
El lector que se atreve a recomendar sus libros no sólo comparte los misticismos del escritor en sus viajes literarios, sino que desea (con fervor) que su interlocutor experimente la desazón de la pasión cuando es medida, la elegancia enfermiza que estruja las palabras o el conocimiento (tan abnegado como sutil) que regalan cada una de sus páginas. Pasen y lean. El camino será terso, envolvente y soberanamente fascinante.
Baricco es italiano (de ahí el poder 'verborreico' de sus palabras), escritor, ensayista y sabio. Una persona que ha trabajado con la autoridad que confieren las letras para vivir contando historias complejas y completamente seductoras, que desconciertan el entendimiento humano y que turban la mente del lector cuando se hace sabedor de sus inicios literarios (escribir vulgares manuales de electrodomésticos se convirtió en una afición remunerada que compaginó con la crítica musical durante una década).
En este oficio (altamente dilatado) existen defectos desmedidos que se convierten en cualidades indispensables para la subsistencia del escritor («estar en el mercado», se llama ahora), si no, ¿cómo se entiende la creación de Moby Dick sin un escritor tan maravillosamente inteligente como arrogante? El narcisismo literario se yuxtapone al exhibicionismo común: Marcel Proust decidió llenar cientos y cientos de páginas contando su vida (incomoda, filosófica y altamente deseable) con la única finalidad de cambiar el rumbo de la humanidad que decidiera leerlo. ¿Abrumador? Sí. ¿Egocéntrico? También.
Hemingway, Steinbeck, Faulkner… si el escritor se muestra pretencioso será capaz de conseguir estampar su rúbrica en la última hoja del libro, esa que abre el camino entre la frontera y el sonido de una nueva revelación. El mundo de los libros se presenta, pues, como una forma de alardear de la vida con una intensidad que se debe (como imperativo) demostrar en cada intención descrita.
Si me permiten que lo lleve a mi terreno personal, les explicaré que trascribir esa forma de vida se asemeja al ojo de un costurero artesano que conoce todos los detalles del material que sostiene entre las manos y que, después de verificar la composición del tejido acariciándolo con ternura, lo trabaja poniendo la vida en cada puntada con la que agujerea el tesoro (para él, único). La delicadeza de su trabajo es tan importante como la respiración, incluso como el deseo. El artífice ha dedicado su tiempo a instaurar una técnica para estudiar los pasos, la posición de su mano, la puntada o el calibre del hilo, llegando a la conclusión de que cualquier persona en el mundo podría coser, pero poca gente se atrevería a crear, desconociendo el resultado final de la obra. (No olviden que toda persona que crea, sea en el oficio que sea, es una persona bella).
Baricco demuestra este poder artesanal en sus textos porque lo que él escribe guarda relación con lo que él, en todo su conjunto, significa, luciendo una distancia magníficamente justa que, unida primero a la imaginación y colmada luego por el ejercicio, trasporta la historia a otro lugar donde aparecen mundos que no existían con anterioridad. Mundos donde todo lo que hay es íntimamente 'nuestro' (de la simbiosis ficticia que se que crea entre el escritor y el lector en una fusión por desear tener algo juntos) y que está tocado por la gracia de formas múltiples y delicadas, como fósiles o mariposas.
Pero no se abrumen por la intensidad impuesta, no la puedo ocultar frente a las cosas que me emocionan y, si todavía no lo conocen, échenle un ojo a sus textos. Pueden empezar por el bello relato de Seda y viajar desde Occidente a Oriente con un criador de gusanos que se enamora de lo efímero, o continuar con La esposa Joven y disfrutar de los placeres que la edad, la sociedad y la educación nos ha negado durante años. El tiempo será una bendición si consiguen encontrar el tesoro que se guarda entre sus líneas.