis Companys, declaración que no es nueva y que queda lejos de la exigencia de condena sin paliativos del asesinato de Companys como crimen de estado, exigencia manifestada por la práctica totalidad del pueblo catalán, quedará como elemento de cambio respecto a los últimos años, la apertura del necesario dialogo, imprescindible y largamente esperado por amplios sectores no sólo de Catalunya sino también del conjunto del Estado. A pesar del rechazo que este diálogo provoca en quienes sólo ven como solución para Catalunya, la mano dura.
El acercamiento producido estos últimos días entre el Gobierno Central y el Autonómico obedece a la necesidad que tienen ambos de encontrar soluciones a sus respectivos problemas de fondo.
La Generalitat, al margen del postureo, tiene necesidad de salir del marasmo y la paralización en la que está sumida y comenzar a mostrar que se está avanzando aunque sólo sea recuperando la normalidad y el diálogo.
El gobierno central necesita convencer mediante gestos de reconocimiento la situación extraordinariamente singular de Catalunya, que su voluntad de encontrar mecanismos de posibles encajes es sincera y comprometida, lo necesita para intentar la reconstrucción del consenso que lo apoyó en su investidura y avanzar en la discusión y aprobación de los presupuestos.
Quizá ésa sea la razón por la que pienso que toda esta movida pueda tener continuidad y haya servido para algo.
Con todo, resulta decepcionante comprobar cómo la tensión generada y los intereses mediáticos, han centrado toda la atención en el conflicto y se han olvidado de un acuerdo extraordinariamente importante y esperado en este país, como ha sido el aumento del salario mínimo interprofesional a 900 euros, o la subida de sueldo de los funcionarios para ir recuperando parte del poder adquisitivo perdido en los últimos años, o las primeras medidas en el control y la normalización de los alquileres.
Lo ocurrido en Catalunya estos dos días, 20 y 21 de diciembre, puede que no marquen un antes y un después en la situación política del País, pero sí que han podido ser clarificadores para la posible apertura de una nueva etapa.
Hay dos aspectos que indican que la situación empieza a cambiar, uno ha sido las llamadas a la serenidad y a las manifestaciones pacíficas efectuadas por los partidos defensores de la independencia (ante la tensión que se estaba generando) y el efecto que éstas han tenido en el aislamiento de los grupos más radicales y violentos, lo cual puede significar una cierta recuperación del control de las movilizaciones en la calle.
El otro ha sido la capacidad mostrada por ambos gobiernos, arriesgando, hasta conseguir una fórmula de encuentro que les permitiera un resultado de tablas en el juego.
Todo ello y mi carácter optimista, después de tantos años de batalla, me hace concebir la esperanza de que finalmente se puedan llegar a aprobar unos presupuestos que empiecen a restañar las heridas producidas después de las malditas políticas de austeridad.